—¡Corred a las furgonetas, joder! —insistía de nuevo el líder de la quinta exploración.
Ahora éramos muchos más, nos habíamos visto obligados a repartirnos en grupos para realizar la tarea de reconocimiento, sin embargo esta fue algo más larga y mi equipo fue acompañado por un par más de grupos.
A pesar de los gritos nadie se movió de su lugar.
Ocho personas nos encontrábamos armados, ayudando al nuevo grupo que hallamos en la sabana. Para desgracia nuestra, uno de ellos se encontraba terriblemente herido.
Gracias a Ethan algunos de nosotros ahora contaba con algunas nociones de primeros auxilios, las suficientes como para poder llevarlo con vida hasta el refugio.
—¿Dónde coño está el médico? —aquel hombre seguía gritando, sin embargo para nuestra sorpresa el hombre al que llamaba había sido comida de leones.
Animales que por cierto, seguían hambrientos a nuestro alrededor.
—Entrad en la furgoneta —ordené a todos los que encontramos sin herida alguna.
Olivia se arrodilló frente a mí, colocando sus manos sobre la herida que yo intentaba taponar sin mucho éxito. Ella era la enfermera de mi grupo.
Formaban un corro a nuestro alrededor, apuntando a los animales que continuaban a nuestro alrededor.
Cuando una de las leonas decidió acercarse pegaron disparos de aviso al aire, invitándola a retroceder. Ellos seguían bajo la sombra del árbol más cercano, mientras nosotros a pleno sol luchábamos por salvarle la vida.
—Eliana no tenemos todo el día, si no aligeras seremos su banquete —mi compañero volvió a advertirme, y a pesar de tener toda la razón seguía necesitando mi tiempo para controlar la hemorragia —me apetece hacer otras cosas hoy antes que ser devorado sabes —sarcástico continuó, siempre que estaba nervioso comenzaba a soltar ironías, solo tensaba aún más el ambiente. El resto sin embargo permanecía totalmente quieto, con miedo a despertar el interés ya latente en los leones.
—Olivia —capté su atención —ayuda, vamos a meterlo en la furgoneta tendremos que continuar ahí —ella me miró sorprendida, moverle sin cerrar la herida supondría una mayor pérdida de sangre y era precisamente lo que buscábamos evitar.
Miré a los animales, cada vez más nerviosos y con menos miedo.
—Una, dos y tres, ¡arriba! —quizás lo doblamos demasiado, pero el peso de aquel tipo era muy superior al que calculamos en un primer momento, por suerte conseguimos montarlo en una segunda furgoneta que tratábamos como ambulancia. Realmente solo tenía una sábana en el suelo para el enfermo y estanterías laterales con cosas que pudiésemos necesitar.
—¡Replegaros! —gritó a todo pulmón el mismo hombre.
Comenzaron a andar hacia atrás sin dar la espalda a las leones que miraban interesadas. Colocaron sus posaderas en el interior y el conductor arrancó por fin.
Salimos de allí cuando ellos se decidían a acercarse.
A esto me refería cuando decía de tener miedo de la noche. Gracias a Estrodo los humanos dejamos de tener el control sobre todo y eso provocó que la naturaleza se adueñara de lo que siempre fue suyo.
Entre tumbos hacíamos lo que podíamos para mantener a aquella persona con vida. Ahora esta era nuestra misión. Encontrar personas cercanas a ERS-24 e invitarlas a nuestro refugio. A muchas de ellas como veis, teníamos que salvarles la vida.
—¡Anestesia! —gritó mi compañera.
Intenté colocársela pero mi mano temblaba demasiado. Era incapaz de de meter aquella aguja en el bote que la contenía. Olivia me lo quitó de un tirón y sin apenas esfuerzo consiguió meterla y colocársela al paciente, a pesar del incómodo movimiento del vehículo.
La pérdida de sangre era peligrosa, sin bolsas para colocar nos la arreglamos como pudimos.
Presioné su herida con fuerza, mientras ella preparaba la aguja para cerrarla.
El trayecto fue largo, tuve que engancharme a él para compartir para de mi sangre y que llegara vivo. Así fue.
Sanos y salvos atravesamos la murallas ya casi construidas, frente al hospital que se encontraba en pleno funcionamiento, nos detuvimos.
Ethan y otros dos enfermeros agarraron la sábana y lo subieron a quirófano. Mi trabajo allí estaba hecho.
Durante todo aquel tiempo mi compañero se había dedicado, junto a un antiguo investigador, a formar nuevos médicos y enfermeros que ahora llevaban el hospital entre unas veinte personas.
Aquel lugar había tomado forma, y por qué no decirlo, vida.
Éramos 30, divididos en grupos de seis con el objetivo de explorar. Líderes, que conocieran tácticas de supervivencia y pensamiento rápido, ahí entraba yo. Luego encontrábamos tiradores, enfermeros, tácticos e incluso psicólogos. Todos éramos una piña, dividida en cinco grupos que se dedicaban a recorrer los continentes en busca de más gente como nosotros.
Numerosos agricultores y ganaderos que habían montado todo un ecosistema aquí dentro. Somos nuestro propio hogar.
El rumor de un lugar como este traspasaba fronteras, era peligroso para nosotros, por eso nuestros obreros y mejores tecnológicos trabajaban día y noche para terminar la muralla que nos aislaría si fuera necesario.
Aquella tarde fue mi última misión, mi equipo me echaría en falta pero me necesitaban aquí.
En el edificio contiguo al hospital, el siguiente más alto, colocamos una especie de "gobierno", allí se dirigía todo y se tomaban las grandes decisiones. Ahora mi lugar se encontraba en aquel despacho.
—¡Eliana! —era Chavs, el jefe de la seguridad de todo el refugio, por encima de él, solo estaba yo.
Paré en seco entre los pasillos reconstruidos, me alegraba tardar en entrar a aquel lugar, no iba por voluntad propia, simplemente me eligieron y confiaron en mi persona.
—Han llegado nuevos integrantes, lo raro es que requieren hablar contigo, ¿los hago subir? —me extrañé, muchos estaban escuchando acerca de este lugar, pero pocos sabían de mí antes de llegar aquí. Por un momento temí por mi seguridad y pedí a Chavs que permaneciera en la puerta.
No fue necesario que continuara cuando les divisé a lo lejos.
—Cuánto tiempo sin verte —pronunció Sergio, soltando a su hijo Andrés que venía corriendo a verme y abrazarme.
Aquellos ojos azules seguían siendo preciosos, mayores, pero aún así tenían aquel toque que hacía que recorriera un escalofrío por tu espalda mientras leía tu alma.
Recordaba que su madre estaba enferma, después de todo lo ocurrido hacía dos años que había muerto. Andrés, aquel pequeño niño del que sentí piedad provocaba que continuara viendo mi propio reflejo en aquellos enormes ojos.
Ahora no sentía lástima ante aquella sonrisa, sino orgullo. Tan valiente y fuerte que era capaz de sobreponerse a todo.
—Estáis a salvo —dije mientras abrazaba al niño y miraba a su padre, agradeciéndole con la mirada todo lo que hizo por mí, ahora podía devolverle aquel enorme favor.
—Lo sabemos —me confesó, mientras se acercaba y comenzaba a acariciar el pelo de su hijo.
Para mi sorpresa me abrazó, ambos de rodillas en el suelo, a la altura del joven de Andrés. Mientras su padre lloraba sobre mi hombro aliviado y exhausto de luchar.
—Gracias —susurró en mi oído mientras un cachito de mi corazón parecía desprenderse y marchar con ellos, a donde fuera que fuesen.
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2048 © [DISPONIBLE EN FÍSICO/EBOOK]
Science Fiction"Llega la extinción" Si alguien encontrase este diario, quiero que sepa quién dejó parte de su alma escrita en él. Eso significaría que la raza humana ha sobrevivido a su propia extinción. El mundo ha lanzado su mayor ataque contra aquellos que lo d...