XXIII: Nerea

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Hija del Océano, te he estado esperando por mucho tiempo.

La canción había cesado y había sido reemplazada por una voz débil y tenebrosa. Pude sentir a Monet moverse detrás de mí y volver a tomar mi mano, su espada desenvainada como una extensión de su propio brazo.

—¿Hola?— llamé a la voz y, por un momento, no hubo respuesta.

—Creo que viene de allí— murmuró Monet en mi oído y su aliento cálido envió un cosquilleo a través de todo mi cuerpo. Estaba señalando el ataúd sumergido en el agua pero eso era imposible, a juzgar por el musgo de la piedra, aquel cuerpo debía tener cientos de años allí.

Tanto tiempo, tanto tiempo...no creo recordar su rostro.

Miré a Monet. A juzgar por el azul oscuro de su cabello, ella tampoco debía encontrar a aquella voz misteriosa demasiado encantadora.

—¿Qué quieres de nosotras?— preguntó la princesa pirata.

¿Qué quiero? ¿Qué quiero? ¿Qué quiero?

Monet acarició el dorso de mi mano con su pulgar por un instante antes de soltarla y dirigirse en dirección al lago subterráneo. Ignoré el frío en mi palma ahora que la mano de ella ya no estaba y la seguí.

—El anillo de Nerea nos ha traído hasta aquí, tenemos la esperanza de que puedas ayudarnos a encontrar lo que estamos buscando.

¿Anillo de Nerea?— preguntó la voz y una risa horrible retumbó a través de las paredes de la cueva.— Ese anillo no le pertenece a ninguna Nerea, es mío.

Monet se inclinó sobre el agua y se llevó una mano a la boca.

Nerea, veo algo reflejado en el lago.

—¿Qué?

¡Acércate! Creo que intenta mostrarnos algo.

Me arrodillé junto a Monet, nuestros hombros rozándose, y me incliné sobre la superficie de alguna.

Ella tenía razón. Si se miraba con la atención suficiente, al fondo podían verse una serie de imágenes reproduciéndose como un sueño.

Levanté mi mano y la coloqué sobre el agua con la intención de estabilizarla. Para mi sorpresa, funcionó: la imagen se volvió más clara y comenzamos a oír otras voces provenientes de la misma.

Dos chicas se encontraban en la playa sentadas sobre la arena. Estaban muy cerca, tan cerca que era obvio que eran mucho más que simplemente amigas. Una de ellas tenía el cabello color lila de los Monaris y la otra llevaba puesto un atuendo que parecía todo menos algo que usarían los humanos. Nerea pudo reconocer algas marinas, lo cual le hizo suponer que se trataba de una Semihumana como ella.

—Quieren casarme con Gregory, Byanna— lloró la chica de cabello lila.

—¿De qué hablas?— preguntó la Semihumana y dejó de acariciar el largo cabello de la otra chica.— Creí que eso se había cancelado.

—Lo saben todo, saben sobre nosotras.

Fue en ese momento que se oyó el sonido de unos cascos repiqueteando contra la dura arena junto a la costa.

—¡Iophé, tenemos que irnos!— jadeó Bryanna y se levantó, arrastrando a la chica de la mano consigo.

Pero ya era muy tarde. Estaban rodeadas.

Una serie de imágenes comenzaron a aparecer frente a sus ojos. Las dos chicas siendo separadas, teniendo familias, Byanna en el fondo del mar creando, ¿Los collares? Ambas mujeres reencontrándose en la playa muchos años más tarde, ambas con los collares colgados en el cuello, los encuentros clandestinos que prosiguieron, hasta que estos se volvieron más apartados en el tiempo hasta que finalmente se reencontraron siendo mucho más mayores, Bryanna esta vez ya no lo tenía en el cuello.

Los Olvidados | Los 12 Colosos 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora