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Habia sangre, corría todo un río de sangre. Había sufrimiento, flotaba en un mar de sufrimiento. ¿Terminaría alguna vez?
Miles de cortes y quemaduras y una risa sarcástica que le indicaba que eso duraría toda una eternidad. No podía creer que estuviera tan indefenso, ni que su increíble poder y fortaleza le hubieran sido arrebatados, reduciéndolo a tan lamentable estado. No cesaba de pedir ayuda mentalmente en la noche, pero nadie de su raza venía en su ayuda. La agonía proseguía, incesante.
¿Dónde estaban?
¿Sus semejantes?
¿Sus amigos?
¿Por qué no acudían a socorrerle y ponían fin a todo eso?
¿Se trataba de una conspiración?
¿Le habían dejado deliberadamente en manos de esos carniceros que manejaban sus cuchillos y antorchas con tanto placer?
Había sido alguien que conocía quien le había traicionado, pero curiosamente la memoria le estaba fallando, obnubilada por un dolor sin fin. Sus verdugos habían podido capturarle, paralizarle, de modo que no pudiera mover ninguna parte de su cuerpo, ni sus cuerdas vocales. Estaba totalmente indefenso, vulnerable a los débiles humanos que estaban desgarrando su cuerpo. Oía sus risas burlonas, las interminables preguntas y sentía su rabia cuando él se negaba a reconocer su presencia o el sufrimiento que le estaban infligiendo. Deseaba la muerte, la estaba esperando, y sus ojos fríos como el hielo, nunca abandonaban sus rostros, nunca parpadeaban, eran los ojos de un depredador al acecho, observando, jurando venganza. Esa actitud les exacerbaba, pero se resistían a darle la estocada final. El tiempo ya no significaba nada para él, su mundo se había vuelto muy reducido, pero hubo un momento en que sintió otra presencia en su mente. Se trataba de un doncel joven y lejano. No tenía ni la menor idea de cómo había conectado con el, sus mentes se fusionaron, de modo que el compartía su tormento, cada quemadura infernal, cada corte, cada pérdida de sangre, la pérdida de su fuerza vital. Intentaba recordar quién podría ser. Tenía que tratarse de alguien cercano a él si podía compartir su mente. Estaba tan indefenso como él, soportando el dolor, la necesidad de protegerlo era primordial para él, no obstante, estaba demasiado débil como para bloquear sus pensamientos.
Su dolor, el cruel tormento, fluía directamente hacia el doncel que compartía su mente. Su angustia le impactó como si hubiera recibido una fuerte descarga eléctrica. Al fin y al cabo, era un varón carpatiano. Su principal deber era proteger a el doncel en cualquier circunstancia y a riesgo de su propia vida. El hecho de haber fracasado en su misión no hacía más que aumentar su desesperación y sentimiento de fracaso. Pudo captar algunas tenues imágenes de el en su mente, una pequeña y frágil figura envuelta en un manto de dolor, intentando por todos los medios regresar a la cordura. Para él era un desconocido, no obstante había algo en su color que no había visto en siglos. No podía hacer que ambos cayeran dormidos para evitar esa agonía. Sólo podía captar fragmentos de sus pensamientos, mientras ella intentaba desesperadamente pedir ayuda, descifrar lo que estaba pasando. Gotitas de sangre empezaban a aflorar de sus poros. Sangre roja. Pudo ver claramente que su sangre era roja. Eso quería decir algo importante, sin embargo estaba confundido, era incapaz de discernir por qué era importante y qué significaba. Su mente se empezaba a nublar, como si le estuvieran poniendo un gran velo sobre el cerebro. No podía recordar cómo le habían apresado.
Se esforzaba por «ver» el rostro del delator de su raza que le había traicionado, pero ésta no regresaba a su mente. Sólo había dolor. Un terrible e interminable sufrimiento. No podía emitir ningún sonido aunque su mente estallara en un millón de pedazos y ya no pudiera recordar qué o a quién, estaba intentando proteger.

Tao O'Halloran yacía retorciéndose en su cama, la lámpara le proporcionaba la luz suficiente para leer su revista médica. Leía página tras página en tan sólo unos segundos, confiando el material a su memoria, como había hecho desde pequeño. Ahora estaba finalizando su período como residente, era el residente más joven de la historia y eso suponía una prueba agotadora. Se apresuró a terminar el texto, esperando descansar un poco mientras pudiera. El dolor lo atacaba por sorpresa, azotándolo con tal virulencia que saltaba de la cama y su cuerpo se contraía al notar esa fuerza.
Intentaba gritar, reptar a ciegas hacia el teléfono, pero sólo podía retorcerse indefenso en el suelo. Estaba bañado en sudor, gotas de sangre carmesí brotaban de sus poros. Era un dolor como jamás había experimentado, como si alguien lo estuviera cortando con un cuchillo, quemándolo, torturándolo incansablemente.
El padecimiento prosiguió durante horas, días, hasta perder la cuenta. Nadie vino a ayudarlo, ni nadie lo haría; estaba solo, era tan reservado que no tenía verdaderos amigos. Al final, cuando el dolor maduró hasta el punto de sentir como si en el pecho le hubieran abierto una cavidad del tamaño de un puño, se desmayó.

~Dark Desire~ [Kristao] #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora