Una dulce historia (Luzu x Lanita)

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Hasta ahora solo había oído leyendas, relatos de sucesos fascinantes, peligrosos, historias de muertos vivientes, arañas gigantes, magia negra, dioses y héroes. Pero Lana era una chica de ciudad, ese tipo de cuentos eran para ella lo mismo que para las otras: simples historias para alimentar la imaginación. Normal que lo hubiera creído porque su vida nunca había sido perturbada por nada de ello, en medio del corazón de su ciudad natal. Lana siempre estuvo a resguardo de una policía sumamente competente, y si no, de un grupo de guardias que vigilaban las afueras e impedían que cualquier peligro llegara lo suficientemente lejos como para hacer daño.

Pero todo era real, muy real, tanto como esa fuerza inconcebible e irresistible que le había arrastrado fuera de su casa un día como cualquier otro, sin que nadie pudiera hacer nada para ayudarle. Antes de que siquiera pudiera registrar realmente lo que sucedía fue transportada a un mundo que en un primer momento parecía sacado del sueño de un niño muy goloso. Dulces gigantes, montañas de caramelos, paletas enormes que ensombrecían el azúcar que recubría el suelo. Mucho color, mucha dulzura, pero que encerraban un mal terrible.

El momento en que estuvo frente a la malvada Perséfone fue uno de los mas aterradores de su vida, había visto con sus propios ojos cómo le extraía la vida a varias chicas y quedaban como cadáveres arrugados y resecos en el piso, sin dejar más que sus vestimentas de lo que fueron alguna vez. Cuando supo que una vez fuera nuevamente necesario ella y las chicas que estaban con ella serian las siguientes, Lana entró en un ataque de pánico y gritó mientras la arrastraban para encerrarla en una torre a esperar la muerte.

Ya había pasado una noche entera dentro, mirando hacia el exterior, su corazón hundido entre el miedo y la desesperanza. No podía salir, ya lo había intentado, pero la palanca que activaba la compuerta que daba acceso a las escaleras solo podía activarse desde fuera, dejándola completamente sin nada que hacer. Aun si saliera, la torre no estaba sin vigilancia, por lo que sería inútil.

Estaba al borde del llanto, preguntándose si todo eso que sucedía no era más que una pesadilla, considerando seriamente arrojarse por la ventana y matarse antes de que Perséfone lo hiciera por ella. Hubo momentos donde creyó reunir el valor para romper el cristal y lanzarse hacia la muerte, pero nunca se atrevió realmente a hacerlo. Tenía miedo, y aunque fuera algo completamente improbable, aun guardaba la esperanza de que la sacaran de aquí.

Se había dormido contra la pared, su cabeza apoyada contra el cristal, cuando escuchó desde el exterior el sonido de metal contra metal, el crujido de dulces y galletas rompiéndose, así como los gruñidos de sus vigilantes. Lana se pegó al vidrio para ver, un una sonrisa iluminó su rostro humedecido cuando vio a ese encapuchado corriendo hacia donde se encontraba.

Empezó a golpear el cristal, llamándole con todas sus fuerzas mientras le veía enfrentarse con más de cuatro enemigos él solo, completamente rodeado. Estuvo por morderse las uñas de puros nervios cuando estuvieron por apuñalarlo por la espalda, pero el consiguió escabullirse, y tras varias maniobras, alejarse de ellos y arrojar algo al suelo en la carrera. No alcanzó a distinguir lo que era antes de que una flecha en llamas atravesara el aire con un silbido. El puente estalló en miles de pedazos, los restos hundiéndose en las aguas junto a los cuerpos carbonizados. Lana apretaba los puños en emoción, apenas creía todo lo que estaba pasando ahora, era tan surrealista pero aun así tan real. Cuando vio que en efecto iban a salvarla, si no fuera por la urgencia de irse bien lejos de ahí, Lana se hubiera desmayado del puro alivio.

La figura de su salvador desapareció de su vista, Lana esperó con anticipación a que la compuerta se abriera, y cuando lo hizo ahí estaba el esperándole al otro lado. Teniéndolo cerca por fin Lana pudo verlo bien, si bien no era de cuentos, ella ya tenía una imagen de como podría ser. En su mente pasaron muchos rostros, pero ninguno encajaba en la apariencia real de su salvador. Estaba vestido mayormente de negro, su cabello un castaño opaco, y se cargaba con unas ojeras pronunciadas y el doble de notorias por su palidez. Si tuviera que describirlo en una palabra siniestro sería la primera que llegaría a su mente, pero eso no empañó para nada el hecho de que era su salvador y que le debía la vida.

Historias de Karmaland / TortillalandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora