V. Félix

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Luego de vaciar la despensa de comida de la pobre persona a la cual le habíamos ocupado la casa y comer una voluminosa cena, finalmente me sentí lo suficientemente fuerte como para volver a transformarme en gato alado y dormir en aquella forma. Había extrañado el estado extraño que tomaban mis pensamientos cuando me transformaba: razón siendo reemplazada por puro instinto animal.

De ésta forma, mis pensamientos intrusivos no me atacaban en cuanto apoyaba mi cabeza en la almohada para dormir y simplemente podía concentrarme en cosas más simples, como el agradable aroma que Azrael tuvo al acostarse a mi lado para dormir luego de darse un baño.

Al día siguiente amanecí aún transformado, mi cola de gato se había enroscado en sus piernas mientras dormía pero mi compañero no parecía haberlo notado. Afuera podía oírse el ajetreado sonido de un pueblo que debía levantarse temprano para darle de comer a sus familias. Incluso desde aquí podía oír a una mujer intentando vender escamas de dragón, a otra ofreciendo espadas hechas con uñas de los mismos.

Apenas me había incorporado cuando un aroma extraño llamó mi atención. Era desconocido, pero a la vez se sentía familiar, como algo que ya había olido antes pero no podía deducir exactamente a qué se debía.

Desperté a Azrael gruñiendo suavemente y el chico parpadeó un par de veces a través de sus negras pestañas antes de que su relajada expresión fuera reemplazada por un familiar ceño fruncido.

—¿Qué sucede?— preguntó sentándose rápidamente.

Como toda respuesta, olfateé el aire y me bajé de la cama haciendo que todo el suelo temblara. Una vasija rebotó en la mesilla que se encontraba y cayó al suelo, estallando en miles de pedacitos. Alcé la cabeza y miré a Azrael, que se llevó una mano a la frente.

—¿Hay alguien afuera?— preguntó y se inclinó para mirar por la ventana, su camisa blanca deslizándose sobre su piel para dejar un hombro al descubierto.

¿Mmm? Pensé, distraído. Su hombro se veía más pálido que su cuello.

—Si hay alguien afuera, dije— repitió, esta vez más fastidiado, y se volteó para mirarme de patas a cabeza— Eres demasiado grande para estar aquí dentro, deberías volver a tu forma humana o al menos transformarte en algo más pequeño, como un perro.

Un perro, eso es perfecto. Pensé e invoqué uno. Mi olfato era mucho mas desarrollado en aquella forma y comprobé que efectivamente el aroma que había sentido era definitivamente familiar.

Salté sobre la cama y pisoteé las piernas de Azrael, que no perdió la oportunidad de soltar un improperio, para llegar hasta la ventana. Posando mis dos patas sobre el alfeizar, me asomé y olfateé el exterior. No veía a nadie familiar allí, pero el olor continuaba y definitivamente podía sentirlo cada vez más cerca.

Deberíamos irnos. Intenté comunicar, aunque solo salió como un par de ladridos. Azrael me vió bajar de la cama y dirigirme hacia la puerta, por lo cual asumió que debía seguirme. Lo observé ponerse las botas y atar su vaina en su cintura, tomar las pocas cosas que teníamos y salimos de la habitación.

—¿Crees que es seguro ir hacia lo que sea que estás oliendo, Félix?— preguntó Azrael y no discutió cuando continué mi camino hacia la salida.

Definitivamente no era seguro pero quizás se trataba de lo que sea que los fantasmas de Azrael nos habían estado adviertiendo durante todo el camino.

Apenas habíamos atravesado la puerta de entrada cuando Azrael se detuvo.

—Félix, espera— dijo y se quedó muy quieto, sus ojos fijos en el suelo. Él era un maestro en ocultar sus sentimientos pero, sea lo que fuese que sus fantasmas le dijeron, hizo que su rostro se transformara en una expresión de horror absoluto—tenemos que entrar.

Los Olvidados | Los 12 Colosos 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora