Capítulo veinte

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El hada verde había sanado la herida de Pan desde el primer momento que le tocó. Ella se notaba bastante asustada por la ridícula cantidad de sangre que había perdido por solo un golpe. Peter Pan no se desmayó, tampoco se le veía adolorido o herido, mucho menos débil. Ninguno de los dos se animó a decir una palabra hasta que llegar a tierra firme en Nunca-jamás.

—Escaparon —dijo tragando saliva Esmeralda tocando sus pies la arena de la playa. —Ellos escaparon.

—No, no lo hicieron mi dulce Esmeralda —contestó Peter Pan levantándose del suelo mientras se tronaba el cuello para liberarse las tensiones. —Yo los deje escapar.

— ¿Qué haremos ahora? —preguntó Esmeralda con la voz temblorosa y dudosa mientras ayudaba a incorporarse a Pan.

—Vayamos con nuestros niños —pidió Pan jadeante y fingiendo que estaba lastimado. —Solo quiero ver a mis niños.

Esmeralda asintió varias veces sonriente y levantaba su mano para hacer trabajar su magia, pero Peter Pan tomó su brazo de imprevisto para evitar que los transportara.

— ¿Qué pasa? —preguntó aún mucho más preocupada.

—No.

—Podríamos llegar en cuestión de segundos —sugirió el hada verde. —No estás en forma para caminar.

—Pero quiero —dijo tragando saliva Pan. — ¿Acaso no lo ves, Esme? Acabamos de terminar una semana bastante ajetreada y me encantaría disfrutar de mucho tiempo algo de tranquilidad. Seria lindo disfrutar una caminata contigo, como lo hacíamos mucho antes.

Al principio, Esmeralda no tenía tanta confianza en Peter Pan después del comienzo del fin para el reino de las hadas, que terminó convirtiendo en Nunca-jamás en los posteriores años. En los primeros compases del proyecto de Pan, este se encargó de pasearse con una bastante joven Esmeralda de manera rutinaria para mostrarle todo lo que quería hacer, para contarle todos sus sueños. Su idea de tener un espacio donde los niños infelices se convirtiesen en niños felices. Un mundo ideal para cada niño, sin importar edad o de que reino proviniese.

Aquellas caminatas se convirtieron en una costumbre en los primeros años, era el mismo camino que atravesaban. Empezando en el joven jardín, pasando por las orillas del rio donde ambas visitaban el taller de Geppetto, quizás el único adulto que Pan respetaba por su trágica historia donde les contó cómo no pudo convertirse padre, luego le siguió la muerte de su amada esposa, y ahora solo se dedicaba a hacer carpintería. Peter Pan a manera de consuelo le cedió un pedazo de madera con pizcas de la magia de las hadas, y con ese regalo el hombre pudo hacer a Pinocho. El recorrido continuaba por medio del bosque, donde arrancaban los frutos de los árboles para la cena o como un aperitivo mientras acabase el recorrido y finalmente todo terminaba donde empezaba, en el jardín con Pan bastante alegre por la compañía de Esmeralda y con el hada verde enamorándose día a día del pelirrojo niño que se había convertido en su aliado, en su amigo, en su jefe y en el amor de su vida respectivamente.

—Entiendo, señor.

Pan extendió su brazo, y ofreciéndoselo a Esmeralda que se enrojeció casi de inmediato, aunque intento de ocultarlo no logró y dejo ver aún más lo sonrojada que estaba. No dejo ir la oportunidad esta vez, y con ambos de sus brazos se enredó del flacucho brazo de Peter Pan. Los dos comenzaron a caminar muy pegados el uno del otro y atravesaron la playa en cuestión de segundos. Otra vez, ninguno quiso romper el hielo. Exclusivamente se mantenían como espectadores de la naturaleza de la isla, los pájaros habían regresado a sus nidos y los cuervos ya no estaban más. Los animales silvestres estaban en armonía conviviendo unos con otros. El sol brillaba con intensidad encima de ellos después de los últimos días con pésimo clima. Esmeralda aprovechó un poco más su oportunidad y poso su cabeza sobre el hombro de Pan y este se notó sorprendido, pero no incomodado o disgustado por eso y sonrió ante tal gesto.

El demonio de Nunca jamásWhere stories live. Discover now