6 de diciembre 2042

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—Guarda esa pistola, solo debe protegerte no matarte —reprochó en tono severo mientras se acercaba poco a poco y con cuidado, finalmente le hice caso, la guardé en la cartuchera que tenía en el muslo, había estado a punto de matarme y acababa de llegar a la ciudad.

—Ven conmigo, cuando vean al policía así vendrán a buscarnos, entonces no podré ayudarte.

Le acompañé sin rechistar, ¿qué le iba a decir si me había salvado la vida?, solo seguí sus pasos y empecé a atravesar las calles totalmente perdida. Nunca había estado allí, tuve que saltar de un edificio a otro, atravesar puestos de venta, sábanas colgadas que tapaban entradas, muros e incluso de ventana a ventana, finalmente me dijo que habíamos llegado. Tardamos una hora desde la entrada de la ciudad, este era un lugar aparte, para marginados como yo.

Eran personas, no pobres, sino cuyos familiares habían sido contagiados y ahora les perseguían como a mí, sabíamos que si nos atrapaban no ocurriría nada bueno con nosotros, por eso se escondían en una parte tan alejada, más bien destruida. Aquella parte de Madrid que se cayó a pedazos durante la primera crisis de la población.

Una zona de personas humildes pero altos edificios que acabaron por quemarse a causa de antiguos contagiados, está desinfectada como todo, pero no se permite entrar por seguridad, por eso era tan difícil llegar allí.

Anduve un poco más hasta apartar unas cortinas corroídas de la entrada de una casa, entramos por fin y un niño de unos 4 años vino corriendo a saludar entusiasmado por la vuelta de la persona que me trajo hasta aquí.

—Mamá dijo que tardarías en volver —apuntó el pequeño —¡Mamá, papá está en casa!

Su mujer salió de la puerta del fondo, tiro el paño de las manos y se agarró a su largo cabello negro cuando le vio, comenzó a llorar desconsolada y a abrazarle y llenarle de besos, yo solo miraba incómoda, nadie parecía reparar en mi presencia en un hogar ajeno.

—Cariño, yasta respira, nos está mirando el niño —el pequeño chico se acercó a mí, mientras la mujer seguía oculta entre los brazos de su marido.

Me miró atentamente, con esos grandes ojos azules yo no podía despegar la mirada, parecían provenientes de otro mundo. Estaba analizando cada movimiento, hasta el de mis pestañas, aquel niño lo recordaría toda mi vida, esos ojos penetrantes parecían que estaban intentando leer mi alma, saber todos los secretos que escondía mi mente y por un momento parecía saber todo el dolor que había pasado para llegar hasta allí, a día de hoy sigo sin saber si lo averiguó.

—Ella es... —su padre me miró, comprendiendo que no sabíamos nuestros nombres.

—Soy Eliana - el pequeño chico me miró sorprendido, no era un nombre común.

—Yo soy Sergio, ella es Olivia y este es mi hijo Andrés.

Aquel hombre había llegado antes que yo allí, no se cómo pero era el hombre de la colina que había asesinado a los guardias.

—¿Podemos hablar un momento fuera? —Sergio no me dejó responder, solo agarró mi muñeca y me llevó fuera de la pequeña casa.

Era desolador, apenas había nadie, algunos gatos callejeros y algún que otro marginado, los edificios vacíos rotos y cayendo a pedazos, era peligroso andar por allí.

—No le cuentes a mi mujer lo que viste con esos guardias, por favor, te he salvado la vida sólo te pido eso.

Asentí, no diría nada ya que no creía que fuera de mi incumbencia, podrían no entender qué lo hizo para sobrevivir y volver a alimentar a su familia, sino verle como un asesino, yo tampoco me hubiese arriesgado a ello.

2048 © [DISPONIBLE EN FÍSICO/EBOOK]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora