31||Asank viht Asank

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Visto en la oscuridad será aquel que quite la vida de su hermano sin justo motivo. Conocedores de la justicia de Mizfortia impondrán siempre sabios y justos la penitencia que deberá llevar, viendo siempre que no se exceda en la venganza. 

De arrancarse la vida de un hijo que no hubiese corrompido su suelo, y sea ungido por la madre, será como si hubiese matado la vida de Mizfortia, y se pedirá un castigo igual de grave que su falta. 

La sangre que derrames en contra de Mizfortia te será reclamada con la propia, la vida que arranques de Mizfortia te será reclamada con la misma. Vertido será en ti la furia de la madre.— Capítulo de Büvnaza, libro Libzruti del Siharsa.

«Fui todo y ahora soy nada» borró esa última línea del discurso que recitaría cuando fuese ejecutada. 

Cerró los ojos con fuerza, no había nadie que la fuese a visitar, su madre estaba muerta, sus hijos la despreciaban, su hermano la repudiaba de la familia, no quedaba nadie que fuese a darle alguna palabra de aliento. Y no la necesitaba. 

Era digna hija del Conde Haiark Kreaaexa, un hombre que no se doblegaban ante nada, un hombre que hasta en su propia muerte tuvo control. Su padre le enseño que no necesitaba de nadie para salvarse, que todas las personas a su alrededor podían traicionarla; nadie antepondría sus intereses a los de ella, así que viviría luchando toda su vida por sacar siempre lo mejor de para su beneficio, para que ella perdurara entre todos los nobles. 

Su padre le había enseñado varias lecciones, una de las más importantes era que había un antídoto que curase la estupidez de las personas, siempre debía asumir su estupidez, su ineptitud, incluso de su propio esposo. 

La forma en que amaba a Blodich III era diferente a la de todos los seres humanos, jamás había buscado el amor idílico descrito en las páginas de las novelas, menos uno donde su amado llegase con flores y joyas y siempre la protegiera. 

Ella no necesitaba un caballero de noble linaje que la tomase entre sus brazos, ella era su propio caballero, su guerrero, su asesino y proveedor, así que no buscaba eso en su esposo. De alguna forma simplemente le gustaba estar en su compañía, sentirlo cerca, sin que dijese nada, simplemente permaneciendo a su lado. Era la única clase de amor que podía demostrar. 

Dejo los anillos sobre la mesilla, sus manos quedaron limpias, la luz se reflejaba en su nívea piel, tenía mejor movilidad, los anillos ya no chocaban entre ellos, o luchaban por ocupar el pequeño espacio entre sus dedos. 

En su rostro no había más cosméticos, sólo su piel, el paso de los años esculpiendo las líneas de la vida en lugares estratégicos. No iba a esconder su rostro más, no tenía nada de qué avergonzarse, había cometido un crimen en el nombre del amor. 

No tenía miedo de morir, aun cuando toda su vida había escapado de ese fatídico final, ahora se sentía como recuperar una bocanada de aire. En la oscuridad de la muerte resurgiría más poderosa que nunca. Porque ella era Vardmasan Kreaaexa, Keumena Mathir de Derkstag-Essën. 

El mismo hombre entró a la celda. 

—Madame, es tiempo— dijo, pero Vardmasan no lo miró. Seguía viendo sus manos, perdiéndose en la blancura de su fiel por falta de rayos de sol. 

—¿Puede venir Manohen? — preguntó sin moverse. 

Siempre debía asistirle al acusado la debida guía espiritual para que encontrase el camino de Mizfortia y tuviese una pequeña posibilidad de que la gran madre lo tomase después de dejar esa vida. 

𝑨𝒍𝒍𝒊𝒂𝒏𝒄𝒆𝒔 & 𝑫𝒖𝒕𝒊𝒆𝒔 [ 𝐊𝐲𝐥𝐨 𝐑𝐞𝐧]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora