VI. Evan

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Anya tenía un tic en su mano al caminar.

Desde pequeños, cuando ella se encontraba particularmente nerviosa por algo, era normal verla golpear su dedo índice y su pulgar una y otra vez al ritmo de sus pasos. Era un hábito extraño, pero en aquel entonces me había servido para saber si algo andaba mal ya que, si fuera por su rostro, uno no hubiera podido sospechar que algo anda mal.

Ella estaba golpeando sus dedos ahora. Tac, tac, tac. Un parte de mí quería preguntarle qué la inquietaba pero la otra tenía miedo de oír la respuesta más predecible: eres tú.

La seguí a través de los pasillos del palacio en silencio y una parte de mí agradeció que Pyra se hubiera dedicado estos últimos cinco años a educar a mis hermanos sobre no volar en espacios cerrados porque aquí nadie lo hacía. De hecho, apenas los había visto usarlas en absoluto. La princesa Elena Galore parecía tener sus alas de decoración, como una capa color escarlata colgando a sus espaldas hecha de plumas perfectamente peinadas y salpicadas con motas de oro.

La misma Anya llevaba los colores de las alas de la princesa en su uniforme negro, dorado y escarlata ya que éste era el color de la familia real, de la misma forma que el de los Dorhae era el azul marino y el de mi familia era el blanco.

Una capa roja caía sobre sus alas marrones y los detalles dorados de su uniforme negro y escarlata la hacían lucir imponente y atemorizante, aunque imaginaba que esa era la idea que el rey planeaba proyectar en su ejército.

—¿Te ha dicho el rey por qué quiere verme? — le pregunté a Anya en un intento de iniciar una conversación.

—Él solo me da órdenes, Clypeus, no me cuenta sus confidencias.

—Creía que...

—¿Que me tenía tanta estima como a tu madre?— me interrumpió ella y rio sin alegría.— No soy una Clypeus, solo soy un intento de reemplazo. Probablemente está buscando darte mi puesto. Quizás te lo otorgará ahora mismo.

—No lo quiero.

Anya se detuvo y se volteó hacia mí.

—Por supuesto que no lo quieres— contestó ella y la tensión en su voz fue evidente— ¿Para qué lo necesitas? No necesitas un puesto importante para ganarte el respeto de los demás. Tu apellido lo hace por ti.

Retrocedí, como si me hubiera golpeado.

—¿Eso es mi culpa? ¿Es mi culpa haber nacido en ésta familia?— le pregunté y una repentina brisa recorrió el pasillo haciendo que los tapices de las paredes se sacudieran— ¿Crees que yo elegí ésta vida?

—Vives en una mansión, todos te aman a ti y a tus hermanos, tienes un don que transciende generaciones, incluso tu aspecto...¡Incluso las princesas caen a tus pies! — sus ojos volvieron a humedecerse—¡Tu vida es perfecta!

—¿Mi vida es perfecta?— repetí— Mi madre y mi hermano están muertos por mi culpa. He destruido familias y he ganado odio por ello. He nacido para pelear porque nunca tuve otra opción, nunca se me ha dado a elegir. Y ahora...ahora tengo que ser perfecto para mis hermanos, porque tengo un padre que ha decidido que su vida ha acabado con la muerte de mi madre. ¿Crees que eso es perfecto?

La brisa ahora era una ventisca y mis palabras parecían astas de un molino impulsándolo a través de la habitación. Anya se había percatado del cambio en el ambiente, su cabello castaño revoloteaba a ambos lados de su rostro pero no parecía importarle, no parecía importarle nada.

—Y para colmo, mi mejor amiga, la persona en la que más confiaba en el mundo, me traicionó frente al rey— agregué y las palabras de Keith eran gritos furiosos en mi cabeza.

Los Olvidados | Los 12 Colosos 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora