III

101 14 3
                                    

El silencio que reinaba en la cabaña se rompió con el sonido de las criaturas nocturnas que se dedicaban cantos mutuamente.
Estaba atardeciendo y la tierra volvía a ser suya.
El aire volvió a llenar sus pulmones, su pecho se elevaba y bajaba, el corazón empezó a latir. La agonía siempre le superaba, le cortaba la respiración, le paralizaba su mente. Yacía quieto, a la espera de que su mente aceptara las atrocidades que le habían hecho a su cuerpo. Apareció el hambre, una fuerte y aguda sensación de vacío que no se saciaba nunca.
La rabia volvió a brotar, consumiéndole, incitándole a matar para llenar ese terrible vacío. En medio de ese caldero de intensas y violentas emociones, de pronto surgió algo tranquilo y amable.
Un atisbo de recuerdo. Valor. Belleza. Un doncel.
No un doncel cualquiera, sino el suyo, su compañero. Con su cabello pelirrojo y su fuego.
Caminaba como un ángel por donde otros hombres temían pasar, incluso los de su especie. Se enrolló un mechón de su sedoso pelo entre sus dedos, temeroso de despertarlo, de que volviera a padecer.
Tao.
¿Por qué nunca había utilizado el el nombre de él? Algo indeciso le dio la orden de despertarse y observó cómo entraba el aire en su cuerpo, escuchaba el flujo de su sangre a su paso por el corazón. Sus pestañas se movieron.
El se cobijó inconscientemente entre sus brazos. Él conectó con su mente con cautela e hizo inventario. Al despertar, en cuestión de momentos, su mente ya había asimilado todo lo que le había sucedido la noche anterior y estaba revisando toda una lista de enfermedades y síntomas. El cuerpo le dolía. Tenía hambre, estaba débil, sentía miedo por su recuperación, por su cordura, por lo que él podría ser. Se sentía culpable por haberse dormido en lugar de haber estado vigilándole.
De repente, volvió su necesidad urgente de seguir con su investigación, de completar su trabajo. Sentía compasión por él, terror de que no sanara y de que quizás el no había hecho más que aumentar su sufrimiento. Miedo a que les encontraran antes de que él estuviera lo bastante fuerte como para seguir su camino.
Kris levantó las cejas.
-Nuestro camino es el mismo.
El se sentó animadamente y se echó hacia atrás su enredada cabellera.
—Me podías haber dicho que hablabas inglés. ¿Cómo lo haces? ¿Cómo puedes hablar conmigo telepáticamente en lugar de hacerlo en voz alta?
Él simplemente lo miró con curiosidad con ojos de no entender nada.
Tao le miró con cautela.
—¿No estarás pensando en morderme de nuevo verdad? He de decirte que no hay parte de mi cuerpo que no me duela. —Le regaló una amplia sonrisa—. Sólo por curiosidad, ¿tienes al día tus vacunas contra la rabia? —Sus ojos le estaban produciendo algo en sus entrañas, provocándole una oleada de calor donde no debía haberla. Él le miró los labios.
La forma de su boca le fascinaba, tanto como el bello resplandor de su alma.
Levantó la mano para ponérsela en la mejilla, el pulgar acariciaba su delicada mandíbula, la yema se desplazó hasta la barbilla para encontrarse con la satinada perfección de su labio inferior.
A Tao le dio un vuelco el corazón y el calor se fue más abajo, transformándose en otro tipo de dolor. Él bajó su mano por su cogote. Despacio e inexorablemente llevó su cabeza hacia la suya. Tao cerró los ojos, deseoso, pero a la vez temeroso de que él tomara su sangre.
—Odio tener que alimentarte cada día —murmuró rebelándose. Entonces su boca rozó la de el.
Tao sintió un sensual estremecimiento que le recorrió todo el cuerpo. Sus dientes mordisquearon su labio inferior, jugueteando, tentando, hechizando. Dardos de fuego recorrían su torrente sanguíneo. Los músculos de su estómago se contrajeron.
- Abre la boca, pequeño pelirrojo testarudo.
—Sus dientes tiraron de su boca, su lengua se introdujo acariciándolo.
Tao jadeó, debido al tierno y burlón mensaje y al efecto de sentir sus labios en los suyos. Él se aprovechó inmediatamente y selló su boca contra el de el, mientras su lengua exploraba cada rincón de su aterciopelada cavidad. El fuego lo abrasaba, se propagaba como si fuera una tormenta. Saltaban chispas y Tao
supo lo que era la química, el sentimiento, puro y duro. No existía nada más que su boca reclamando la de su hombre, transportándolo a otro mundo del que desconocía su existencia. El suelo cambió de lugar y Tao se agarró a sus hombros para evitar flotar hasta las nubes. Él estaba acabando con cualquier residuo de resistencia, exigiendo su respuesta, acogiendo su reacción, su voraz apetito y su deseo. También estaba en su mente, una posesión al rojo vivo. El era suyo, sólo suyo, siempre suyo. Presuntuosa satisfacción masculina. Tao le dio un empujón en sus amplios hombros y cayó al suelo, secándose la boca con el dorso de la mano. Se miraron mutuamente, hasta que le entró risa. Primitivo, macho, provocador. Su rostro no reflejaba nada, ni un parpadeo en sus gélidos ojos, pero el sabía que él también se reía. Al cabo de un momento se dio cuenta de que su bata se había abierto ofreciéndole una generosa visión de su cuerpo desnudo. Con gran dignidad, Tao se la volvió a abrochar. —Creo que tenemos que aclarar algo. —Se sentó en el suelo, luchando desesperadamente por recobrar su ritmo respiratorio y apagar el fuego que corría por sus venas, Tao temía que no lo tomara en serio—. Soy tu médico, tú eres mi paciente. Esto... —Movió una mano como para buscar las palabras adecuadas—. Este tipo de conducta no es ética. Otra cosa más. Aquí mando yo. Eres tú quien ha de obedecer mis órdenes, no a la inversa. Nunca jamás, bajo ninguna circunstancia vuelvas a hacer esto. —Involuntariamente se tocó el labio inferior con los dedos—. Nada de esto habría pasado si no me hubiera infectado con no sé qué variedad de rabia. —Le dijo mirándole. Él sencillamente lo observaba con esa mirada fija y desconcertada. Tao inhaló, arrugó la nariz, desesperado por cambiar de tema a otro más seguro. Se suponía que estaba medio muerto. Debía estar muerto. Nadie sería capaz de besar de ese modo tras la agonía que había pasado. El nunca jamás había respondido a nadie del modo en que había reaccionado con él. Jamás. Estaba sorprendido del efecto que él tenía sobre el. Hubo un destello repentino en sus ojos, que reflejaba una mezcla de sorpresa y de diversión.
-Jamás debes responder así con ningún otro hombre. No me gustaría.
—¡Deja de leer mi mente! —Sus mejillas se sonrojaron y le miró—. Esta es una conversación totalmente impropia de un doctor con su paciente.
-Quizás sea cierto, pero no entre nosotros.
El apretó los dientes, mientras sus verdes ojos ardían de pasión.
—¡Cállate! —le dijo con rudeza, un tanto desesperado.
Tenía que hallar el modo de recobrar el control y él no lo estaba ayudando mucho. Respiró lento y profundo para recobrar su dignidad—. Necesitas un baño y tu pelo un buen lavado.
—Tao se levantó y acarició suavemente su espesa melena azabache, sin darse cuenta de que ese gesto era curiosamente íntimo—. Tú eras el número siete. Me pregunto si alguno de los otros también estará vivo. Dios mío, espero que no. No tengo modo de encontrarles. Cuando el se giraba, él lo agarró por la muñeca.
-¿Qué es el número siete?
Tao dio un pequeño suspiro.
—Esos hombres, los que me persiguen, tenían fotografías de algunas de las víctimas que habían asesinado hacía unos siete años. Se hallaron ocho cuerpos, aunque probablemente haya muchas más víctimas de lo que nadie pueda imaginar. La gente se refiere a ellos como los cazadores de «vampiros» porque sus víctimas eran asesinadas clavándoles una estaca de madera en el corazón. La foto número siete era la tuya. Eras tú. Sus ojos lo miraron preguntándole más. El hambre empezaba a hacer su aparición, se convertía en un dolor agudo y dispersante. Él estaba tan metido en su mente que el no podía saber quién de los dos necesitaba sangre desesperadamente.
—¿Sabes cómo te llamas? Parecía como si estuviera confundido.
- Sabes, eres mi alma gemela.
El abrió los ojos con expresión de sorpresa.
—¿Tu alma gemela? Tú, ¿tú crees que nos conocemos? Yo no te había visto en mi vida. Sus ojos negros se entrecerraron. Su mente invadió la de el en un acto de confusión y consternación. Parecía estar seguro de que le estaba mintiendo. Tao se pasó la mano por el pelo, el gesto entreabrió ligeramente su bata y enseño sus pezones.
—He soñado contigo. A veces he pensado en ti...incluso quizás he sentido tu presencia. Pero jamás te había visto físicamente hasta hace un par de noches.
—¿Hacía tan sólo cuarenta y ocho horas? Parecía una eternidad—. Algo me atrajo al bosque, a ese sótano, no sabía que estabas allí. Todavía más confundido.
- ¿No lo sabías?
Estaba sondeando su mente .
—El notaba su presencia en su mente y le resultaba extraño. Él estaba más familiarizado, aunque el reconocía su contacto. Era raro, emocionante, pero temible que hubiera alguien capaz de alcanzar un conocimiento tan íntimo de su persona.
Tao se decía a sí mismo que le permitía examinarlo sólo porque le veía muy agitado. Sentía la necesidad propia de su profesión de tranquilizarle, de eliminar todo sufrimiento de su cuerpo y de su mente. Esa necesidad nada tenía que ver con el modo en que él conseguía que se sintiera. Todo lo que lo rodeaba, ahora parecía tan diferente. Los colores eran más vívidos, más profundos. A Tao le molestaba su propia aceptación de tantos acontecimientos extraños, la facilidad con la que él entraba y salía de su mente. Sus dedos de pronto la estrecharon como una cinta alrededor de su cintura.
- Soy Kris. Soy tu compañero. No cabe duda de que puedo compartir tu mente. Es mi derecho, como lo es el tuyo compartir la mía. Más que un derecho, es una necesidad para ambos.
No tenía ni idea de lo que le estaba diciendo, de modo que no le hizo caso y por otra parte, le preocupaba saber tan poco de él. De pronto, volvió a sentir la necesidad de tocar su melena.
—¿Puedes hablar en voz alta? Sus ojos respondieron, impacientes y frustrados ante su imposibilidad.
El le tocó la frente, calmándole, relajándole.
—No te preocupes. Has sufrido mucho. Date un tiempo. Te estás curando increíblemente rápido. ¿Sabes quién te hizo esto?
- Dos humanos y un traidor.
—La rabia volvió a aflorar y por un momento surgieron llamas rojas de la profundidad de sus ojos negros. A Tao casi se le para el corazón y se echó hacia atrás para poner distancia entre ellos. Él se movió más rápido, casi no vio su brazo y sus dedos ya estaban de nuevo en su cintura, impidiéndole escapar. Era imposible soltarse
—sentía su fuerza bruta— sin embargo, no le hacía daño. En un acto de autocontrol, aplacó sus demonios enojado por haberlo alarmado. Le acarició suavemente la parte interior de su muñeca con el pulgar, revelándole el ritmo frenético de su pulso. Muy, muy suavemente lo fue atrayendo hasta que estuvo a su lado. - No sé mucho de mi pasado, pero he sabido de ti casi desde el principio de mi agonía. Te he esperado. Te he llamado. Te he odiado por permitir que siguiera mi padecimiento.
El tomó su cara entre sus manos, ansioso de pronto por que él lo creyera.
—No lo sabía. Te lo juro. No lo sabía. Jamás te hubiera dejado allí. —Se le hizo un doloroso nudo en la garganta por no haber podido poner fin antes a su suplicio. ¿Qué era lo que le atraía a él como si fuera un imán, que lo cautivaba y hacía que el quisiera aliviarle su dolor? Su necesidad era tan grande, tan intensa, que apenas podía soportar verle yaciendo tan vulnerable y destrozado.
- Sé que me dices la verdad; no puedes mentirme. Tuviste mucho valor al rescatarme. Pero como tu pareja sólo puedo prohibirte que vuelvas a arriesgarte de ese modo.
Parecía totalmente satisfecho, como si el fuera a hacerle caso, sólo porque él así lo deseara. Cada momento en que estaba despierto se volvía más tirano, más posesivo. El le miró con sus ojos verdes que ardían peligrosamente.
—Puedes dejar de darme órdenes, Sr. Kris o quienquiera que seas. Nadie me dice lo que tengo que hacer. Sus ojos negros se deslizaron con calma sobre el. De modo que el no había formado parte de su vida con anterioridad. Esta información le sorprendió. ¿De dónde había sacado el valor para salvarle del modo en que lo hizo? ¿Cómo había regresado a él después de que casi le seccionara la garganta? Sus manos estrecharon su cintura y tiraron de el hasta que se relajó contra su cuerpo.
- Eres mi alma gemela.
Sus palabras surgían de algún lugar muy profundo de su corazón. No tenía idea de por qué necesitaba decírselo. Sólo sabía que tenía que hacerlo, parecía como si todo su ser se viera impulsado a pronunciar esas palabras desde su alma.
- Te reclamo como mi compañero. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi lealtad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. A mi vez tomo lo mismo de ti. Tu vida, felicidad y bienestar serán para mí lo más valioso y los antepondré a mi propia vida. Eres mi doncel y estás ligado a mí por toda la eternidad, siempre a mi cuidado.
Tao oyó sus palabras que resonaron en su mente, notó una oleada de calor, de sangre. Sintió miedo, terror.
—¿Qué has hecho? —Susurró el con los ojos abiertos como lunas llenas—. ¿Qué nos has hecho?
- Tú sabes la respuesta.
El movió la cabeza con firmeza.
—No, no lo sé. Pero soy diferente, puedo sentirlo. Esas palabras nos han hecho algo. Podía sentirlo, aunque no describirlo. Podía sentir como si un millón de pequeñas hebras unieran sus almas, como si entretejieran sus corazones y sus mentes. Con él ya no se sentía una entidad aislada, sino un ser completo. Siempre había sentido una cruda soledad en su interior, ahora había desaparecido. Le soltó la muñeca con desgana y le pasó los dedos por su larga mejilla. Volvió a conectar mentalmente con el y descubrió verdadero miedo y confusión.
—Estoy en la misma oscuridad que tú. Lo único que sé es que pusiste fin a mi sufrimiento, que respondiste a mi llamada, que reconozco a mi otra mitad, que eres la luz de mi oscuridad.
El se apartó de él, asegurándose estar fuera de su alcance.
—Soy tu médico Kris, nada más. Curo a la gente. —Dijo eso más para el mismo que para él.
Tao no tenía ni idea de lo que él estaba hablando. Le preocupaba que a Kris su mente le estuviera jugando malas pasadas, creando fantasías. Intelectualmente, sabía que nadie podía atar a otra persona con palabras, sin embargo, el sentía como si unos hilos les unieran. Había demasiadas cosas que no entendía. Kris estaba medio loco, su mente destrozada, sus recuerdos eran pequeños fragmentos inconexos, pero quizás él estuviera más equilibrado que el. Ese pensamiento lo asustaba. Tao tenía mucha hambre, su necesidad de sangre era imperiosa. Jamás había experimentado semejante necesidad. Llegó a la conclusión de que estaba sintiendo el hambre de Kris, que de algún modo compartía su malestar. Enseguida vertió casi un litro de sangre en una jarra y se lo puso en la mesilla de noche.
—Lo siento debía haberme dado cuenta de que tenías hambre. Si me dejaras que te inyectara fluidos intravenosos, te ayudaría. —En el momento en que le dejó la jarra, se marchó a su ordenador. Él no hizo caso del comentario.
- ¿Por qué no te alimentas tú?
—Le hizo esa pregunta extrañado, por curiosidad. Sus ojos negros estaban pensativos mientras lo estudiaba. Tao le observaba desde su puesto de seguridad al otro extremo de la estancia. El mero peso de su mirada rompía su concentración, le cortaba la respiración. Se sentía demasiado posesivo con su paciente. No tenía derecho a involucrar su vida con la suya de ese modo. Le asustaba reaccionar de un modo tan poco corriente con él. Siempre se había sentido distante, remoto, desapegado de la gente y de las cosas que lo rodeaban. Su mente analítica simplemente computerizaba datos. Pero ahora, sólo podía pensar en él, en su dolor, en su sufrimiento, en el modo en que lo miraba, con los ojos entreabiertos, en lo sexy que era.
Tao se sobresaltó. ¿De dónde había surgido ese pensamiento? Consciente de que no quería que él leyera su mente en ese preciso momento, Kris actuó como un caballero e hizo ver que no se dio cuenta. Era agradable saber que el le encontraba sexy. Con un cierto aire de orgullo se volvió a recostar con los ojos cerrados, sus largas pestañas destacaban sobre su pálida piel. A pesar de que tenía los ojos cerrados, Tao tenía la sensación de que observaba cada uno de sus movimientos.
—Descansa mientras me ducho y me cambio de ropa. —Se llevó las manos a la cabeza en un fútil intento de arreglarse su enmarañado cabello. Él siguió con los ojos cerrados, respiraba relajadamente.
- Puedo sentir tu apetito, tu necesidad de sangre es casi como la mía. ¿Por qué intentas ocultármelo?
—Exhaló mientras tuvo una percepción interior—. ¿Es que te escondes de tus propias necesidades? Eso es..., ¿no te das cuenta de que es tu hambre, tu necesidad o necesidades? La dulzura de su tono invadió su cuerpo de un inesperado calor. Furioso de que pudiera tener razón, se metió en el cuarto de baño, se sacó la ropa y dejó que el agua caliente cayera sobre su cabeza. Su risa era suave y provocadora.
- ¿Crees que puedes huir de mí, mi pequeño pelirrojo? Vivo en ti del mismo modo que tú vives en mí.
Tao suspiró, se giró y buscó desesperadamente una toalla. Tardó un momento en darse cuenta de que él todavía estaba en la habitación. La conexión entre ambos era cada vez más fuerte. Ahora lo deseaba, le gustaba, sin embargo, le molestaba que pudiera parecerle tan normal y natural semejante intimidad con alguien, cuando no era así. De pronto se dio cuenta de que ya parecía tener indicios de las funciones corporales normales. Como de costumbre, su intelecto se impuso para analizar la situación. Su cerebro empezó a procesar información fríamente, analizando los distintos cambios que había observado, conectándolos con su reciente enfermedad y con el fuego que había sentido en sus órganos. Era una locura, pero sabía que algo había cambiado en el físicamente. Algo había cambiado su código genético. Tao pasó un tiempo arreglándose el pelo, zarandeando sus téjanos, ajustándose su ceñida camiseta de algodón, dejando que su mente asimilara la nueva información. Le daba miedo, pero a su vez le fascinaba. Desearía haberlo  observado en otra persona en lugar de en el mismo. Clínicamente era difícil de aceptar, cuando era su propio cuerpo el que estaba estudiando.
- ¡Un cuerpo tan bello!
Casi se le cae el cepillo.
—¡Para ya! —El suave y aterciopelado tono de su voz le provocaba una ola de calor por todo el cuerpo. Era injusto y pecaminoso tener esa voz.
- Nunca pensé que me hablarías como lo haría mi doncel. He esperado mucho tiempo para oír ese comentario . —Ahora el tono era más bien burlón. Tao se quedó muy quieto. Su rostro se reflejaba en el espejo, visiblemente pálido. No había dicho nada en voz alta, sin embargo, él lo había oído. Se mordisqueó el labio inferior. El cambio no se había producido sólo en su cuerpo. Podía hablar con él mentalmente. Le chocaba pensar que tal cosa pudiera ser normal. Si no lo pensaba o analizaba, casi podía aceptarlo. Se puso a temblar. Extendió los brazos al frente y observó con desagrado cómo temblaban. Era médico y nada podía hacerle perder la calma. Más que eso, sabía lo que valía, confiaba plenamente en sí mismo. Levantó la barbilla. Entró en la habitación evitando mirarle, abrió la puerta de la nevera y sacó un zumo de manzana. El estómago le dio un vuelco. La idea de tragar un líquido le daba náuseas. Algo había cambiado dentro de el de un modo espectacular, tal como sospechaba. Necesitaba sacar más muestras de sangre, para descubrir qué era lo que le estaba pasando. No obstante, era la primera vez que no le apetecía estudiar los datos.
- ¿Qué estás haciendo? —Le preguntó intrigado.
—En realidad, no estoy muy seguro. Pensaba que iba a beber zumo, pero... —Se calló, no sabía qué decir. Tao siempre tenía las cosas muy claras y ahora se había quedado sin palabras—. Vertió el zumo en el vaso y lo contempló sin saber qué hacer.
- Te pondrás enfermo. No lo toques.
—¿Por qué iba a hacerme daño el zumo de manzana? —preguntó el, con curiosidad. ¿Sabía él lo que le había pasado?
- Necesitas sangre. No estás lo bastante fuerte. He explorado tu cuerpo. Aunque todavía no puedo ayudarte, puedo ver que necesitas la nutrición adecuada. Tu cuerpo no puede cumplir con todo lo que le exiges.
—No quiero discutir lo que debo o no debo hacer. —Le molestó su tono de preocupación, casi tierno. Su voz tenía la facultad de hacerle hacer lo que él le pedía, incluido beber sangre. Podía sentirlo. Podía escuchar su corazón, cómo corría su sangre por sus venas. Durante un segundo permitió que el eco de su voz retumbara en su mente, saciar el hambre que lo devoraba. Se mordió con fuerza el labio inferior. Tenía que poner distancia entre ambos. Su personalidad era demasiado absorbente. Algo en su interior, un aspecto primitivo que no sabía que existía, le atraía hacia él. La química era tan fuerte, que le dolía hasta mirarle. Tao abrió la cerradura de la puerta de entrada y empezó a abrirla. - ¡Detente! —La orden era suave, pero amenazadora, el captó su desesperación. La puerta pareció escapársele de la mano por alguna fuerza desconocida y se cerró de golpe. Conmocionado, soltó el vaso que llevaba en la mano. Se hizo añicos en el suelo. El zumo de manzana hizo una mancha dorada, el dibujo que formó era muy extraño, casi como las mandíbulas de un lobo. Kris hizo un esfuerzo por calmarse. Era un infierno verse tan impotente, estar atrapado en un cuerpo inútil. Inhaló profundo, soltó el aire lentamente, liberando el terror que su precipitada acción le había producido.
- Lo siento Tao. No inspeccionaste para comprobar si había peligro cerca. Nos están buscando. No lo olvides nunca. Has de estar junto a mí para que pueda serte útil si te amenazan. No pretendía asustarte.
El le miró, sus ojos verdes estaban desconcertados.
—No sé lo que quieres decir con explorar para ver si hay peligro. —
Dijo el con un tono ausente, como si estuviera pensando en otra cosa.
- Ven aquí conmigo.
—Susurró su voz sobre su piel. Le alargó la mano, sus ojos eran elocuentes, hambrientos. Él quería algo que el no se atrevía a pensar.
—¡Ni muerto! —Él era tan sensual, tan sexy, que le cortó la respiración.
Tao se apoyó en la pared para no caerse.
-No pido mucho. Ven aquí. Sólo estoy a unos pasos de ti.
Se sentía como envuelto en terciopelo negro y el calor inundaba su mente.
El le miraba detenidamente.
—¿Sabes lo que me pasa verdad? Me has hecho algo. Sé que lo has hecho. Lo siento. Dime qué me has hecho.
—Su rostro estaba pálido y sus enormes ojos le acusaban.
- Somos uno, estamos unidos.
Estaba aturdido. Kris sentía su confusión; él era como una sombra en su mente. Pero estaba tan confundido como el. Verdaderamente, no había entendido lo que le quiso decir con inspeccionar, acto que estaba tan arraigado a él como su respiración. El no tenía ni la menor idea de lo que significaba estar unidos, aunque para él estaba muy claro. De todos modos no estaba seguro de poder explicárselo adecuadamente. ¿Por qué no sabía el esas cosas? Era él quien había padecido las lesiones. Su mente estaba maltrecha, sus recuerdos esparcidos por los cuatro vientos.
El se frotó la frente con la mano temblorosa.
—¿Has sido tú quien ha cerrado la puerta, verdad? La sacaste de mis manos y la cerraste de golpe desde la cama. Lo hiciste mentalmente, ¿no es así? —el podía hacer muchas cosas, tenía facultades especiales, pero este desconocido tenía unos poderes tremendos con los que los suyos apenas podían compararse. ¿Qué era él? ¿De qué más era capaz? La atracción entre ambos era muy intensa, ¿había dejado que algo fuera de el le dictara sus acciones? No tenía clara la respuesta.
Kris intentó tranquilizarlo.
No sabía qué era lo que le preocupaba tanto, —para él era normal mover objetos con la mente— pero lo que necesitaba era calmar su angustia. Le envió seguridad, calor, consuelo.
-Lo siento Tao, sólo pensaba en protegerte. Es muy duro para mí pensar que nos están buscando mientras yo estoy tan indefenso y no podemos abandonar este lugar debido a mi estado. Te he vinculado a mí y te pongo en peligro.
Intentó por todos los medios compensar el trastorno que le había causado su insensatez.
El se merecía mucho más que un compañero medio loco. No parecía darse cuenta de lo que realmente necesitaban para sobrevivir.
- No te imaginas a qué tipo de monstruos nos enfrentamos. Es importante que siempre inspecciones cuando estés despierto, antes de abandonar el lugar donde vives.
—Intentó ser amable mientras le transmitía la información. A él le resultaba fácil leer sus temores.
—No sé lo que quieres decir.
Verlo tan confundido le despertó una necesidad de protegerlo tan imperiosa que trastocó su pequeño mundo. Quería estrecharlo entre sus brazos y protegerlo en su alma durante toda la eternidad.
Su aspecto era tremendamente frágil y sus preguntas eran tan fáciles de leer en su mente como en su rostro transparente. Sus oscuros ojos se abrieron de repente en un acto de
comprensión súbita.
-¿No conoces nada de las costumbres de nuestro pueblo, no es así?
—¿Qué pueblo? Yo soy americano, de descendencia irlandesa. He venido aquí para investigar una extraña enfermedad sanguínea, que según parece compartimos. Eso es todo.
—Sin darse cuenta se estaba mordiendo de nuevo el labio inferior, los nudillos estaban blancos de la presión que hacia al apretar los puños, su cuerpo tenso, a la espera de una respuesta. Él maldijo su incapacidad para recordar algunas cosas básicas que estaba seguro que eran importantes para ambos.
Si el estaba en las mismas tinieblas que él, tenían un grave problema. Era frustrante tener tantas lagunas.
-Tú perteneces a esta tierra. Estoy totalmente seguro de que eres mío y de que nos pertenecemos.
Tao sacudió la cabeza.
—Mi madre era irlandesa. Mi padre era de esta región, pero no le he visto jamás. Llegué aquí por primera vez hace un par de meses. Te juro que no he estado nunca antes en este país.
- No tenemos un trastorno, no es una enfermedad. Nuestra gente ha sido así desde los albores del tiempo.
—No sabía de dónde procedía esa información. Simplemente, la sabía. —Pero eso es imposible.
La gente no necesita beber sangre para vivir. Kris, soy médico. Investigo continuamente. Lo sé. Esto es algo muy raro.
—Podía notar como el aire de sus pulmones se negaba a salir.
- ¿Puedes aceptar que he estado enterrado vivo durante una eternidad, pero no que existe nuestra raza?
Tao se agachó para recoger los trozos de cristal que había en el suelo, necesitaba hacer algo banal mientras intentaba controlarse. ¿Qué es lo que le estaba diciendo realmente? ¿Qué no tenía una enfermedad de la sangre sino que pertenecía a otra raza o...especie?
—No sabemos cuánto tiempo estuviste allí —dijo el incómodo, mientras secaba el zumo con una bayeta.
- ¿Cuánto tiempo hace que te enseñaron mi foto?
Tao tiró el vaso roto a la basura.
—Hace un par de años —admitió con desgana—. Los asesinatos de vampiros tuvieron lugar hacer siete años. Pero habría sido totalmente imposible que hubieras sobrevivido tanto tiempo. Eso significaría que habrías estado enterrado con una estaca clavada durante siete años. Es imposible Kris.
—Se giró hacia él y le miró con sus enormes ojos—. ¿Verdad?
- No, si bloqueo mi corazón y mis pulmones, de ese modo, mi sangre no se pierde —le explicó eligiendo
cuidadosamente sus palabras, temeroso de asustarlo. Pero tuvo justo el efecto contrario.
—¿Puedes hacer eso? ¿De verdad puedes hacerlo? —Ahora estaba excitado—. ¿Puedes controlar tu ritmo cardíaco, bajarlo o subirlo a voluntad? ¡Dios mío, Kris eso es increíble! Hay monjes que hacen esas cosas, pero no en el grado que tú dices.
- Puedo detener mi corazón si lo necesito. Tú también puedes hacerlo. —No, yo no.
—El rechazó la idea haciendo un gesto con la mano por considerarla absurda—. Pero, ¿realmente lo hiciste? ¿Detuviste tu corazón? ¿Así es cómo sobreviviste enterrado vivo? Señor, eso debe haberte hecho perder la razón. No sé si puedo llegar a creérmelo. ¿Cómo comías? Tenías las dos manos esposadas.
—Pensamientos y preguntas se precipitaban uno tras otro en su excitación.
-Rara vez me despertaba, sólo cuando notaba que había sangre cerca. Llamaba a las criaturas. Debes saber que tú también puedes hacerlo.
—Estaba contento de por fin poder darle información—. Me las arreglé para poder hacer un agujero en la madera para que pudieran entrar. Tao podía llamar a los animales, lo había hecho desde que era pequeño. Esa facultad que ambos compartían explicaba la presencia de los esqueletos de rata que el había visto enterrados en la pared junto a él.
—¿Quieres decirme que hay otros que también pueden hacer estas cosas? —Se apresuró al ordenador y conectó el generador para poder trabajar—. ¿Qué más recuerdas? Estaba entusiasmado, él quería darle más información, pero por más que intentaba obtener más, su cabeza simplemente retumbaba y los recuerdos le eludían. Tao sintió su desesperación, le miró y vio las gotitas de sudor en su frente. Inmediatamente, sus ojos se encendieron y curvó suavemente los labios.
—Lo siento Krus. Fue una insensatez por mi parte presionarte de ese modo. No intentes pensar ahora. Al final recobrarás la memoria. Tengo mucho material para trabajar. Descansa. Agradecido por su compasión, Kris dejó que los fragmentos de su memoria se escaparan durante un tiempo y le dejaran descansar. Observó con interés cómo Tao se sacaba una muestra de sangre del brazo y colocaba varias gotas en distintas piezas de cristal cuadradas. Estaba tan entusiasmado, tan exultante que se olvidó de su devorador apetito. Los hechos, las hipótesis y el bombardeo de datos consumían su mente. De pronto, el se había alejado de él quedándose totalmente absorto en su trabajo. Kris lo observaba, alargó el brazo para tomar la jarra de sangre que le había dejado encima de la mesita y bebió para saciar su terrible hambre. Después de una hora de observarlo vio que Tao seguía totalmente enfocado en lo que quiera que estuviera haciendo, concentrándose totalmente en su tarea. Disfrutaba mirándolo, lo encontraba fascinante, cada movimiento de su cabeza, el contorno de sus largas pestañas. Solía llevarse el pelo atrás de las orejas cuando algo lo sorprendía y se mordisqueaba el labio inferior cuando algo le preocupaba. Sus dedos volaban por el teclado y su mirada no se apartaba del monitor. Solía consultar notas y varios libros frunciendo ligeramente el ceño. A él le gustaba ese fruncido y su costumbre de morderse el labio. Cada vez que se daba cuenta de que tenía hambre, parecía ser capaz de olvidarse de el, de apartarlo. Del mismo modo que le había apartado temporalmente a él, le había expulsado de sus pensamientos. Eso le molestaba un poco, pero también le hacía sentirse orgulloso de el. Todo lo que hacía lo hacía con pasión. Sin embargo, Tao no se daba cuenta del peligro que corría al estar tan absorto en su trabajo y olvidarse de lo que sucedía a su alrededor. Kris pensó en recordarle los riesgos, pero optó por permanecer alerta para inspeccionar los alrededores, entrando y saliendo del sueño mortal. Kris se despertó cuatro horas más tarde, luego maldijo el dolor que le recorría el cuerpo. Sentía hambre, debilidad, mareo. Sus ojos negros buscaron a Tao.
Estaba ojeando una libreta de notas con un lápiz entre los dientes. Su piel era muy pálida casi translúcida. Las intensas emociones que flotaban en el ambiente eran suyas, sin embargo, no parecía darse cuenta de ellas. Su mente se resistía a fusionarse con la de él, podía notar que sintonizaba, que vibraba de necesidad, pero era disciplinado, fuerte y muy decidido. Volvió a controlar sus pensamientos y a centrarse en su trabajo. Él notó una extraña sensación de ternura en la región del corazón. El odio y la furia sin límites, la necesidad de venganza, de revancha, habían sido la fuerza motriz para seguir viviendo. No se creía capaz de sentir ternura, sin embargo, lo había conseguido gracias a el. Él era ante todo un depredador. Tao era la luz de su oscuridad, irradiaba belleza como si brillara a través de su piel desde su alma.
El le había transmitido emociones más dulces. Tao necesitaba un descanso, pero lo que más necesitaba era alimentarse. No obstante, para ser
sincero, él necesitaba tocarlo, necesitaba su atención. Deliberadamente, lanzó un gemido mental y cerró los ojos. Al instante, notó que el se alertaba, notó su preocupación. Un ruido de papeles indicaba que había apartado sus notas. Kris, se relajó en señal de triunfo, concentrándose en el dolor que inundaba a su abatido cuerpo. Tao echó un vistazo a la habitación sin percatarse de lo silenciosa que estaba, de lo eficiente que era su cuerpo, moviéndose con gracia y velocidad. Le puso su mano fría sobre la frente para relajarle. Le peinó el mugriento pelo, su tacto era tan suave que le dolía el corazón. Se inclinó sobre él para examinarle las heridas como profesional. Los antibióticos no le hacían ningún efecto como tampoco se lo hacían a el. Quizás más tierra ayudaría a cicatrizar.
—Siento no poderte aliviar el dolor, Kris. Lo haría si pudiera. —Su voz estaba cargada de preocupación, de lamento—. Te pondré tierra fresca y te lavaré el pelo. Ya sé que no es mucho, pero puede ser relajante y aliviarte. —Sus dedos se sintieron atraídos de nuevo hacia su melena, luego siguieron la curva de su mejilla con una pequeña caricia. Sus dos manos se alzaron y lo agarraron con una sorprendente fuerza, sus negros ojos se apoderaron de los de Tao y éste sintió que caía en esas misteriosas y oscuras profundidades.
- No te has alimentado.
El podría perderse en la eternidad en su mirada. Podía oír el sonido de su corazón sintonizando con el de Kris. Era extraño y normal a la vez observar que sus corazones querían latir al unísono.
—No bebo sangre humana, me hago una transfusión si estoy desesperado, pero no soy capaz de bebérmela —le explicó en voz baja.
El podía sentirle en su mente en esos momentos, sentir su tacto era tranquilizante y suave. Pero también podía notar mucha autoridad. Su voluntad era tan fuerte que nada podía resistírsele cuando insistía en algo.
Quería que él lo comprendiera.
—Soy humano Kris. Beber sangre es una aberración para mí.
- Intentar vivir sin alimentarse es peligroso. Has de beber.
Aunque Kris intentó que fuera una orden simple, la pronunció con suavidad. No sabía de dónde procedía la información, sólo que era cierta. Él tenía claro que el quería su comprensión en cuanto al ridículo régimen al que se estaba sometiendo, pero para él no tenía sentido y no podía permitir semejante tontería. Tenía que hallar el modo en que se diera cuenta de lo que se estaba haciendo. El le retiró el pelo hacia atrás, el tacto de sus dedos despertaba
curiosas reacciones en su maltrecho cuerpo. Inconsciente de lo que le estaba haciendo, Tao le sonrió mirándole a los ojos.
—Hace mucho tiempo que acepté mi muerte si no podía encontrar una cura. Ahora, ¿quieres que te lave el pelo? Le puso las manos en sus finos hombros y lo atrajo hacia sí.
- Sabes una cosa, mi pequeño pelirrojo, como compañero de tu vida tengo el deber de velar por tu salud. Mi propósito en la vida es protegerte, cuidar de tus necesidades. Eres débil e incapaz de realizar las habilidades esenciales para tu supervivencia. Esto no puede seguir así. Has de tomarte la sangre que me estás dando.
Había algo mágico en su voz.
Podría estar escuchándole eternamente.
—Queda muy poca. Pronto tendré que ir al banco de sangre.
—Había utilizado casi todas las dosis para sustituir la tremenda cantidad de sangre que había perdido—. Kris, de verdad, no te preocupes por mí. Siempre hago esto.
- Mírame, pequeño Tao.
—Su voz bajó una octava. Grave, persuasiva y seductora. Sus ojos negros captaban la atención de los verdes ojos de Tao. Una oleada de calor inundó su mente; sus brazos lo rodearon, lo estrecharon.
El caía cada vez más profundo en los abismos de su ardor.
- Aceptarás mi sangre, puesto que se supone que has de hacerlo.
—Le dio la orden con suavidad y firmeza, uniendo ambas mentes. La fuerza de su voluntad, forjada con siglos de práctica y curtida con los fuegos del infierno, conquistó el de el. Sin dudarlo le llevó la cabeza hacia su pecho, abrazándolo con ternura. Parecía tan ligero, tan pequeño y frágil. Le encantaba el perfil de su garganta, la perfección satinada de su piel, su boca. Con una de sus uñas, Kris se hizo un pequeño corte en sus potentes músculos y le puso la boca sobre el mismo, de pronto, sintió un inesperado calor en su interior. Sus vísceras se encogieron y afloró un dulce pero agudo deseo. El contacto de su boca sobre su cuerpo era muy erótico. Sus mentes se fusionaron mientras él lo tenía en sus brazos. Era un grado de intimidad desconocido para él. En medio del sufrimiento y de la oscuridad, del odio y la rabia, el había traído la luz, la compasión y el valor. Donde sólo había una profunda desesperación y vacío, el le había proporcionado la fuerza y el poder, el inicio de la esperanza. Donde sólo había sufrimiento sin fin, un infierno eterno, el estaba aportando belleza y un placer intenso que casi no podía comprender.
Kris no quería que finalizara su unión, pero necesitaba cada gota de su sangre para intentar sanar su destrozado cuerpo y recomponer su
mente trastocada. No dejó que el tomara demasiada, pues también empezaba a tener hambre. Necesitaba sangre fresca, caliente y rica, directa de su presa. Sin ningunas ganas lo detuvo y sintió una deliciosa sensación sobre la piel mientras el le acariciaba con su lengua para cerrarle la herida. Por un momento dejó caer su cabeza sobre la de Tao, saboreando la proximidad de su cuerpo, su olor, la belleza de su espíritu. Ya no podía soportar estar sólo, separado de el ni por un momento. Siete años de oscuridad, de total aislamiento, de creer que el había permitido o incluso alargado deliberadamente su sufrimiento. Saber que eso no era cierto, que en realidad, su valor le había salvado, le había devuelto la esperanza, la oportunidad de vivir. Kris no podría superar su pérdida. No podía dejar que el se apartara de su vista, de su mente. Estaba tan desestructurado que sólo el podía ayudarle a mantener su cordura. La fue soltando lentamente, observándolo con detenimiento, atentamente, con sus ojos negros rebosando de deseo. Sus largas pestañas se movieron y se fue pasando su aletargamiento, dando paso al brillo de sus impecables y misteriosas esmeraldas. Su fría belleza se encendió.
—¿Qué me has hecho esta vez Kris? Tú no puedes cuidar de mí. Lo digo en serio. No tienes ni idea de lo grave que estás. No puedes asumir la pérdida de sangre.
—Su tenue sonrisa siempre estaba en su mente.
- Eres mi compañero, siempre te cuidaré. No puedo hacer otra cosa que darte lo que necesitas.
El movió la cabeza lentamente.
—¿Qué voy a hacer contigo? Necesitas cada gota de sangre que pueda conseguir. Estoy acostumbrado a arreglármelas con pequeñas dosis.
- Con arreglárnoslas, no basta.
—Le dijo con un gruñido y destellos en los ojos. Tao miró hacia arriba.
—Al menos tiene la decencia de parecer culpable. No tenías por qué ser tan petulante y molesto.
—Sus dedos se enredaron de nuevo en su enmarañado pelo y se los apartó de la frente—. Me pregunto dónde estará tu familia Kris. La confusión se reflejó en sus ojos, de pronto le inundó un oscuro vacío de dolor intenso.
El le tomó la mano, tambaleándose, aunque fuera sólo durante una décima de segundo, por el impacto de su agonía que percibió gracias a su comunicación telepática.
—Para, Kris. No intentes forzar tu memoria. Volverá cuando te hayas curado. Relájate. Te limpiaré las heridas y te lavaré el pelo. Eso te tranquilizará.
Sus dedos tenían un relajante efecto sobre su piel, refrescaban su mente en llamas. Su cuerpo respondió, los músculos se relajaron, liberando parte del dolor que le aquejaba. Su tacto le proporcionaba un poco de luz, la esperanza de que ese dolor terminaría algún día. Cerró los ojos y se entregó a sus cuidados. Oírlo moviéndose suavemente por la cabaña era reconfortante. Su aroma natural y el ligero perfume de hierbas y flores que emanaba de su piel y cabello parecían rodearle como si fueran unos brazos que le estuvieran estrechando. Tao le tocaba con cuidado mientras examinaba sus heridas. Su esponja pasaba rozando sus cicatrices, dejando una estela de cosquillas. El agua templada sobre su pelo mientras el abrazaba su cabeza era muy agradable, casi sensual. Cuando sus dedos le masajeaban el cráneo con el champú de hierbas, se concentró en esa sensación, durante unos minutos pudo olvidar su mundo de sufrimiento.
—Tienes un pelo muy bonito. —Le dijo el suavemente, sacándole la espuma con más agua tibia. Le dolía el brazo del esfuerzo de sostenerle la cabeza sobre la palangana de plástico, pero se daba cuenta de que le estaba relajando. Sacó la jofaina, puso una toalla sobre la almohada y le ayudó a colocarse en su posición original. Mientras le secaba el pelo, sus manos le acariciaban la cabeza, le gustaba tocarle.
—Estás muy cansado. Vuelve a dormir.
- Más sangre.
El tono ronco y amodorrado de su voz en su mente la calentó y excitó sus partes más íntimas. Sin dudarlo, Tao vertió otra dosis de sangre en un vaso y se puso a recoger las cosas y a fregar el suelo. Al pasar al lado de la cama, sacó una mano, lo agarró por la cintura y lo llevó junto a él.
—¿Qué?
—Tao se quedó sentado al borde de la cama, con una leve sonrisa en su rostro y sus ojos llenos de ternura, aunque inconsciente de ello. Él le puso la mano en el brazo y la subió para masajearle su dolorido hombro.
- Gracias, mi pequeño pelirrojo. Has hecho que me volviera a sentir vivo.
—Estás vivo, Kris —le aseguró, arreglándole otra vez el pelo.
—Poco respetuoso, pero vivo sin lugar a dudas. No sé de ningun doctor al que llamen «pequeño pelirrojo».
Su risa silenciosa permaneció en su mente mucho después de caer en el estado del sueño de los mortales. En algún plano estaba consciente de su proximidad, mientras el mezclaba tierra, hierbas y saliva para curar sus heridas y eso le tranquilizaba, alejaba su rabia, su dolor y el terror a su vacío y aislado mundo.

~Dark Desire~ [Kristao] #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora