Capítulo Tres

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Una pareja estaba a la espera del comité de bienvenida en las orillas de la playa de Nunca-jamás, un hombre robusto y pelirrojo con dos bolsas llenas de oro en ambas manos mientras que a su lado una bella mujer morena y de pequeña estatura estaba apegada a él abrazándolo por la cintura.

Viajar desde el reino de DuncBroch hasta esta isla desconocida y que literalmente estaba en medio de la nada, no era de lo más cómodo. Los reyes de aquel reino que zarparon a la búsqueda de su hija Mérida después de que una carta les diera la indicación de venir a esta ubicación con suficiente oro como para negociar un rescate. Habían salido al mar con un gran barco que quedó en el fondo del océano gracias a las sirenas, pero ellos pudieron seguir adelante por una de las balsas de emergencia.

Ante sus pies se extendía una completa jungla que tan solo la idea de atravesarla seria meterse en un laberinto infinito, decidieron esperar a la corte de bienvenida que no debería de tardar al saber que intrusos llegaron a la isla.

—Fergus —dijo la reina con una voz asustadiza. —Este lugar no me da buena espina, ni siquiera pienso que haya alguien aquí.

— ¡Basta mujer! No temas que yo estoy aquí, y estas son las coordenadas exactas que nos dieron en aquella carta.

— ¿Y si es una trampa de algún loco? —preguntó la reina.

—Debemos correr el riesgo.

—Perdimos a toda nuestra flota.

—Ellos solo dieron la vida por la corona, ese fue juramento hasta morir —argumentó el hombre dejando caer las bolsas pesadamente sobre la arena de la playa. —Murieron con el más grande de los honores.

—Todo por nuestra hija.

—Sí. —afirmó el esposo consolándola envolviéndola entre sus grandes y peludos brazos. —Regresaremos a casa con ella.

Una pequeñísima luz verde apareció en el cielo a la distancia dejando un rastro de polvo amarillento por donde pasaba, esta lucecilla se acercó a los reyes que se quedaron estupefactos y un poco asustados con la incógnita de que significaba aquel fenómeno. Se trataba de una hermosa joven de rizos dorados como lo los rayos del sol, unos pequeños y rosados labios brillosos. Vestía completamente de verde, tanto la especie de vestido que llevaba encima, los guantes de seda, un abrigo que descendía desde sus hombros hasta sus tobillos y que este mismo tenía una capucha que le cubriría todo el rostro, por ultimo tenia los pies descalzos.

— ¡Hola! —Saludó con voz alegre la chica rubia — ¡Bienvenidos! Majestades. —dijo con una referencia. —Están en Nunca-jamás en calidad de nuestros invitados más importantes de toda la historia.

—Solo venimos por nuestra hija.

—Sé muy bien lo que los aqueja, pero deberán ser muy pacientes y estar tranquilos, su hija está bien.

—Es un alivio —susurró la reina tomándose el pecho.

—Mi nombre es Esmeralda —dijo la chica con una sonrisa aún más grande y con ambos brazos abiertos. —Soy el comité de bienvenida y la protectora de este sitio.

— ¿Eres la reina? —preguntó el rey Fergus.

—No exactamente —respondió dubitativa. —Soy un hada, cuido de todos los niños del lugar.

—Pensé que eran un mito las hadas madrinas

—También pensaban lo mismo de las sirenas —dijo Esmeralda haciendo un chiste de muy mal gusto para los reyes que tan solo oír eso no pudieron evitar recodar como esas criaturas asesinaron a todos sus hombres. — ¿Por qué las caras largas? Están aquí, están a punto de ver de nuevo a su hija, a... —dijo pensativa el hada con la mano en la barbilla tratando de recordar el nombre una de las pocas princesas que estaban en la isla. — ¡Mérida!

El demonio de Nunca jamásWhere stories live. Discover now