2 de mayo 2044

345 101 86
                                    

Londres está desierta entre las calles destrozadas, apenas nada se ha salvado, algunas personas que entre ellas forman una ridícula comunidad para subsistir.

Que horrible es pensar como estará el resto de la humanidad, a medida que avanzaba hacia el improvisado mercado de la plaza iba esquivando cadáveres, por desgracia no todos eran contagiados, algunos solo eran familiares que los habían asesinado por miedo.

Si es que a pesar de todo sigo pensando que el peor de los virus somos nosotros.

El ambiente de la decadente ciudad me recordaba a un cambio de época, parecía que había viajado en el tiempo, las ropas mugrosas y rotas y los mercados en medio de la calle, en tenderos de madera mientras gritaban el precio de sus productos, incluso había un cuerpo de sanidad de voluntarios, cuyo propósito era llevarse a todos los posibles contagiados. Si valorabas tu vida, que no se te ocurriese salir a la calle con sudor o fiebre, quizás no volvieses a casa.

Con guantes de tela, hechos de sus propias ropas manipulaban los alimentos, algunos con más armario se hacían mascarillas de tela metiendo papel en su interior, esas eran sus únicas defensas ante Estrodo. Desde luego ya tenían más que yo.

Me recogí el cabello en un moño desaliñado, ya comenzaba a molestar su tamaño. Me acerqué al mercado y comencé a llenar mi mochila de provisiones hasta los topes. Manzanas, pan, agua, zumo, carne... Todo lo que creyese que podía durar alrededor de una semana. Una de mis ropas se convirtió en un abrigo frío para la comida, hacía tiempo que robé una especie de placa fría, no mantenía la comida en perfecto estado pero si lo suficiente para poder comer de semana en semana.

En apenas una hora ya salía del lugar, aliviada, no podía arriesgarme a que me reconocieran viví con más miedo a que me capturasen que al propio virus.

—Lo han echo, el pueblo de Ucieda ha sido el primero, por suerte pude huir de España.

No sólo el hecho de que hablasen mi idioma captó mi atención. Paré en seco sobre auqellos adoquines mal colocados de piedras rugosas, miré a ambos lados intentando averiguar de en cual de las dos calles salía ese sonido, ese nombre. Finalmente, tras la pared de una de las casas se alcanzaba a ver la sombra de ambas mujeres, refugiadas en una calle secundaria a una distancia prudencial de la principal.

Eran dos personas relativamente mayores hablando cerca de la entrada del mercado, pero el nombre del pueblo que habían dado consiguió que mi curiosidad se desviara hacia ellas. Era el pueblo de Ethan, aunque pasaran mil años seguiría recordando todo lo que pasó allí y cada detalle de su rostro, me aseguré de recordarlo bien. Sé que no debía pero...

—Disculpe, ¿qué ha ocurrido? —la señora me miró de arriba a abajo con dudosa inseguridad, yo sin embargo hacía parecer que llevaba allí toda la vida. Con cierto recelo contestó, y a cada paso que daba para acercarme y escuchar su débil y temblorosa voz, ella daba otro que se alejase. Al final opté por centrar bien mi oído en sus palabras.

—Ucieda, han mandado al ejército y están ejecutando a sus habitantes, hace poco supieron que habían estado ocultando a una contagiada, se han condenado ellos solos, el registro de casas reveló la presencia de uno en el pueblo hace menos de dos años, ahora cualquiera podría estar infectado.

Me quedé muda, con la mirada fija en la boca de la señora, seguía moviendo los labios pero no quería escuchar más, yo era la culpable de que Ethan pudiera estar muerto o peor, capturado.

Salvó mi vida condenando la suya sin saberlo.

A mi derecha alguien cayó un objeto de cristal, recuperé la respiración de forma acelerada y mi consciencia volvió a mi cuerpo analizando todo rápidamente.

2048 © [DISPONIBLE EN FÍSICO/EBOOK]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora