Caminaba sin saber a donde me llevarían mis pies, sin un rumbo que marcase mi acelerado paso, a veces creía que andaba en círculos y volvería sin querer al pueblo de donde escapaba. Mi único consuelo era la calidez del abrigo.
Me dedicaba a coger manzanas de los árboles que encontraba de vez en cuando y gastar lo menos posible de la mochila, había sido un poco egoísta, al marcharme me había llevado la mitad de la nevera, le dejé suficiente para comer pero bueno, al fin y al cabo esa comida no la había pagado yo. Me sentía culpable de haberle abandonado, ¿qué podía hacer?, Ethan no estaba hecho para vivir como un fugitivo, fue demasiado gentil conmigo como para que yo le pagase con esa moneda.
Cada árbol en el que giraba me volvía a mirar hacia atrás, temerosa de que hubiese decidido seguirme el paso, por suerte no fue así. Esos ruidos del bosque eran solo paranoias mías.
Estaba agotada, me encontré arrastrando los pies desesperada, necesitaba agua, ya me había bebido toda y no había un solo lugar en el bosque donde tomarla.
Encontré una carretera abajo, entre las dos laderas que se situaban a una altura superior, no pensaba bajar. Por allí pasaban los coches de los agentes y mi cara era una de las buscadas como muchas otras. Tuve la suerte, de que pasó un coche patrulla, aunque se paró justo a mis pies.
Asustada me tiré al suelo estilo "cuerpo a tierra", y asomé la cabecita un poco curiosa, ¿por qué se habían parado?.
Uno de ellos bajó del coche y miró a los lados, permanecí quieta, inmóvil, pero no porque no quisiera moverme, el simple hecho de que alguien pudiese haber dado el chivatazo me aterraba y estaba paralizada, habría una veintena de coches como ese patrullando la zona. ¿Habría sido Ethan? Quizás me equivoqué y si supieron que era él quien me escondió, han estado torturándolo hasta que ha dado mi posición.
Me volví loca, nadie supo donde me encontraba en aquel momento. Aún menos en aquel enorme bosque de pinos y alcornocales que se extendía a kilómetros del pueblo en distintas direcciones. Era imposible saber hacia donde huí.
Pero, ¿y si me vieron?, quizás me confié al acercarme tanto a aquel precipicio, todo esperanzada de que allí corriera un río.
Por suerte para mí no me buscaban, por desgracia tuve que volver a ver cosas horribles. El otro policía bajó y sacaron de un empujón a la persona que se situaba detrás sentado.
Este cayó de rodillas y al tener las manos atadas, de cara, el pobre se tragó toda la tierra del arcén y la levantó a su alrededor. Lo que pasó a continuación fue... podría describirlo como emocionante y a la vez una sensación de nervios horrible, impotencia, culpabilidad.
Uno de ellos levantó su pistola, el otro le arrodilló, iban a matarlo frente a mis ojos pero una sola chispa de inteligencia ganó a la fuerza bruta.
El policía que tenía el arma disparó, y el cuerpo cayó desplomado al suelo. El otro hombre de uniforme había muerto a manos de su propio compañero. El chico le pidió que le desatara, a pesar de que veía todo como si fuera un pájaro, desde arriba, no apreciaba ni la más mínima lágrima, ni el más mínimo arrepentimiento, ¿qué estaba ocurriendo en el mundo?
Solo hube desaparecido unos meses, pero la sociedad estaba corrompida por el miedo, tanto, que la muerte era algo normal para la supervivencia de cualquiera.
El hombre sacó la llave y quitó sus esposas, fue a marcharse tras sacudirse las rodillas y limpiarse la arena de la barba, pero le detuvieron. El policía comenzó a tocarle descaradamente, acariciando la comisura de sus labios, el otro chico sonreía, hasta que intentó acercarse para depositarle un beso, entonces se alejó y le apuntó con una pistola. El policía sorprendido miró a su compañero y comprendió que se la había quitado sin darse cuenta.
—¡Teníamos un trato! —gritó el policía mientras el otro se alejaba, libre.
—Jamás confíes en alguien que haría cualquier por sobrevivir —era un superviviente como yo.
—¡No irás muy lejos!¡Te encontraré desgraciado!
Aquel hombre entró en cólera, se hizo pasar por su amante y justo cuando por fin era libre, le engañó. Astuto, aprovechando las debilidades de su
—¿Cómo? —rió con la pistola en la mano —Dirás a tus compañeros que mataste a tu compañero porque te enamoraste del prisionero, adelante, estarás muerto.
El uniformado apretó fuertemente los dientes, estaba sediento de venganza, avergonzado de lo ocurrido.
—Yo ya estoy muerto, pero tu también —seguían gritando y yo estaba asombrada, desde luego había tenido muchísima suerte.
El policía había dicho algo que aquel chico no esperaba escuchar, recuerdo que le amenazó con morir al fin y al cabo él estaba muerto por lo que había hecho, pero no pagaría solo él.
—No tendrás tiempo —el preso disparó y otro cuerpo cayó al suelo como un plomo, subió la colina y arriba a mi altura miró a ambos cuerpos, me levanté y nos miramos, el odio era perceptible en su mirada, sentía como me recriminaba el haberme quedado quieta, no haberle ayudado, no haber hecho nada. Éramos dos supervivientes, algunos solo porque nos sonrió la suerte en el momento adecuado, otros porque están dispuestos a cualquier cosa por ser libres y vivir. La inteligencia de ese hombre me asombró, cuantos años podía tener ¿30, 31?, era un maldito luchador.
Se giró y se fue, dejándome allí sola, sin posibilidad de alcanzarle, pero me había hecho un regalo. Me deslicé colina abajo y me acerqué al coche, cogí la pistola que quedaba allí y una especie de cinturón que tenía que me permitía colocármela en el muslo, así la tendría a mano.
Y un coche, un maldito coche con GPS que me llevaría a la ciudad, abrí el maletero, comida, agua, ¡agua!, bebí dos botellas enteras, estaba sedienta. Cargadores para la pistola que metí en la mochila, tenía unas 32 balas, y un uniforme, un maldito uniforme de policía que me coloqué de inmediato. Metí mi ropa a presión en la mochila, ya iba demasiado llena, y me coloqué la gorra intentando que la sombra de la visera cubriera mis ojos, rebusqué en los bolsillos de los cadáveres las llaves del coche.
Miré la pistola una última vez, jamás cargué con un arma antes. Me inspiraba respeto y a la vez terror. Si pudiera evitarlo nunca mataría a nadie, pero el mundo es extrañamente caprichoso.
La dejé apoyada en el asiento del copiloto y arranqué.
Coloqué primera, pisé el acelerador, el GPS, en 30 minutos en una carretera totalmente recta llegaría a mi destino, subí a sexta, a 130km/h por la carretera, totalmente sola, por fin llegaría a alguna parte.
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2048 © [DISPONIBLE EN FÍSICO/EBOOK]
Science-Fiction"Llega la extinción" Si alguien encontrase este diario, quiero que sepa quién dejó parte de su alma escrita en él. Eso significaría que la raza humana ha sobrevivido a su propia extinción. El mundo ha lanzado su mayor ataque contra aquellos que lo d...