XVII. Illeana

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" Lo mejor que puedes hacer es conocerlo. Deja que se gane tu confianza y gánate la de él. Ambos podrían descubrir un camino completamente nuevo, un camino que lleve a La Paz en nuestras tierras."

Las palabras de Ekbah resonaron en mi cabeza durante todo mi camino de vuelta al palacio.

Fue Valens quien, finalmente, rompió el silencio.

—Ekbah dijo que puedes conocer al Rey.— Comentó y la forma en que lo dijo sonó como una sentencia de muerte.— Mi hermano mandó a llamar a sus dos sirvientes privadas, te prepararán para ver a mi padre.

—Puedo vestirme sola.

—No solo se trata de la vestimenta— murmuró y cuando sus dedos tocaron sutilmente las líneas rojas que recorrían sus brazos, lo comprendí.

—No.

—Tienes que hacerlo, Illeana.

—No usaré los colores de mis enemigos, prefiero enfrentarme a las consecuencias— me negué y comencé a acelerar mi paso.

Valens, a mis espaldas, bufó y aceleró el paso para seguir el ritmo de mis largas piernas.

—No tiene por qué significar nada— razonó el muchacho sonando un poco sin aire— solo las usas para verlo un momento y listo. Para complacerlo y que te deje estar junto a nosotros.

—No lo entiendes— negué y me detuve para enfrentarlo.— Si tomó sus colores, será como finalmente admitir que no queda nada de mi Clan. Sería como terminar de matar a los míos. No puedo hacer esto porque no puedo permitir que queden en el olvido.

Valens no dijo nada más en mi camino hacia mis nuevos aposentos. Dos mujeres aparecieron para limpiarme y luego supe que eran dos hermanas: Jarah y Kealah. Las dos se ocuparon de mi como si fuera un objeto inanimado y me vistieron con la típica ropa Ánima: una falda corta por encima de las rodillas y una banda a juego que solo cubría mis pechos. Suspiré resignada ante la vestimenta roja y desinhibida de la Tribu de mi enemigo. Al menos me habían dado unas botas hasta las rodillas, ellos solían ir descalzos.

Una vez vestida, Jarah se dirigió al cuenco de pintura roja y, antes de que pudiera siquiera intentar rechazarlo, la puerta de entrada se abrió repentinamente y Nebris apareció ante nosotras.

Estaba vestido de negro, como siempre. Las líneas rojas en su piel solo se veían interrumpidas por la máscara de pintura negra que atravesaba sus ojos y caía sobre sus mejillas como una serie de lagrimas oscuras.

—Déjenos a solas— ordenó y las dos sirvientes se levantaron al instante y obedecieron.

—Ya le dije a tu hermano que no iba a hacerlo— espeté y lo observé cerrar la puerta del dormitorio a sus espaldas.

—¿Ya tienes pensado qué le dirás a mi padre?— preguntó Nebris, cambiando de tema. Sus ojos muertos paseaban sin rumbo por la habitación aunque no pudiera verla.

Silenciosamente, tomé la daga Cruetum de Valens y la guardé en la funda interior de la bota que las dos sirvientes me habían dado. Probablemente no sabían que aquellas botas siempre traían compartimientos internos y vainas para gente que era exactamente como yo.

—No quiero ofrecerle nada— descarté— y tampoco tengo nada que pueda darle: mi título es inútil, no tengo riquezas, ni tierras, ni nada.

Nebris se acercó lentamente, tan silencioso que sus pies descalzos no emitieron ruido alguno contra la alfombra escarlata. Se detuvo a unos metros frente a mí y podría haber retrocedido pero eso podría haberse interpretado como miedo y yo no tenía miedo. No sería una cobarde.

El Anima levantó su mano suavemente, sus dedos también estaban bañados en la misma pintura negra de su rostro y se perdían en su palma, como si estuvieran siendo consumidos por la mismísima oscuridad.

—¿Dices que no tienes nada para ofrecer, Illeana?— se sorprendió el muchacho y sujetó mi barbilla con tanta delicadeza que apenas pude sentir sus dedos contra mi piel. Nebris me obligó a mirarlo a los ojos, a pesar de que éstos no podían mirarme de vuelta.— Te subestimas demasiado.

—Soy realista.

—Eres la líder del Clan más poderoso de la Nación Vitae.— Respondió Nebris, su voz volviéndose dura. El chico soltó mi barbilla y justo en ese momento noté que había estado conteniendo mi respiración.— ¿Entiendes lo que eso representa?

Lo observé. Kahl Yumak.

—Quieres que entregue mi reino— Comprendí, finalmente y observé comenzar a caminar a mi alrededor.— Quieres que me ofrezca en matrimonio a tu padre.

La risa de Nebris fue fría, cortante e hizo que cada fibra de mi cuerpo se tensara. El muchacho se detuvo a mis espaldas, pero no me tocó. Cuando habló, su voz fue un susurro contra mi nuca:

—Quiero que te cases conmigo.

Por la Madre.

Me moví en un instante, tomé la daga de mi bota y me abalancé sobre Nebris. Ambos caímos al suelo y rodamos por un instante hasta que estuve sobre él, el filo de la daga de Valens contra su cuello.

—¿Atacando a un ciego indefenso?— preguntó Nebris, no lucía asustado en absoluto. — Eso no es muy heroico de tu parte.

—Tienes de indefenso lo que yo tengo de paciente.— Espeté y ajusté el agarre de mi daga contra su cuello.—  No me casaré contigo, eres mi enemigo.

Nebris suspiró como si estuviera siendo particularmente difícil y, con una fuerza increíble, me lanzó a un lado y rodó sobre mí sujetando mis muñecas por encima de mi cabeza.

—Yo estoy ciego pero aún así puedo ver lo que tú no puedes— dijo y no había rastro de rabia en su voz, si no pena, lo cual era peor.— Necesitas alianzas ahora mismo y tienes la posibilidad de crear la alianza más fuerte ahora mismo, ¿No lo entiendes?

—Eres mi enemigo— repetí y me sentí como una niña terca.— Desde ese día en el bosque todo lo que he pensado ha sido en matarte, he pensado tantas formas de matarte que no podría contarlas.

La sonrisa de Nebris fue lenta, genuina.

—¿Y crees que estar casados podría detener tu intento de matarme? No serías la primera mujer en matar a su esposo.

—La idea de tenerte como esposo es repulsiva— escupí y pensé en Alastor y en el futuro juntos que nos habían robado.

—Me han dicho cosas peores.— Contestó Nebris y justo entonces, desde aquel ángulo, pude notar una cicatriz grande y profunda asomándose a través del cuello de su camisa negra. Llegaba hasta el lóbulo de su oído y se disimulaba casi de forma perfecta bajo la pintura roja de su cuerpo.

Probablemente las merecías. Quise  contestar pero, por algún motivo, no pude pronunciar esas palabras. Había notado otra cicatriz un poco más abajo, igual de profunda. Me había lastimado lo suficiente en mi vida como para saber que esos cortes no eran dejados luego de un entrenamiento o un combate amistoso.

—¿Qué piensas?— preguntó Nebris y solo en ese momento noté que había pasado un tiempo en silencio. Sus manos sobre mis muñecas ya no hacían fuerza para mantenerme contra el suelo, pero no intenté apartarme.

—¿Qué ganas con todo esto?— pregunté.

Mi pregunta pareció tomarlo por sorpresa porque permaneció en silencio, sus ojos fijos en el suelo justo al lado de mi cabeza.

—Dices que unir nuestras naciones te beneficiaría, pero no tengo un ejército, no tengo tierras: Freya las tiene. No tengo nada para darte más que yo misma y lo único que yo quiero es hacer rodar tu cabeza. ¿Qué ganas teniéndome a tu lado?

Nebris estaba muy serio y, de alguna forma, sus ojos fueron capaces de encontrar los míos incluso sin ser capaz de verme. Me observó con tanta intensidad que, por un momento, creí que quizás si podía ver después de todo.

—Venganza.

Fruncí el ceño y él pareció notar la tensión en mis brazos bajo su agarre, mi predisposición a volver a combatirlo, porque volvió a sujetarme con fuerza y agregó:

—Venganza contra mi padre.

Los Olvidados | Los 12 Colosos 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora