El miedo también es un virus
Haru tenía el presentimiento de que no era una buena idea volver a la tienda, pero lo cierto era que necesitaba el jabón. Un tonto y sencillo jabón mataba el virus, o eso habían dicho en la tele cuando todavía funcionaba.
Además, la abuela de Abigaíl seguramente estaba contagiada de ese hijo de puta virus que había matado a su papá. Y él no quería enfermar aunque su madre le había dicho que para los niños era tan solo un resfriado. Pero ella seguramente había mentido, como le mintió su padre cuando le dijo que aquella tos no significaba nada hasta que un día los hombres de trajes amarillo se lo llevaron y los separaron a todos en habitaciones diferentes por diez días. Días largos días donde entendió la importancia de la familia. Finalmente, se había reunido con su madre y su hermana, pero a su papá lo mantuvieron en el hospital hasta que un día llamaron para decir que había muerto y que su cuerpo iba a ser incinerado.
La última vez que lo vio, estaba recostado en su cama con ojeras y una tos intensa. Esa no era la imagen que debía tener un niño de su padre, o eso pensaba él.
—Está bien —cedió el chico.
—¿Cuál es el plan? —preguntó la jovencita impaciente.
—Rodearemos las calles, si volvemos a toparnos con aquel tipo estaremos perdidos.
—Está bien —la chica asintió con la cabeza.
—Abigaíl... —la interrumpió antes de salieran del quiosco donde estaban escondidos—. Siento lo de tu abuela sé que es muy importante para ti...
—Estará bien Haru, sólo debemos recuperar la mochila y así podré cuidarla —Abigaíl sonrió, de verdad creía aquello.
Haru le devolvió la sonrisa y su amiga lo vio reír por primera vez en mucho tiempo.
—Vamos...
Ambos salieron de su escondite y avanzaron con cautela por entre los vehículos estacionados. Se metían entre las casas abandonadas que ya estaban en ruinas y salían por otras habitaciones, tomando atajos, tratando de evitar las calles abiertas.
Atravesaron varias avenidas hasta llegar de nuevo a la tienda abandonada. No se veía a nadie por ahí, ni siquiera al hombre harapiento ¿Estaría escondido? ¿Se habría ido? eran preguntas que Haru se hacía, nunca se era demasiado precavido.
Abigaíl pretendía avanzar de nuevo, pero él la detuvo.
—Primero debemos cerciorarnos de que no haya nadie —dijo y empezó a mirar en todas las direcciones.
—Tienes razón, sólo hay una entrada y una salida allí.
Haru asintió con la cabeza confirmando lo que sospechaba.
Esperaron unos minutos hasta que sintieron que no hubiese nadie más allí o a su alrededor.
—¿Cuántas personas crees que sigan viviendo en esta ciudad? —quiso saber Abigaíl.
—He visto personas —confirmó Haru—. Pero han sido pocas, siempre son los mismos rostros. Seguramente son como nosotros que no tienen a donde más ir —Haru continuó avanzando despacio—. Vamos, entra, saca la maleta y luego yo te ayudo a salir —planeó el chico.
Abigaíl de pronto no le gustó el plan. Recordó que podía haber algo amenazador en ese lugar, que entre las partes donde la luz no entraba había algo que ella no distinguía si era realidad o ficción.
—¿No podemos entrar los dos?
—No creo que sea una buena idea —contestó Haru.
—Le tengo miedo a la oscuridad —suplicó ella.
Haru levantó las cejas desenfadado y terminó asintiendo con desgana.
Abigaíl fue la primera en intentarlo, metió la cabeza por el espacio que habían entre las tablas, pero volvió a quedarse atorada por los hombros.
—¡Ayúdame!
El chico se sonrojó. No sabía cómo ayudarla sin que tuviera que empujarla por las nalgas. Así que con cuidado tomo su cintura y la impulsó con fuerza hasta que Abigaíl cayó del otro lado. Se escuchó un sonido seco y luego un quejido.
—Auch...
—Lo siento —se disculpó él.
—Dale, entra tú.
Haru imitó a su amiga y metió la cabeza con las manos extendidas hacia delante para que ella las jalara del otro lado. Ambos hicieron tanta fuerza que cayeron al suelo uno encima del otro. Se sonrojaron y se separaron enseguida.
La mochila se encontraba allí, a unos escasos centímetros de ellos, pero Haru la ignoró, se levantó y avanzó para explorar. Empezó a caminar a lo más profundo de la tienda donde la luz que se filtraba por los espacios entre las tablas no llegaba, incitado por la curiosidad.
Abigaíl tomó la mochila del suelo, y el miedo volvió a invadirle las entrañas repentinamente, así que avanzó a toda velocidad a donde estaba su amigo para alcanzarlo, no quería estar sola.
Haru miraba las góndolas y metía cosas entre sus bolsillos. Sus pantalones, aunque sucios y desgastados tenía amplios espacios donde escondía golosinas. Avanzó hasta lo que había sido una nevera, había algunos jugos y yogures que tal vez ya estarían podridos. Lo lamento profundamente.
—Ya deberíamos irnos —sugirió Abigaíl que aterrada miraba a todos lados. No recordaba que la tienda fuera tan grande. Había incluso partes que no había andado. Luego se preguntó si esa cosa que había visto antes seguía allí encerrada con ellos.
—Espera, qué es esto... —preguntó el chico al mismo tiempo que avanzaba a lo más profundo y oscuro de la habitación, tanto, que desvaneció y Abigaíl no pudo verlo más.
—¿Haru?
—Mira esto...
—Pero si no se ve nada —se quejó la chica.
—Ven... —insistió él.
La chica avanzó y se sumergió en la oscuridad mientras se le retorcía el estómago como si tiraran de sus intestinos.
—No veo nada —dijo, pero entonces lo sintió.
Sus pies habían pisado algo crocante, pesado y pegajoso. Podía ver la silueta de Haru inclinado observando algo con detenimiento.
—Parece un cadáver —dijo tan serio y sombrío que Abigaíl instintivamente cerró los ojos.
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Desolación
Mystery / ThrillerUna pandemia mundial incontenible ha diezmado a la humanidad, volviendo obsoleta la tecnología e inútil el dinero, mientras que la verdadera amenaza surge de entre las sombras. Abigaíl una pequeña de 11 años tendrá que crecer a la fuerza si quiere...