Capítulo diecisiete

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La entrada del jardín ya estaba ardiendo. Seis varas de maderas ocasionaron el inicio del incendio. Las hadas estaban en primera fila sintiendo la candela muy de cera mientras Hades se colocaba su casco listo para la batalla. La bienvenida de los niños se efectuó de inmediato con varios arqueros disparando proyectiles desde lo más alto de los árboles. La puntería no fue tan certera, y la mayoría de los arqueros terminaron en el suelo al Hades sacudir sus garras.

El humo se mezcló con la densa neblina del amanecer y provocó que la batalla fuese casi a ciegas. Bastantes niños envalentonados corrieron hacia el frente brincando las llamas y lastimando a una que otra hada con sus espadas, pero quien se encarga de inmediato de eliminarlos era Hades.

— ¡Adelante! —ordenó el dios del inframundo alargando su mano. — ¡Que ninguno quede con vida!

La pelea continúo por algunos minutos más, y poco a poco se iba transformando en una gran masacre de niños que por más que lo intentaban no podían detener el avance de las hadas que acababan con todo lo que se movía. Hades hacía lo propio con todo los que se acercaban y también con aquellos que se alejaban. No existía tregua para nadie, y todo se convirtió en un paseo por el parque para Hades que se estaba divirtiendo al tener las manos llenas de sangre.

La tranquilidad para los invasores se tambaleo con un poco con la heroica intervención por parte de Mérida, quien estrena nuevo atuendo, dejando en el olvido el vestido verde esmeralda y llevando puesto muchísimas piel de un oso pardo que fungía como chaleco, unas botas cafés y con algo de pelaje, unas mallas marrones de cuero más delgado y encima de estas se desprendían varios pedazos de pieles de diferentes bestias que formaban una especie de falda o taparrabos. Finalmente su cara estaba ornamentada por un tatuaje circular y azul que rodeaba su ojo derecho. Su aparición también vino con una lluvia de flechas que Hades evitó sin tantos problemas, aunque el hada amarilla ha recibido un proyectil en su cabeza.

—Por lo visto tendré un rival digno —mencionó Hades con una sonrisa en su rostro y soltando al aire sus garras al mismo tiempo que las sostenía por las cadenas. —Dame lo mejor que tengas, niñita.

La vikinga no contestó, y jaló a más de un niño hacia atrás de ella para darles protección y funcionar como un escudo humano. En su cara no lo parecía, pero Mérida tenía muchísimo miedo y estaba aterrorizada por tantos y tantos cuerpos tendidos en la tierra con diferentes tipos de muerte.

—Espero que te guste brincar —Las cadenas se extendieron para alcanzar Mérida que las esquivo con un gran salto y durante su estancia en el aire sacó en una fracción de segundos dos flechas de su carcaj y arrojarlas a Hades. Una terminó en clavada en la tierra y la otra cerca del pecho del dios. —Debo de aceptar tu gran puntería. —dijo sin apuros Hades quitándose la flecha para después dejarla caer al suelo sin inmutarse. —Deberás hacer algo mejor que eso.

Con velocidad y determinación se acercó Mérida hasta Hades y conecto dos patadas hacia las piernas, un golpe en el cráneo con su arco y finalmente una fuertísima patada en el estómago que hizo desplazarse un poco a Hades, después de esto la pequeña con giró soltó dos proyectiles más. De nuevo se encajó en él, aunque ahora en su mano derecha mientras que el otro salió disparado mucho más lejos.

—Muy lindo —dijo de nuevo quitándose la flecha sin dolor alguno. —Estoy seguro de que puedes hacer algo muchísimo mejor ¿O qué? ¿Eso fue lo mejor que te enseño Pan?

—Mis dioses me han encargado asesinarte —dijo Mérida preparando una nueva flecha en su arco. —Pan también me lo ha pedido.

— ¡¿Dioses?! —exclamó con otra gran sonrisa Hades y casi con risitas. —Espero y no estés hablando de los cobardes que tengo en mente. Son solo unos idiotas.

El demonio de Nunca jamásWhere stories live. Discover now