XVIII. Evan

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Querida Heda:

Espero que todo esté bien. Para el momento que recibas esta carta probablemente estaré lejos del Palacio así que no es necesario responderla. Necesito que Hunter y tú entrenen a Mikarah en mi ausencia. No sé si será por mucho tiempo o si esto terminará rápido, pero su entrenamiento no puede dilatarse. Sabes que se encuentra en una edad que podría resultar crucial para su desarrollo como guerrera. Sé que Hunter y tú sabrán qué es lo mejor para ella y confío en que se convertirá en la guerra que está destinada a ser.
Cuando vuelva, nuestro honor estará restaurado.

Es una promesa.
Evan.

Una vez terminada la carta, la dejé a un lado para que se secara y volví a meterme entre las sábanas. Era una mañana agradable y no sabía cuándo volvería a dormir en una cama como aquella, lo cual no era un pensamiento del todo reconfortante.

Unos golpes en mi puerta distrajeron mis pensamientos y estiré mi mano para abrirla usando mis vientos.

—Presumido— murmuró Anya al otro lado.

—Buenos días para ti también— contesté, repentinamente alegre.

—Tengo noticias— dijo ella sin más miramientos.—He logrado contactar a una posible ayuda ante los Naeniam.

—Una posible ayuda.

—Una aliada— me corrigió ella.

Me restregué una mano por el cabello. Me dolía la cabeza por haber bebido la noche anterior y todavía podía recordar la promesa que me había hecho: mataría a Elena si volvía a tocarme.

Si algo había cambiado entre los dos después de aquella promesa, Anya no parecía reflejarlo. Se había dado un baño, por lo que el cabello mojado le humedecía la camiseta blanca en ciertos puntos y olía a esencias de baño. Tuve que reprimir el impulso de incorporarme de la cama para acercarme más a ella.

—Dice que puede lograr que entremos al templo Naeniam sin que ellos lo noten.

—¿Y qué es lo que quiere?— pregunté y me quité las sábanas de encima. Solo tenía puestos unos pantalones y no recordaba dónde había dejado mi camisa.

—¿Qué?— preguntó Anya, distraída. Volteé la mirada del suelo para observarla, pero ella me evitó.

—Los monjes Naeniam son tan peligrosos como poderosos— le recordé. Ahí está. Había caído debajo de la cama.— No creo que simplemente busque ayudarnos, debe necesitar algo a cambio.

Anya se dirigió hacia la ventana mientras me vestía, aunque no había mucho que ver.

—Confió en ella— declaró.— Además, ¿Qué otra opción tenemos? No es que tengamos un plan o algo por el estilo.

Bufé y ella se volteó con una ceja levantada.

—¿Qué? ¿Acaso lo tienes?

Mis alas se batieron contra mi voluntad. Ella estiró una mano, comprobando su punto.

—No, no lo tienes— se respondió. Rodé los ojos. Odiaba que me conociera tan bien.

Un nuevo golpe en mi puerta interrumpió la conversación y, antes de que siquiera pudiera contestar, una chica de adentró en la habitación.

—¿Ya lo convenciste?— preguntó la desconocida. Tanto sus alas como su cabello tenían un tono color crema, casi como la arena de las playas del norte de la nación.

Los Olvidados | Los 12 Colosos 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora