1 de enero 2046

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Las noches eran frías, el abrigo que me cubría dejaba colar un poco de él. Me resultaba igual de desagradable mucho o poco, odio el frío.

Ethan se cubría bajo un sombrero negro y una gabardina, digno de un detective privado. Chavs sin embargo solo llevaba una sudadera remangada, hacía un frío horrible y comentó que tenía calor...

La noche estaba mucho más iluminada de lo que apreciaba desde mi habitación, solo los callejones de la ciudad nos servían de refugio ante los pocos coches patrulla.

Las vueltas que había tenido que dar nuestro amigo para ayudarnos sirvió de algo más, Chavs sabía perfectamente que lo único abierto en la ciudad a estas horas eran algunos bares del centro de la ciudad, y por supuesto los parques.

Aguardamos unos instantes, despidiéndonos siendo conscientes de lo que íbamos a hacer. Ethan y yo apenas dejamos escapar un ten cuidado, seguíamos enfadados y yo esperaba un perdón por su parte.

Dividimos la ciudad en tres, Chavs iría a la parte central, Ethan al sur y yo al norte, debíamos encontrar a aquel hombre de inmediato.

Pasar tiempo acompañada había pasado factura, andaba agarrando al miedo de la mano, hacía mucho que no sentía terror a andar durante la noche sola, al fin y al cabo no había nadie realmente. Me provocaba pavor el mero hecho de pensar que alguna persona pudiera venir y desgarrarme la ropa, o que alguien saliera de un callejón pistola en mano apuntando hacia mi cabeza.

Teníamos demasiado terreno que cubrir y no podía pedirle a ninguno de ellos que me acompañara, por desgracia mi preocupación no solo era eso, sino que temía que les pudiese ocurrir algo, perderles de alguna forma. Eran mis mejores amigos, algo que no me podría haber permitido.

Las oscuras y desérticas calles solo daban paso a mi sombra, de la cual a veces huía. Cada bar abierto estaba repleto de personas de vidas descontentas, que ahogaban sus penas en el alcohol intentando olvidar de algún modo todo lo que les rodeaba. Al parecer Wuhan no era un lugar tan feliz y deseado como contaban afuera.

Pasé por los únicos tres locales que se podían entrar a estas horas de la noche, me sorprendió el hecho de ver un club de striptis, cada día me asombraba más la idiotez humana. Mientras fuera de aquí la gente moría, yo intentaba salvar a todos ellos que se esforzaban en vivir en una especie de sueño, ignorando la mera existencia de lo que se encontraba fuera de sus seguras barreras.

Sexo, alcohol, drogas.

Seguimos siendo igual de estúpidos.

El planeta se muere, millones de personas caen cada día ante Estrodo, pero que más da, ellos están a salvo aquí dentro.

Por suerte en ninguno de aquellos locales se encontraba la persona que buscaba, y me alegraba inmensamente por ello. No quería encontrármelo como un desconocido borracho como una cuba metiendo dinero en la ropa interior de alguna chica.

El tiempo pasaba y todavía nadie había encontrado a aquel señor. Empecé a pensar que quizás se hubiera ido por su cuenta, que había pasado por alguna puerta trasera y ya se encontraría a kilómetros de aquí, mientras nosotros le buscábamos toda una noche.

Siendo sincera, aquel pensamiento era mucho más fuerte cada minuto que pasaba sin ninguna clase de señal, ya andaba cabizbaja, dejando que las luces azules me alumbraran de forma intermitente cada vez que pasaba una de estas.

Bajo la tenue luz de una farola, un hombre mantenía la mirada fija en el cielo, era él.

A pesar de no saber su nombre opté por acercarme, nada nos podíamos hacer el uno al otro.

—¿Me recuerdas? —aquel chico me miró, hipnotizado por el ritmo de las luces azules que seguían surcando mi rostro.

—Si no recuerdo mal eres Eliana, tuviste al jefe muy enfadado cuando intentaste entrar por tu cuenta aquí... Supongo que esa cicatriz te hizo recapacitar —su voz entrecortada me hizo sospechar de que estaba ante la persona correcta. —¿Sabes? Me prometieron un lugar de ensueño aquí dentro, pero antes dormía bajo las estrellas y desde aquí es imposible apreciar ninguna.

—Supongo que no todo es tan bueno ni tan malo, todo tiene sus pros y sus contras, sus defectos y virtudes. Yo ahora me siento atrapada en una caja enorme.

—Yo también. Pero dime rubia, ¿a qué has venido? —por fin centró su mirada en mí de manera continua, a pesar de todo lo que pasamos me dí cuenta de aquello. Todo tiene algo bueno y algo malo, Wuhan no era un sitio de ensueño como se predicaba por allí, sino una enorme caja que podía similar a una enorme cárcel de lujo.

—¿Has presentado ya síntomas? —fui directa al grano, su voz áspera ya me indicaba que estaba contagiado de alguna forma.

—¿De qué hablas? —confuso me miró, mientras al fondo del parque entraba una madre con su hija, comencé a hablar más bajo.

—La enfermera que cayó, estaba contagiada, tú y yo también lo estamos.

Aquel hombre pensó durante un momento, achinando aún más sus ojos, tocando los tres pelos de su perilla que él llamaba barba.

Se levantó y tomó mi mano, apoyándose tras eso en el banco para aguantar el equilibrio.

—Llevo desde que entramos con dificultad para respirar, a veces me mareo si hago sobre esfuerzos —aclaró al ver mi cara de preocupación.

Sin embargo la mujer, que se encontraba más cerca aún de nosotros comenzó a mirarnos disimuladamente.

—Vale, haremos lo siguiente, mis amigos deberían estar llegando. Saldremos de aquí aparentando estar bien, si no puedes finge una borrachera. Huiremos de Wuhan hoy mismo.

Él apenas tuvo tiempo de asentir, estaba nervioso y reparé en que no tenía ningún bulto exterior, eso solo significaba que había crecido hacia dentro, oprimiendo las venas y las vías respiratorias.

Entre la falta de sangre a su cuerpo y el poco oxígeno que llegaba de por sí temí que se desmayara, así ocurrió, justo cuando la mujer pasaba a nuestro lado.

Perdió el equilibrio en sus piernas cayendo hacia atrás, en un acto reflejo intentó agarrarse a mí haciendo que me arrancara la bufanda.

Aquella señora quedó horrorizada, él en el suelo se empapaba de su propia sangre, la cual también se repartía en la esquina del banco. Mientras que las señales de ERS-24 en mi cuello eran visibles ahora.

Ella corrió, haciendo oídos sordos a mis palabras sobre que me marchaba, que nadie estaba en peligro.

Por fin comprendí para que servían aquellas luces azules, pulsó un botón en la farola más cercana y se tornaron rojas, ahora todas se dirigían y desembocaban en mi situación, podría correr pero no esconderme.

Había dado la voz de alarma y mientras le rogaba que la parara los efectivos entraron al parque por la zona norte.

Alto, corpulento, de ojos verdes y penetrantes, sin ninguna compasión.

—Volvemos a encontrarnos Eliana, te dije que eras igual a mí. —rió de forma irónica comenzando a hablar en alto a sus soldados —ya comienzas a destruir ciudades incluso.

—Víctor... —la rabia me comía por dentro, le odiaba, todo poro de mi cuerpo le quería muerto.

 —la rabia me comía por dentro, le odiaba, todo poro de mi cuerpo le quería muerto

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