5 de diciembre 2042

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Iba a 130km/h por la carretera, el viento dolía en el rostro pero de alguna forma me gustaba, ya veía la ciudad, esta vez no era un pueblo de madera y piedra como el de Ethan sino una ciudad en condiciones.

Sus edificios enormes que los llevaba viendo desde lejos, muy luminosa y colorida por los leds de su interior y rodeada totalmente de policías... Soy horrible, poca veces he tenido tanta mala suerte como aquella, si no entraba me cogerían al dar la vuelta con un coche patrulla, si salía corriendo me delataría sola y si entraba podían descubrirme. ¿Qué hubieras hecho tú en mi lugar?

Estuve hiperventilando hasta quedarme exhausta, había dos arcos de piedra y una valla que levantaban una vez que hacía una pequeña prueba para ver si aquellos que entraban eran infectados, no señores, no era muy fiable, y no, no estaba en Wuhan, aunque ahora todas las ciudades habían adoptado este método por precaución. Y cada persona infectada se la llevaban a saber dónde, pero mi sexto sentido me dijo que no querría averiguarlo.

En ese entonces los hospitales habían llegado a su límite después de pocos meses, no podían llegar más enfermos, debían decidir quien vivía y quien moría, pero además entre sus propios compañeros infectados.

No existían recursos suficientes para todos, en plena crisis la población se volvió loca, comenzaron a comprar guantes de látex, mascarillas y desinfectantes sin control alguno, desde luego no les importaba que los médicos que les salvarían la vida estuvieran sin protección alguna mientras ellos estuvieran relativamente a salvo.

En esta ciudad, Madrid, llevaron a cabo una colaboración ciudadana, todos donaron este tipo de productos a los hospitales y permanecen en cuarentena en sus casas, solo es posible salir durante un par de horas al día dependiendo de la zona de la ciudad que vivas para evitar las aglomeraciones, está todo muy controlado.

Incluso mi entrada a ella.

La fila de coches continuó, yo sería la siguiente. Me fijé en que los agentes solo llevaban una mascarilla y guantes de látex, al menos tenían una mínima protección frente al virus.

Mi turno. Me coloqué rápidamente una mascarilla que encontré en la guantera, esperaba que eso junto a mi corte de pelo me ayudara.

—Dijimos que no necesitábamos de más policías, ¿quién la ha hecho venir?

—Me llamaron para cubrir una baja, señor.

—El señor Martín, ha sido contagiado y no puede realizar sus servicios.

—Claro, aquí estoy presentada al cargo —literalmente ni siquiera sabía de que estaba hablando, solo jugaba con las probabilidades más altas en el juego, siempre manteniendo mi visera baja.

—¿Puede entregarme su identificación? —a saber donde estaba eso, no tenía ni idea de qué hacer, miré en la guantera y solo estaba la de aquellos dos chicos, creo que realmente no era conveniente enseñarle la documentación de dos muertos...

—Realmente no, he de decirle que aprobé las oposiciones hace pocos meses y con todo esto estoy a la espera de la llegada de esta.

—Entonces dígame su nombre, preguntaré por ella y su número de placa. —Estamos en España, tenía que al ver al menos una persona con los nombres más comunes de aquí.

—María Pérez —comprobó su teléfono y me miró repetidas veces, estaba de los nervios, rezando porque no me sudaran las manos de forma notable, parecía que había llovido solo en el volante, que horror.

—Hágase la prueba, después podrá pasar, el coche debe dejarlo en el área sucia a la izquierda para quemarlo, usted debe pasar por los túneles de desinfección a la derecha.

—De acuerdo —con un bastoncillo recogió mi saliva y la metió dentro de una máquina, la cerró y abrió una pequeña pantalla de su interior, su color era verde.

—Puede pasar, una cosa más —hizo una señal a los agentes para que abrieran la barrera —su cara me resulta familiar, ¿nos conocemos?

—Siento decirle que no tengo el gusto, señor —aceleré y pasé rápidamente, vi como seguía pensando a pesar de todo en mí ya que miraba reiteradamente, agarré mi mochila y avancé hacia el área de desinfección, por suerte al menos no había rayos X, verían tantas cosas extrañas en mi mochila que iría de cabeza ante el superior.

Pasé por aquellos túneles recubiertos de plástico que continuamente expulsaban una especie de aire muy frío, y entonces la luz, salí de ellos y aquellos inmensos edificios ahora estaban ante mí.

Fui a un callejón y me cambié de ropa, volví a colocarme mis adorables y cómodos pantalones anchos de color caqui y mi camiseta negra de mangas cortas, que cómoda estaba sin ese uniforme apretado. Solté mi cabello y peiné con los dedos para darme un aspecto distinto a la chica que había entrado. Pero mi alegría duró poco.

Salí y a través de los tubos pude ver al policía de antes señalando al otro el interior, venía directo hacia aquí, y en cuanto encontraran las ropas tiradas por ahí me cogerían, así que agaché la cabeza y anduve entre la gente camuflándome.

Corrí por el primer callejón que vi a mi derecha, sin rumbo y sin saber a donde ir, al escuchar pasos me escondí tras una esquina, comenzó a dolerme mucho el pecho, la cabeza, y muy difícilmente controlaba mi respiración. Mi corazón iba a mil por hora, creía que me estaba dando un maldito infarto, pero todo empeoró cuando vi a aquel agente justo frente al callejón entrar hacia mi dirección y entonces lo sabía, iba a morir, estaba segura, así que saqué la pistola y con el pulso temblando apunté hacia la dirección por la que se adentraba a mi escondrijo, pero no, vi a una segunda persona en el edificio, venía caminando sobre él desde arriba de un pequeño bloque de pisos, acompañando el paso vacilante del guarda.

Iba a morir estaba segura, aparté mi arma y la coloqué en mi sien, me encontrarían pero no viva, quién sabe que clase de barbaridades le estarán haciendo a aquellos que creen que están contagiados y solo por miedo, porque les controla totalmente el terror, igual que a mí en aquel instante desesperante.

Conté hasta tres, dispuesta a morir para evitar el sufrimiento, pero la persona del edificio saltó y cayó sobre el policía, por suerte era un edificio bajo de apenas dos plantas.

Corrió hacia mí, aún seguía llorando, con dolores en el pecho que hacían que estuviera apoyada en la pared tras la esquina, empezó a pedirme que controlara la respiración, que si le hacía caso nadie nos haría daño.

Y así lo hice, le obedecí, controlé bajo mi asombro el ataque de ansiedad, y allí estaba él.

Le conocía.

Le conocía

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