3 de diciembre 2042

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Aquel dulce frasco de cristal, relleno de colonia con un aroma muy dulce a rosas resbaló de mis manos, los pequeños trozitos se quebraron con rudeza en el suelo, derramando el líquido de su interior por todo el lugar.

Ethan, apresurado se situó tras de mí, apretando con firmeza mis hombros hasta que cayó la primera lágrima de mis ojos, aquel agarre se transformó en un fuerte abrazo.

Sentada en aquel tocador vi la escena reflejada en el espejo decorado con flores. Mi rostro forzaba una sonrisa para la tranquilidad de Ethan, mis ojos rojos e inflamados proporcionaban la sensación contraria.

Había perdido demasiado, en una lucha que no me correspondía. Una guerra entre personas ansiosas de poder que desató la furia de una fuerza superior. El mundo intentaba sobrevivir a nosotros a cualquier coste. Los humanos intentaban sobrevivir a Estrodo erradicando el virus de raíz, a su portador y cualquier posible contagiado.

—Nos hemos visto envueltos sin remedio en una guerra sin sentido, en la paranoia de unos pocos, pero con poder suficiente para ejecutarla.— respiré hondo protegiéndome en los brazos de Ethan. Escuchando con atención sus palabras.

—Y ha arrastrado a demasiadas personas que son mi vida con ella. No es justo.

—Nada lo es—concordó conmigo —si quieres honrar su memoria, lucha por vivir, han dado todo para que tú sigas adelante.

Poco a poco durante aquellos meses que pasé recuperándome las experiencias se multiplicaron.

Mi cara entre personas buscadas se volvió algo lejano, sin embargo por precaución, cuando pude colocarme en pie tomé las tijeras frente al espejo. Los mechones rubios cayeron poco a poco, dejando mi cabello ondulado a la altura de mis hombros. Lo que pudo hacer un corte de pelo.

Aún con miedo, después de dos meses me atreví a salir a la azotea de su hogar, tirados en el suelo observábamos el firmamento.

Sobre un fino colchón improvisábamos una cama cada noche, tapados bajo una enorme y cálida manta llena de pelitos que encantaban. Una de aquellas muchas noches Ethan contó una de sus historias cuando advirtió una constelación que no habíamos visto hasta ahora.

La constelación de Andrómeda.

—Andrómeda, una doncella encadenada a las rocas de Jope, lleva en su nombre la palabra medha, que en sánscrito designaba a la víctima. — Ethan señalaba el cielo con unbrillo especial en los ojos, la astronomía era una de sus pasiones. —Ella gritó hacia la mar y llamó la atención de los pequeños y brillantes ojos de Perseo. De forma que este caballero fue a rescatar a una desnuda Andrómeda a lomos de un enorme caballo blanco.

La pobre mujer fue encadenada por un colérico Poseidón, como castigo a la arrogancia de su madre, Casiopea, una reina etíope tan obsesionada con su belleza que se consideraba más hermosa que las Nereidas, las ninfas del mar.

Le miré maravillada, bajo aquellas estrellas alineadas. La única constelación que quería mirar se encontraba allí abajo, a mi lado, pasando uno de sus brazos tras mi cabeza.

—Desde que llegaste te he identificado con esta historia —me sorprendí, no esperaba nada acerca de eso —eres como aquella chica, solo una víctima encadenada por culpa de terceros sin embargo, tú no necesitas que ningún Perseo te salve Eliana, eres tan valiente y tan fuerte, que podrán echarte mil cosas encima, sé que saldrás de todas ellas más fuerte que antes.

Ahora eran nuestros ojos los que se llenaban de aquel brillo especial, ahora tenía fuerzas para luchar y para seguir adelante, ahora estaba más lista que nunca.

Ahora eran nuestros ojos los que se llenaban de aquel brillo especial, ahora tenía fuerzas para luchar y para seguir adelante, ahora estaba más lista que nunca

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