IV

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Tao abrió la puerta a la noche e inhaló profundo. La cantidad de información que tenía lo desbordaba.
Las criaturas nocturnas merodeaban por el bosque y el sabía el lugar exacto donde se encontraba cada animal, desde una manada de lobos a varios kilómetros de distancia hasta los tres ratoncillos que rondaban por los arbustos que tenía cerca. Podía oír el sonido de las cascadas de agua y el ruido que hacía al chocar contra las rocas.
El viento tocaba música a través de los árboles, de los matorrales y de las hojas del suelo. Las estrellas brillaban encima de su cabeza como millones de joyas irradiando sus haces de colores.
Embelesado, Tao salió de la cabaña y dejó la puerta abierta para que saliera todo el olor de sangre, sudor y sufrimiento que invadía la casa y entrara aire fresco y limpio. Podía escuchar el sonido de la savia que fluía por los árboles como si fuera sangre. Cada planta tenía un aroma especial, un color vivo. Era como si hubiera vuelto a nacer en un mundo nuevo. Levantó la cabeza hacia las estrellas, tomando aire, relajándose por primera vez en cuarenta y ocho horas.
Un búho cruzó el cielo en silencio, cada aleteo era increíblemente largo, cada pluma era ahora iridiscente para el.
Esa maravilla lo arrastró al interior del bosque. Gotitas de agua esparcidas como diamantes decoraban las rocas cubiertas de musgo. El propio musgo parecía una hilera de esmeraldas esparcidas a lo largo del arroyo y trepando por los troncos de los árboles. Jamás había visto algo tan bello en su vida. Su mente siempre estaba procesando datos. Todo era como un inmenso rompecabezas, pero todas las piezas empezaban a encajar. Había nacido siendo un doncel que comía comida y caminaba a la luz del sol. Sin embargo, tanto el como otros, presentaban claras diferencias en su sensibilidad, metabolismo y necesidades nutricionales. Era imposible creer que las leyendas de vampiros fueran ciertas. Pero, ¿podía existir una raza distinta de personas con dones increíbles que necesitaran beber sangre para sobrevivir? ¿Podían vivir mucho tiempo, sobrevivir lo indecible, ser capaces de controlar su corazón y pulmones? Sus cuerpos deberían procesarlo todo de un modo distinto. Sus órganos tendrían que ser diferentes. Todo debería ser diferente. Tao se apartó los mechones de pelo atrás de las orejas. Se pasó la lengua por el labio inferior y se lo mordisqueó con nerviosismo. Era algo digno de un cuento de hadas o de una película de terror. Un hombre no podía sobrevivir gravemente herido enterrado durante siete años. De ningún modo. No podía ser.
Pero el le había encontrado. No era una mentira. El mismo le había descubierto. ¿Cómo podía alguien seguir cuerdo después de haber estado enterrado vivo siete años, de estar agonizando en cada momento? Su mente apartó esa pregunta. No quería obsesionarse con el. ¿Y qué le estaba pasando a su cuerpo? El era diferente. Hacía siete años habían comenzado muchos cambios, con un dolor súbito que llegó hasta dejarlo inconsciente. Episodio para el cual jamás halló una explicación. Luego, habían comenzado las pesadillas tan persistentes, sin tregua, sin dejarle un momento de paz. Kris. Siempre Kris. La foto que le habían enseñado hacía dos años esos carniceros. El séptimo. Kris. Algo lo atraía, lo llamaba con insistencia hacia ese horrible lugar de tortura y crueldad. Hacia Kris. Tenían que estar conectados, de algún modo. La idea parecía imposible. No obstante, ¿no era ya extraña su propia existencia?
El necesitaba transfusiones y eso no era un problema psicosomático, lo había intentado todo para superarlo. Quizás hubiera otra explicación, alguna que su mente y  sus prejuicios humanos no podían comprender, ni tan siquiera con los hechos ante sus narices.
- ¡Tao! —La llamada fue fuerte, envuelta en miedo y confusión, una sensación de opresión, de oscuridad y dolor.
- Estoy aquí Kris.
—Le contestó con tanta facilidad que el mismo se sorprendió.
Para tranquilizarle intentó llenar su mente de todas las cosas bellas que veía.
-Vuelve, te necesito.
El sonrió ante la exigencia de su tono de voz; pero su corazón se sobresaltó al percibir la cruda verdad que ésta le transmitía. Él nunca intentaba ocultarle nada, ni siquiera su temor básico de que el le abandonara y tener que enfrentarse de nuevo solo a la oscuridad.
-¡Niño mimado! —Le dijo el mentalmente con ternura—.
No tienes por qué adoptar esa actitud de señor feudal. Enseguida estoy contigo.
—No había ninguna explicación razonable para la dicha que lo inundaba cuando Kris irrumpía posesivamente en su cabeza. También prefirió no pensar demasiado en ello. -Ven aquí ahora mismo.
—Parecía algo más relajado, y su miedo al aislamiento más atenuado—. No quiero despertarme solo.
-Necesito descansar de vez en cuando ¿Cómo se supone que he de saber cuándo te vas a despertar?
Tao estaba bromeando. Él sintió un calor en la zona del vientre. No recordaba haber sentido algo semejante anteriormente. No había vida antes que el. Sólo monstruosidad. Su mundo había sido un tormento y un infierno. Sin darse cuenta esbozó una sonrisa.
- Por supuesto que has de saber cuándo me voy a despertar, es tu deber.
- Me imaginaba que ibas a decir eso. Tao se rió en voz alta mientras corría por el escarpado terreno de regreso a casa, manifestando su habilidad para hacerlo con una fuerza como jamás había sentido. Durante un momento le pareció como si le hubieran quitado un peso de los hombros y experimentó una tremenda felicidad. Kris se dio cuenta de que no podía apartar sus ojos de el. Era tan bello, con sus cabellos rojos enredados, pidiendo que los dedos de un hombre se introdujeran entre ellos para estirarlos.
A Tao le brillaban los ojos cuando entró en la habitación.
—¿Te encuentras mejor?
—Como de costumbre examinó sus heridas para comprobar su progreso. Él levantó la mano para acariciar la seda de su pelo.
—Mucho mejor. —Era una mentira descarada y el le riñó por eso.
—¿De verdad? Estoy empezando a pensar que necesitas un monitor como los que ponemos a los recién nacidos. Quiero que estés quieto. Estoy seguro de que has estado moviéndote.
- Tengo pesadillas 
—Sus negros ojos jamás abandonaban su cara, marcando con fuego su corazón. Nadie tenía derecho a tener unos ojos como los suyos. Ojos sedientos. Ojos de fuego y que prometían una gran pasión.
—Tendremos que hacer algo al respecto —dijo Tao sonriendo. Esperaba que sus propios ojos no estuvieran revelando sus confusos y poco familiares sentimientos hacia él. Pronto los superaría; pero sencillamente era el hombre más atractivo que había conocido nunca. Nadie lo había necesitado como él. Ni su propia madre. Kris tenía un modo de mirarlo como si su vida y el aire que respiraba, dependieran sólo de el. Su razón le decía que cualquier persona podría hacerle sentir eso, pero se dejó envolver por su sed y su fuego. Por esta vez, perseguido y solo, casi al límite de sus fuerzas y haciendo frente a muchas cosas extrañas, se permitiría disfrutar de esta experiencia única. Sus ojos negros ardientes de pasión eran tremendamente seductores.
- Necesito un sueño para deshacerme de mis pesadillas.
El se apartó de él, con la palma de la mano hacia fuera para alejarle.
—Guárdate tus ideas para ti —le advirtió—. Tienes una mirada hechicera, a la que ningun doncel o mujer puede resistirse.
- Eso no es cierto Tao —negó él, con la boca cediendo a la tentación—.
Sólo un doncel. Tú.
El se rió.
—Me alegro de que no puedas moverte. El sol va a salir y he de cerrar las persianas. Vuelve a dormir. Estaré aquí cuando te despiertes.
—Tao dio unas palmaditas sobre la única silla cómoda que tenía.
- Te estirarás junto a mí donde tienes que estar —le dijo él.
Tao cerró cuidadosamente las persianas y las ventanas. Siempre tenía mucho cuidado en cerrar bien la cabaña. Durante el día el era muy vulnerable. Notaba cómo su cuerpo bajaba su ritmo, se volvía más pesado y estaba más cansado.
- Quiero que te acuestes junto a mí.
—Su voz era una pecaminosa caricia, seductora e insistente.
—Creo que te las arreglas bien solo
—respondió el, negándose a mirar sus negros e hipnotizadores ojos. Apagó el ordenador y el generador y cerró la puerta.
- Tengo pesadillas, mi pequeño pelirrojo. El único modo de ahuyentarlas es tenerte a mi lado.
—Parecía muy sincero, inocente y esperanzado.
Tao le sonrió mientras le servía otra dosis de sangre. Estaba empezando a pensar que el propio diablo se había presentado en su casa. Kris era la tentación personificada.
—Hace un par de noches te saqué una estaca y ahora tienes una importante herida en esta zona. Si me muevo durmiendo, podría hacerte daño sin darme cuenta y empezarías a sangrar de nuevo. ¿No quieres que pase eso verdad? Tomó el vaso de su mano y sus dedos se posaron justamente en el mismo lugar donde habían estado los de el. Le gustaba hacer este tipo de cosas, cosas íntimas que a el le producían la sensación de tener mariposas en el estómago.
- No en mi corazón, Tao. No me hirieron en el corazón, como debían haber hecho. Está aquí en mi cuerpo, ¿puedes oírlo? Tu corazón late al mismo ritmo que el mío.
—¿Eras un donjuán antes de que te enterraran? —le preguntó el girando la cabeza y lanzándole una sonrisa pícara por encima de su hombro.
Tao revisó su pistola para asegurarse de que estaba limpia y cargada—. Te has de beber esto, Kris, no basta con que lo sostengas en la mano. Luego vuelve a dormir. Cuanto más descanses más rápido te curarás.
- Insistes en ser mi médico cuando lo que más necesito es que mi compañero venga y se acueste a mi lado.
De nuevo su voz era tentadora.
—Bebe, Kris.
—Intentó hacerse el duro, pero le resultaba imposible cuando él parecía necesitar tanto su compañía.
- Estoy desesperado.
El no pudo hacer más que mover la cabeza.
—¡Eres tremendo! Hizo un intento de levantar el vaso para llevárselo a la boca, pero le tembló el brazo.
- No puedo levantarlo sin tu ayuda Tao estoy demasiado débil.
—¿Se supone que he de creerte? —Se rió en voz alta, pero acudió a su lado—. Tuviste fuerza para levantarme del suelo con una mano cuando te encontré. No te hagas el niño desvalido, Kris, porque no cuela. Pero, coló. Necesitaba sentir su contacto, sentir sus dedos sobre su pelo y el le acarició su densa melena inconscientemente. Sus dedos se deslizaban como si el disfrutara tanto de esa sensación como él. Kris le sacó la pistola de la mano y tiró de ell tan sediento de sentir su calor como del alimento que el le proporcionaba. Su olor —a bosque, flores y al propio aire de la noche— le transportaba.
Lo rodeó con su brazo y lo retuvo junto a él.
El se relajó y cerró los ojos. Tao durmió de manera superficial, su cuerpo era torpe a la luz del día. Kris yacía junto a el inerte, con su pesado brazo pasado posesivamente por su cintura. Varias veces el intentó levantarse durante las horas vespertinas, pero le fue imposible. Hubo un momento en que oyó un ruido fuera de la cabaña y su corazón latió alarmado, pero fue incapaz de conseguir suficiente energía como para hacer algo más que agarrar con fuerza la pistola que tenía debajo de la almohada. Sabía que era responsable de su seguridad, sin embargo, era incapaz de abrir los ojos ni de levantarse a echar un vistazo para asegurarse de que no hubiera nadie cerca. Hacía ya mucho rato que se había puesto el sol tras las montañas antes de que Tao pudiera levantarse. El hambre apretaba, dolía, pero el mero hecho de pensar en la comida le daba náuseas. Hizo un esfuerzo para sentarse, se sentía mucho más débil que nunca. Se pasó la mano por su denso cabello pelirrojo.
Kris le rodeó el brazo, fue bajando su mano desde el hombro a la muñeca. Era pequeño y delicado, pero tenía mucha fuerza interior. Le sorprendía lo valiente y fuerte que era y sobre todo su compasión. Lo encontraba interesante, incluso misterioso. El mundo tal como él lo conocía había empezado siete años antes: dolor, aislamiento y oscuridad. Había nacido un monstruo dentro de él que había eclipsado su alma. Al principio no sentía ninguna emoción, tan sólo una voluntad que no moriría jamás, una gélida determinación, una promesa de venganza por su alma perdida. Los encontraría —al traidor, a los asesinos humanos— y los destruiría. Pero al haber encontrado a su compañero, a pesar de la distancia que les separaba, había empezado a sentir. Ardía en una oscura furia que no cesaría jamás hasta hallar un modo de vengarse por haberle arrebatado su alma. Todas sus emociones eran oscuras y lúgubres, hasta que Tao le cambió. Desde el momento en que conectó con su mente, había permanecido en ese refugio, en esa parte de el, se había convertido en una sombra tan silenciosa que el no siempre era consciente de su presencia. No podía soportar estar alejado de Tao.
El puño de Kris se enredó en su corto y sensual pelo.
El despertaba sensaciones en él para las que no tenía nombre. Nunca más podría soportar estar solo en lugares cerrados. Jamás permitiría que el corriera ningún riesgo. Maldecía en silencio su debilitado cuerpo, se llevó a la cara el sedoso pelo de Tao para oler su fragancia.
—¡Estoy tan cansado! —le confesó el, balanceándose ligeramente al sentarse al borde la cama. Le resultaba raro tener con quien hablar, despertarse y no estar solo. Lo normal es que Tao se sintiera incómoda en esa situación —jamás había compartido la vida con nadie— sin embargo, con Kris había una extraña familiaridad, como si le hubiera conocido toda la vida. En su vida siempre había reinado el aislamiento, siempre se mantenía a distancia. Kris no respetaba esa barrera, entraba y salía de su mente como si le perteneciera. Su contacto era posesivo, incluso íntimo.
Tao se asombraba de sus propios sentimientos y de su extraña afinidad. Estaba entusiasmado con su raro descubrimiento científico, que quizás encerraba la respuesta a una terrible enfermedad que marcaba a los que la padecían como nosferatu , impuros. Los muertos vivientes, su raza estaba condenada a una vida de ocultación y desprecio, siempre con temor a ser descubiertos. Era importante descubrir si eran razas distintas o si algún extraño código genético era el causante de su necesidad de alimentarse de sangre. Tao estudiaba la demacrada pero atractiva cara de Kris. Parecía joven, pero sin edad. Se le veía atormentado, como si hubiera sufrido mucho, sin embargo, era como una roca. Ahora podía ver su poder, era como una segunda piel. Mordiéndose el labio, se apartó de él con ojos pensativos. Estaba recuperando su fuerza y poder. Su cuerpo sanaba lentamente, pero sus inusuales facultades parecían regresar con mayor rapidez. Se le pasó por la cabeza que podía temer a esa criatura que yacía inerte en su cama. Era evidente que podía ser extremadamente peligroso, capaz de una violencia extrema. Sobre todo con su mente en aquel estado y con su rabia tan profunda. Kris suspiró.
-No me gusta que me tengas miedo, Tao.
—Si no siguieras leyendo mis pensamientos, Kris —le dijo con tacto, temeroso de que se enfadara— entonces, no tendrías que enterarte de las cosas que me preocupan. Puedes ser muy violento. Puedo verlo.
El se levantó de repente, en un gesto rápido de haber recobrado su energía y dejó que su sedoso pelo se deslizara a través de sus dedos. Kris, con los ojos medio cerrados observaba los pensamientos transparentes que pasaban por su expresivo rostro. Tao era incapaz de subterfugios. Era como un libro abierto.
—Todavía no he reflexionado sobre lo que ha pasado. Salí en tu búsqueda y te rescaté. Te he hecho sufrir mucho. —Sus grandes ojos verdes se fijaron en el rostro de Kris. Al momento, se formaron unos oscuros nubarrones en su mirada al notar su tono de burla retumbando en su mente—. ¡Algún idiota ha intentado clavarte una estaca en el corazón y ni siquiera acertó!
-Por lo cual estoy muy agradecido.
Y todavía más de que tú me rescataras. No me gustaba estar prisionero y con semejante sufrimiento.
—Creo que me alegro de haberte rescatado, pero lo cierto es que he visto que te recuperas más rápido de lo esperado. Ahora eres todavía más peligroso, ¿no es así?
-Jamás para ti —negó él.
El levantó una ceja.
—¿Es estrictamente cierto? Yo también he estado dentro de tu mente ¿recuerdas?
—El había conectado con su mente y captado la extrema violencia y furia ciega que todavía bullía en su interior. A veces te puedo leer tan bien como tú me lees a mí—. La mitad del tiempo no tienes ni idea de lo que
estás haciendo. No recuerdas quién eres.
-Quizás no, Tao, pero sé que eres mi alma gemela. Nunca podría hacerte daño.
—Su rostro parecía granito, sus ojos oscuros y gélidos. El tenía razón, él era peligroso. Él también lo sabía en el fondo de su alma. No podía confiar en su mente. La presencia de Tao le tranquilizaba, pero su mente era un laberinto de oscuras y letales sendas. No estaba seguro de ser capaz de distinguir la realidad de la pesadilla si el frágil equilibrio de su mundo se rompía. Sus oscuros ojos brillaban como la obsidiana y desvió su mirada de el avergonzado. Tenía que dejarlo en libertad, pero no podía. El suponía su cordura, su única salida de la infernal pesadilla en la que vivía.
-He jurado que te protegería. Lo único que te puedo prometer es que ese juramento está en mi corazón. Tao se apartó de la cama, cerró los ojos y le cayeron unas lágrimas. Él se encontraba en un laberinto traicionero, caminaba por un estrecho sendero entre la cordura y un mundo que el ni siquiera quería intentar comprender.
—Yo te protegeré Kris. Tienes mi palabra de honor, no te abandonaré. Cuidaré de ti hasta que estés bien.
-¿Y luego? —Su oscura mirada se deslizó lentamente sobre el. ¿Intentarás dejarme, Tao? Me has salvado y ¿ahora piensas dejarme?
—Su tono de voz desvelaba cierto sarcasmo que despertó en el algo que no sabía que existía. Algo que superaba el miedo: el terror.
El movió la barbilla con cierta agresividad.
—¿Qué significa eso? Por supuesto, que no te abandonaré. Estaré contigo y te ayudaré a superar todo esto. Encontraremos a tu familia. Era demasiado tarde. Aunque intentara poner distancia entre ambos, no podía romper su vínculo. La sangre de él corría también por sus venas, su mente conocía el acceso de entrada a la suya. Sus almas se llamaban mutuamente. Sus corazones latían al mismo ritmo y era sólo cuestión de tiempo que él poseyera también su cuerpo. Huir no les salvaría a ninguno de los dos.
Kris lo sabía con la certeza que sabía otras pocas cosas. Pero transmitirle a el ese conocimiento no haría más que asustarlo. El corazón de Kris padeció un singular sobresalto. Su Tao temía a la muerte mucho menos que su compromiso personal. Realmente no tenía ni idea de que ya estaban unidos. El le necesitaría, necesitaría tenerle cerca, su conexión mental, que estuviera dentro de su cuerpo.
-Puedo notar tu necesidad, de realizar las funciones humanas que te gustan. Ve a bañarte. No tengo prisa para que examines mis heridas.
Tao parpadeó antes de girarse para desaparecer en la otra habitación. Intentaba hacer que el se sintiera cómodo, pero sólo consiguió estremecerlo. Su voz tenía un tono que el notó que empezaba a ser cada vez más evidente y poco tranquilizador. Era un tono de posesión, de autoridad total. Tenía la sensación de que poco a poco Kris se iba apoderando de su vida. Estaba en sus pensamientos, en su cabeza, en todas partes y el lo estaba permitiendo. Kris yacía en silencio mirando al techo. A Tao le preocupaba el modo en que el respondía con él. A él le intrigaba el cerebro de Tao, el modo en que planteaba todos los problemas desde una perspectiva científica o intelectual, en lugar de emocional. Notó que se le dibujaba una sonrisa en sus labios. Él le conocía a fondo, pasaba más tiempo en su mente que fuera de el. No perdía ninguna oportunidad. El había intentado tranquilizarle hablándole de su familia. Pero él no tenía más familia que Tao. Tampoco quería, ni necesitaba otra. Pero el todavía no había aceptado ese rol. Una parte insistía en seguir viéndole como un paciente. En primer lugar era médico y en segundo investigador. Él estaba en su mente. Sabía muy bien que el jamás se había planteado la idea de un compromiso a largo plazo. Tampoco esperaba vivir mucho tiempo, menos aún compartir su vida con alguien. Esa idea era totalmente ajena a su naturaleza, no cabía en su mente. Él escuchaba el sonido del agua de la ducha, consciente de que caía sobre su piel. Empezó a encontrarse mal, a sentir un dolor incesante. Le sorprendió ver que su cuerpo regresaba a la vida, que podía sentir signos de sexualidad. Tenía una vaga sensación que no había notado en siglos, mucho menos con su cuerpo tan destrozado y su mente tan fragmentada. Tao le había devuelto a la vida. Era más que eso, más que una mera existencia, no podía esperar a ver su sonrisa, a ver su pelo enredado de tal modo que siempre reclamaba su atención. Le gustaba contemplar todos sus gestos, cada movimiento y giro de su cabeza. Le gustaba cómo funcionaba su cerebro, enfocado y absorto, el modo en que su mente se llenaba de humor y de compasión. Kris maldijo de nuevo la debilidad que le invadía. Necesitaba sangre fresca. Aquietó su cuerpo y su mente, haciendo acopio de todas sus reservas de fuerza. Levantó una mano, concentrado en la puerta de la cabaña. La cabeza le retumbaba. Sentía el fuego por sus heridas. Maldiciendo de nuevo, volvió a caer sobre la almohada. Podía utilizar sus poderes físicos, pero cuando invocaba a su mente para que realizara la tarea más simple, no respondía. Olió su primera y fresca fragancia, el aroma de flores que se desprendía de su pelo. El había entrado en la habitación con tanto sigilo que no había oído el sonido de sus pies desnudos sobre el suelo, aunque su mente jamás se separaba del todo de la de el y sabía el momento exacto en que había tomado la toalla y se había acercado a él.
—¿Qué pasa Tao? ¿Has intentado moverte o romper algo? —Había ansiedad en su voz, pero su tono era fríamente profesional mientras examinaba sus heridas. Estaba envuelto en una gran toalla de algodón de color melocotón pálido. Al inclinarse sobre él, le cayó una gota de agua desde el hombro hasta el pecho que desapareció en la toalla. Kris observó la gotita de agua y de pronto tuvo mucha sed. Las pestañas de Tao eran descaradamente largas, su exuberante boca hizo una pequeña mueca mientras revisaba los puntos de las heridas. Era increíblemente bello, tanto que le cortaba la respiración.
—¿Kris? ¿Qué pasa? —Le dijo con un tono tan suave que parecía una caricia.
-Sin recuerdos, ni facultades. La tarea más sencilla es imposible.
—Su pulgar acariciaba suavemente el
interior de la muñeca de Tao.
—Te curarás, Kris. No seas impaciente. Si necesitas algo, no tienes más que pedírmelo. —El contacto de los dedos de Kris le producía un cosquilleo en el estómago. Le sorprendía ser tan susceptible a sus encantos. El no era así. Aunque la sensualidad de Kris permanecía oculta, algo en su interior se estaba ablandando y sentía gozo. A pesar de todo sólo quería sonreír. El dolor dejó de importarle, sus fragmentados recuerdos y su cuerpo impotente no eran más que inconvenientes que acabaría superando. Tao era lo único que importaba.
-Ábreme la puerta para que pueda respirar el aire de la noche —le dijo intentando no devorarlo con sus ojos. Era muy consciente de que el se estaba empezando a dar cuenta de que nadie —mucho menos el con su amable y compasiva naturaleza— podía oponerse a su voluntad, voluntad forjada en las hogueras del infierno.
El hizo lo que le pidió.
—No habrás intentado levantarte ¿verdad? No puedes, Kris. Te harías mucho daño. Y si sigues creando tejido queloide, acabarás pareciendo Frankenstein. Él había cerrado los ojos para inhalar el aire fresco de la noche.
-A los carpatianos no se nos quedan cicatrices.
—Eso salió de no sabe dónde. Estaba eufórico por haber recordado algo. Estaba contento de acordarse de quién era Frankenstein.
Tao levantó las cejas.
—¿De veras? Entonces, ¿qué es esa delgada línea alrededor de tu garganta? Casi no se puede ver, pero allí está. De pronto se le abrieron los ojos con una expresión de rabia despiadada. Tao se apartó de él rápidamente con el corazón en un puño. Pudo ver llamas rojas ardiendo en el fondo de sus ojos. Parecía un demonio, un depredador invencible. La impresión fue tan fuerte que el se llevó la mano a la garganta para cubrir las pruebas de las salvaje heridas que allí tenía. Kris no era consciente de Tao, de la habitación y de su debilitado cuerpo. El sentimiento de lucha era fuerte en él. Se tocó la blanca y ligera cicatriz que circundaba su yugular. La sensación de peligro fue tan fuerte, que sintió como afloraba la bestia que había en él. Los colmillos explotaron de su boca y sus uñas empezaron a crecer. Sus músculos se retorcieron y contrajeron, su poder y enorme fuerza se unieron a su voluntad. Un lento y letal silbido se escapó de sus dientes. Entonces el dolor de su cuerpo derivado de los músculos que esperaban liberarse, le hicieron consciente de que su cuerpo yacía indefenso en la cama. Recordó levemente el rostro ansioso de un doncel, con los ojos inundados de lágrimas. Él debía conocerlo.
Apretó los puños y agradeció el dolor que le ocasionó ese fragmento de su memoria. Tao vio cómo levantaba las manos y se agarraba la cabeza para intentar calmar su dolor. Al momento el estaba a su lado, sus relajantes dedos acariciaron el pelo que le caía sobre la frente.
—Kris, deja de atormentarte. Al final lo recordarás todo. Tao cruzó la habitación y se dirigió al armario para cambiarse de ropa.
—Insistes en pensar que tu cuerpo puede olvidar instantáneamente el trauma que ha padecido. Necesita descansar para recuperarse, descanso y cuidados. Tu mente, necesita lo mismo.
-No puedo hacer las cosas que debería. No recuerdo nada, sin embargo siento que hay cosas que son importantes para los dos y que he de saber.
El sonrió ante su frustración. Kris era un hombre que no estaba acostumbrado a estar enfermo o herido.
—Te referiste a ti como carpatiano. Sabes que eres de esta zona montañosa. Lo has recordado.
El se fue a la otra habitación. Él podía oír cómo se vestía, el susurro de sus panties de seda y de los téjanos de algodón resbalando sobre sus piernas. Su cuerpo se retorció, ardía y ese calor no hacía más que empeorar su malestar.
—¿Kris? —Su voz era tan suave, que podía sentirla sobre su piel y terminaciones nerviosas como si fuera la yema de sus dedos.
—Por favor no te desanimes. Técnicamente, deberías estar muerto. Has superado todas las previsiones.
—El volvió a entrar en la habitación secándose el pelo con la toalla.
—Tú pensabas que yo era una de los tuyos. Un carpatiano. ¿Quiénes son ellos? ¿Puedes recordarlo?
-Soy carpatiano. Somos inmortales. Podemos...
—Se detuvo, la información se alejaba. Tao se apoyó en la pared observándole con asombro y fascinación. De pronto se le secó la boca, el corazón le dio un vuelco en el pecho.
—¿Qué estás diciendo Kris? ¿Vives eternamente?
—¿Qué era él? ¿Y por qué estaba empezando a creerle? Había estado enterrado vivo durante siete años. Sobrevivió con sangre de ratas. El había visto el rojo resplandor de sus ojos en más de una ocasión. Sentido su fuerza imposible, incluso herido como estaba. Sus manos puestas en la toalla temblaban de tal modo que se las puso en la espalda.
-Vampiro.
—La palabra llegó motu proprio a su mente.
—No es cierto —negó el en un susurro—. Es imposible. Yo no soy nada semejante. No te creo.
-Tao.
Su voz era tranquila, mientras el se ponía más nervioso. Él tenía que recuperar todos sus recuerdos. Los necesitaba todos, no sólo esos trozos dispersos que tanto le frustraban.
—Kria puede que tú seas un vampiro. Estoy muy confundida. Casi me lo creo todo. Pero yo no soy así.
—El hablaba más para sí que para él. Recordó todas las horribles leyendas de vampiros que había escuchado alguna vez. Se llevó la mano al cuello recordando el vicioso modo en que había tomado su sangre al principio. Casi lo mata.
—No lo hiciste porque necesitabas que te ayudara —le dijo el de pronto. No se le ocurrió que se había acostumbrado tanto a que él leyera su mente que simplemente aceptó que supiera de lo que el estaba hablando. ¿Lo controlaba siempre? ¿No podían hacer eso los vampiros?
Kris lo observaba detenidamente, sin mover el cuerpo, con sus gélidos ojos impertérritos. Podía saborear su miedo en su boca, sentía cómo le golpeaba en su mente. Incluso cuando tenía miedo, el procesaba la información a una velocidad increíble. El modo en que dejaba a un lado las emociones para concentrarse en lo intelectual era una protección. Él le había proporcionado una pequeña muestra de la oscuridad y violencia que había en él. Era algo tan natural para él como respirar. Tarde o temprano el tendría que enfrentarse a quién era él realmente. Tao se sentía atrapado en la trampa de sus despiadados y vacíos ojos negros, como si fuera una conejillo hipnotizado. Aunque estaba petrificado, su cuerpo quería avanzar hacia él, como si de una extraña compulsión se tratase.
—Respóndeme, Kris. Sabes todo lo que estoy pensando. Respóndeme.
- Tras siete años de sufrimiento y hambre, mi pequeño pelirrojo, después del tormento y el sufrimiento, pensé en tomar tu sangre.
-Mi vida —corrigió el con valor y necesitando encajar todas las piezas del rompecabezas. Él miraba incesantemente con sus ojos de depredador. Tao se crujió los dedos en un acto de agitación. Parecía un extraño, un ser invencible sin emociones, sólo un asesino implacable. El se aclaró la garganta—. Me necesitabas.
-No tenía otro pensamiento del que alimentarme. Mi cuerpo reconoció el tuyo antes que mi mente.
—No te entiendo.
-Una vez supe que eras mi compañero, mi primer pensamiento fue castigarte por dejarme en aquel tormento, luego vincularte a mí para la eternidad.
—No había disculpa, sólo era cuestión de esperar. Tao sentía el peligro, pero no se desmoronó.
—¿Cómo me vinculaste a ti?
-Por nuestro intercambio de sangre.
El corazón de Tao latía dolorosamente.
—¿Qué significa eso exactamente?
-El vínculo de sangre es muy poderoso. Yo estoy en tu mente al igual que tú estás en la mía. No podemos mentirnos. Siento tus emociones y conozco tus pensamientos como tú conoces los míos.
Tao movió la cabeza negando.
—Eso puede ser cierto para ti, pero no para mí. A veces siento tu dolor, pero nunca sé qué piensas.
-Eso es porque has elegido no fusionarte conmigo. A menudo tu mente busca el contacto y la seguridad de la mía, pero no quieres permitirlo, entonces yo me uno a ti para evitar tu malestar.
Tao no podía negar la verdad que encerraban sus palabras. Muchas veces notaba que su mente sintonizaba automáticamente con la suya, que iba en su búsqueda. Molesto por la indeseada y poco familiar necesidad, siempre se imponía una estricta autodisciplina. Era un acto inconsciente, algo que hacía como medida de protección. Kris, a los minutos de notar su necesidad, siempre acudía a el para entablar el contacto. Tao respiró profundo y dejó salir el aire lentamente.
—Pareces saber más que yo sobre lo que está sucediendo. Cuéntame más.
- Las almas gemelas están unidas para toda la eternidad. Una no puede vivir sin la otra. Nos compensamos. Tú eres la luz de mi oscuridad. Hemos de compartirnos con frecuencia.
Tao palideció, sus piernas se debilitaron y se cayó sentado en el suelo. Toda la vida había condenado a su madre por vivir una vida en la sombra. Si Kria, le estaba diciendo la verdad y algo le hacía temer que así era, ¿era eso lo que le había pasado a su madre? ¿Lo había sentenciado Kris al mismo destino fatal? Apoyó la mano en la pared, utilizándola como soporte, se levantó.
—Me niego a aceptar esto. No soy tu compañero. No me he comprometido con nadie ni pienso hacerlo.
—Empezó a desplazarse por la pared en dirección a la puerta.
-¡No, Tao!
No era una súplica sino un mandato imperioso, sus rasgos duros eran una máscara implacable.
—No dejaré que me hagas esto. No me importa que seas un vampiro. Puedes matarme si quieres Kris, porque no tienes otra opción.
-No entiendes lo que es el poder, Tao, ni sus usos o malos usos.
Su voz era una suave amenaza que le provocaba un escalofrío por la columna.
-No me desafíes.
Tao levantó la barbilla.
—La vida de mi madre se malogró, mi infancia fue un infierno. Si mi padre era como tú, la vinculó a él del mismo modo y luego la abandonó...
—El se calló y respiró profundo para recobrar el control—. Soy fuerte, Kris. Nadie va a poseerme, controlarme o abusar de mí. No me suicidaré por que un hombre me abandone. Ni tampoco dejaré solo mi hijo o hija, mientras yo me retraigo y me convierto en una concha vacía. Kris podía sentir lo que había sufrido de pequeño. Sus recuerdos eran crudos y desagradables. Había estado muy solo y necesitada de apoyo y guía. Al igual que cualquier niño se culpabilizaba de su aislamiento. En el fondo pensaba que no era digno de ser querido, que era demasiado diferente. El niño se había desconectado de sus emociones —no eran seguras— y había entrenado a su mente a tomar el control cuando estaba asustado o se sentía amenazado de alguna forma. El caminó hacia atrás en dirección a la puerta, sus ojos todavía estaban clavados en los de él. Kris hizo un esfuerzo para apagar su furia, su promesa de venganza, pero a el no le podía ocultar su torbellino de emociones. Ahora estaba demasiado cerca y consciente de él. Kris simplemente se apartó de el en silencio. Giró su cara hacia otro lado. Tao también se giró empezó a llorar por su madre, a llorar por el. Nunca lloraba, jamás. Había aprendido hacía mucho tiempo que las lágrimas no servían de nada. ¿Por qué había sido tan estúpido como para creer que podía afrontar cosas que ni tan siquiera entendía? Corría rápido, su cuerpo estilizado y aerodinámico producía un ligero sonido al pasar al lado de los troncos podridos y de las rocas cubiertas de musgo. Tardó algún tiempo en darse cuenta de que iba descalzo y en ningún momento había pisado una rama o una piedra. Parecía rozar el suelo en lugar de pisarlo. Sus pulmones estaban bien, no necesitaban una dosis extra de oxígeno. Sólo tenía hambre, un hambre intensa y devoradora que se acrecentaba en cada paso. Tao bajó el ritmo y siguió con un paso largo regular, levantó la cabeza para mirar las estrellas todo era de una belleza extraordinaria. El viento transportaba aromas, historias. El zorro se revolvía en su zorrera, había dos ciervos cerca y un conejo entre los arbustos. Se paró de golpe cerca de un riachuelo. Necesitaba un plan. Correr como un animal salvaje era ridículo. Puso las manos sobre un tronco de árbol, sus dedos notaban todas sus formas, notaba cómo fluía la savia como si fuera sangre, sentía la vida del árbol. Percibía todos los insectos que lo poblaban, que habían hecho su casa de él. Se sentó en la tierra con un tremendo sentido de culpa. Le había dejado solo, sin protección. No le había dado de comer. Puso la frente entre sus manos. Todo era una locura. Nada cuadraba. El hambre lo acechaba como un monstruo insidioso y podía oír la llamada de los latidos de los corazones de los animales del bosque.
Vampiro.
¿Existía semejante criatura? ¿Era el un vampiro? Kris tomó su sangre con tanta facilidad, como si lo hubiera hecho siempre. El sabía lo que había en su interior, podía ser terriblemente frío y sin piedad, arder en una venenosa furia. Nunca lo había mostrado en su cara o en el modo en que le hablaba a el, pero estaba allí, bajo la superficie. Tao cogió una piedra y la lanzó al río. Kris. ¿Qué iba a hacer con él? Su cuerpo se retorció de malestar, su mente estaba inquieta. Sentía una inminente necesidad de acudir a su lado, de asegurarle que todo iba bien. Su mente intentaba comprender, creer en lo imposible. Él era una criatura muy distinta a un ser humano. El no era como él, pero probablemente su padre sí lo fuera.
—¿En qué piensas Tao? —se dijo a sí mismo. ¿Un vampiro? ¿Crees que este hombre es un vampiro de verdad? Te estás volviendo loco. Un estremecimiento recorrió su fino cuerpo. Kris le había dicho que el intercambio de sangre les había unido. ¿Había conseguido él de algún modo transformarlo en una de su raza? Su lengua recorrió la cavidad de su boca y exploró sus dientes. Parecían iguales, pequeños y rectos. El hambre acuciaba, se volvía feroz y voraz. Oyó el latido del corazón de un conejito. Su corazón saltó de gozo. Una alegría feroz y depredadora le invadió y se giró hacia su presa. Sus colmillos explotaron contra su lengua, transformándose en afilados incisivos, sedientos y a la espera.

~Dark Desire~ [Kristao] #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora