Bocadillos de salmón

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Se recostó junto a la ventana por última vez en el día, usando sus patas como almohada, viendo hacia el oscuro cielo en donde se alcanzaban a percibir algunas pocas estrellas, a muy duras penas debido a las luces de la ciudad, incluso y a pesar de que su dueño tenía su propiedad muy alejada de la urbe. Era lo que más le gustaba hacer en su monótona vida de gato casero, disfrutar de la hermosa vista del cielo oscuro durante las noches. La mayor parte del día se la pasaba dormido o jugando solitariamente con la inmensidad de juguetes que su amo le proveía.

Cuando era un cachorro no se sentía tan solo, su amo era muy cariñoso y jugaba cada vez que tenía la oportunidad con él. Era un hombre muy ocupado, estaba consciente de ello, por eso nunca fue muy exigente ni egoísta, con sólo saber que al llegar a casa tarde lo primero que pasaba por la mente del humano era buscarlo para darle mimos, era suficiente para él, con saber que era importante le bastaba.

Realmente apreciaba a su humano Takahiro.

Lo rescató cuando tenía apenas unas semanas de edad, del refugio donde nació. Lo llamó "Usagi", nunca supo porque a Takahiro le pareció buena idea ponerle "conejo" a un gato, pero no había forma de quejarse.

Takahiro lo crió como un gato mimado, no iba a mentir sobre eso, estaba muuy mimado; nunca les faltó nada, Takahiro era jefe de una empresa de renombre según tenía entendido, y se daba el placer de disponer de una infinidad de gastos innecesarios, contando los regalos para su adorado gatito.

Pero todo cambió un poco desde hacía más de un año. Una mujer comenzó a vivir con ellos, Manami, una chica que ya había visto en algunas ocasiones de visita en la casa. Era la novia de su amo. Y meses después de su llegada, un bebé también llegó. La cría de Takahiro y su mujer. Al principio estaba muy feliz por Takahiro, estaba formando una familia, y se le veía inmensamente feliz por eso. Desde el primer día que el bebé estuvo ahí, Takahiro lo acercó a la cuna y lo presentó amorosamente con el pequeño Mahiro.

Pero era inevitable lo que sucedió después. Takahiro comenzó a pasar menos tiempo con él por estar al pendiente de su familia y el trabajo, nunca lo dejó de lado, claro que no, pero no era igual que antes, y aunque no quisiera hacerlo; era inevitable no ponerse un poco nostálgico y triste por ello. No lo malentiendan, le era más que suficiente poder permanecer al lado de aquella familia, sin embargo, sentía que algo le hacía falta, y no sabía que era exactamente.

Se recargó aún más contra el umbral de la ventana, viendo la oscuridad de la noche, Takahiro y Manami ya se habían ido a su recámara al igual que Mahiro, ahora sólo quedaba él en la sala de estar, iluminado simplemente por la luz de la luna.

Cerró sus ojos, le gustaba dormir ahí, estaba relajado así que trató de conciliar el sueño, y tal vez lo hubiera logrado de no haber sido por un estrepitoso golpe que resonó al otro lado de la ventana. Se incorporó, sentándose elegantemente sobre sus cuatro patas, intentando visualizar lo que fuera que hubiera ocasionado el ruido en el exterior. Fue mucho más fácil descubrirlo de lo que pensaba. Frente a él, del otro lado del vidrio de la ventana, había un gatito marrón, no un cachorro pero si se veía mucho más pequeño que él, estaba algo sucio y se sacudía algunas hojas secas que había quedado atrapadas en su pelaje.

Se quedó ahí viéndolo bañarse y sacudirse a la orilla de la ventana, y al parecer el otro felino no había realizado en su presencia porque cuando se giró un poco para seguir con su aseo, dio un brinco en su lugar al notar sus ojos violetas viéndolo fijamente.

— ¡Lo lamento! Caí del árbol, no era mi intención molestar. — el pequeño gato se disculpó con muchísimo ahínco, casi queriendo traspasar el vidrio para disculparse adecuadamente. Tal vez su fija mirada lo intimidó un poco, demasiado mejor dicho.

Koi No YokanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora