20 de enero 2042

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El helado frío de la noche provocaba que girase una y otra vez sobre mí misma, enredando la delgada sábana que me separaba del suelo con el punzante césped. La colocaba una y otra vez bien, volviendo a girarme pero por los ridículos e incómodos pinchazos.

Miré a mi padre, dormido con una expresión tranquila y de paz, el único momento en veinticuatro horas que su rostro no estaba contraído por los nervios, la noche era su lugar seguro a diferencia de mí, que cada nueva hora nocturna se tornaba más y más angustiosa.

Totalmente quieta, usando mis propios brazos ya adormecidos de la almohada comencé a contar las estrellas. Una tarea ardua sin duda ya que en el centro del bosque, sin las luces de las grandes ciudades, el cielo se veía iluminado por todas aquellas enormes esferas a kilómetros de mí...

Agotada acabé dormida, soñando con Lydia quien se sentaba a los pies de mi cama y me tendía un lápiz de grafito, muy especial para ella siendo el único que tenía.

"Gracias" susurré antes de que se desvaneciera con aquella enorme sonrisa.

Era el lápiz con el que te escribo, quizás por ello aún no os he dejado atrás, eres un regalo de la persona que más cruelmente he perdido, y de forma irónica, también la que más he querido. Sé que era mi hermana, nos peleábamos como cualquier par de hermanos, pero la quería, y si hubiera podido me hubiese cambiado por ella aquella noche. Siendo yo la que se sirviese en bandeja a las llamas, aunque jamás me hubiesen dejado.

Todo lo que había ocurrido en apenas días lograba quitarme el sueño, solo conseguía cerrar los ojos cuando me encontraba tan agotada que ni mis párpados lograban mantenerse abiertos.

Sentía que mi cerebro luchaba por mantenerme despierta, con una necesidad insaciable de recordarme lo que había ocurrido una y otra vez, sin darme tregua un solo minuto. De ello eran testigos mis ojeras enormes y mi cabeza, quien a pesar de molestarme también comenzó a delirar, de vez en cuando confundí la rama de un árbol con el cabello de mi madre o un rápido movimiento de cabeza, me hizo imaginar que la figura de Lydia se encontraba allí de pie, mirándome y observando cada uno de mis movimientos desde que nos fuimos.

Todas esas noches en vela me ayudaron a no olvidar sus rostros, a grabarlos a fuego en mi mente, temiendo que cualquier día llegara a olvidar incluso sus nombres. No pude decir adiós, ni un mísero lo siento, aún menos lo suficientes te quiero. Me sentí como una inútil totalmente perdida que debió apretar los dientes y continuar por ver a su padre levantarse cada mañana. Dar fuerza a los pocos que hay a su alrededor con una sonrisa cada mañana cuando luego, pasaba las noches entre llantos silenciosos.

Me destrocé a mí misma.

Un par de horas más tarde el sol quemaba mi cara y molestaba a mis ojos, rodé remoloneando un poco hasta que mi padre sacó la sábana de debajo de mí y volvía a pincharme con la hierba seca.

— Llevas toda la noche dando vueltas — no iba a negarlo, era obvio con todo el ruido que hago cuando me incomodo.

Abrió la mochila y con un leve suspiro volvió a colgársela del hombro. Después de tantos días no quedaba comida ni agua, ni siquiera la caducada.

— ¿Vamos al refugio? — pregunté solo para asegurarme.

Él asintió y nos pusimos en marcha.

Los refugios eran pequeños bloques de pisos cuyos habitantes del pueblo guardaban en secreto, incluso a quiénes vivían o vivieron allí por tiempo limitado. Los alimentaban, les permitían dormir e incluso duchas de agua caliente. Cosa que oliendo bien nos hacía cierta falta.

Corrimos las cortinas dejando entrar la luz, una litera en la esquina con sábanas blancas destacaba sobre la pared y el suelo de madera de roble. Era un lugar oscuro, demasiado para mi gusto.

2048 © [DISPONIBLE EN FÍSICO/EBOOK]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora