XV. Nerea

142 38 5
                                    

—¿Qué es eso?— preguntó Monet de pronto.

Su voz me arrastró fuera de mi mente en un instante y mis ojos siguieron la trayectoria de los de ella.

Se encontraba observando lo que parecía ser una gran muralla, pero estaba tan cubierta por vegetación que apenas se veían unas antiguas rocas entre la maleza.

—¿Un castillo?— supuse.

—O una ciudadela— contribuyó Monet y ajustó el agarre de su machete— hay algo aquí que no me convence mucho.

Asentí. Yo también tenía un mal presentimiento acerca del área. Había algo extraño en la energía de aquel lugar, como si nos estuvieran observando meternos en un sitio al cual no convenía ingresar.

Decidimos bordear la muralla sigilosamente. O, bueno, al menos Monet era sigilosa. Yo hacía mi mayor esfuerzo por no emitir sonido alguno, pero de alguna forma me las ingeniaba para pisar cada rama y hoja del camino.

—Mira, hay una apertura allí— señaló la Capitana y se inclinó para cortar una parte de la enredadera. Efectivamente, un hueco lo suficientemente grande como para que pasáramos se manifestó ante nosotras.— Es como si alguien ya hubiera intentado entrar por aquí antes de nosotras.

Monet se internó en el hueco y la seguí sin chistar. En un instante estuvimos al otro lado de muro y la imagen que se presentó ante nosotras me dejó sin habla.

Tal y como Monet había predicho, se trataba de una imponente ciudadela cuyas construcciones habían sido consumidas por el tiempo.

¿Mis antepasados habían construido todo eso? La mera idea hizo que se me erizara la piel. Frente a mí se extendía toda una cultura olvidada por el tiempo.

—¿Estás bien?— me preguntó Monet. Su mirada se había oscurecido y su cabello había tomado un tono color azul marino muy particular.

—No me gusta este lugar— admití. No me gustaba tener que preguntarme qué había pasado con todas aquellas personas. Qué le había dado fin a toda una civilización.

Avanzamos juntas y en silencio. Cada paso se sentía incorrecto, como si este fuera un terreno sagrado y nosotras fuéramos dos forasteras que no debían estar allí, que estaban adentrándose en un territorio peligroso.

Apenas habíamos avanzado unos metros cuando un sonido a nuestras espaldas nos obligó a detenernos. Monet se movió frente a mi al instante, su machete preparado para pelear. Su cabello se había vuelvo completamente negro y una de sus manos se había aferrado a mi brazo, manteniéndome detrás de ella.

—Muéstrate— ordenó la Capitana y no hubo una pizca de miedo en su voz. Nada sucedió.

Muéstrate— ordené usando mi persuasión y, de la nada, un figura encapuchada salió de entre las sombras y apareció ante notorias.— Llévanos con tu líder.

La figura encapuchada comenzó a caminar rápidamente y la seguimos cautelosamente.

—¿Crees que es una buena idea?— murmuró Monet a mi lado.— No sabemos a quién nos enfrentamos.

—No, pero esa persona sabrá más sobre este lugar— contesté.— Necesitamos una forma de encontrar tu reliquia y no podemos hacerlo solas.

Seguimos a la figura desconocida por cinco minutos antes de que ésta se detuviera finalmente justo frente a la entrada de una cueva. Entonces, hizo algo inesperado: se volteó hacia nosotras. Yo no le había pedido que hiciera eso.

—¡Monet!— grité.— ¡Corre!

Pero ya era demasiado tarde. Unas manos envolvieron mi nariz y mi boca con un pañuelo de aroma extraño y, en unos segundos, el mundo se desvaneció ante mis ojos y fui envuelta por la oscuridad.

Los Olvidados | Los 12 Colosos 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora