Nunca le recibas un dulce a un extraño
Haru y Mikasa se inmiscuían dentro de la densa niebla, caminaban con cautela, tropezando debido a la falta de visibilidad que tenían por tan inusual clima. Parecía que la madrugada se hacía más fría y los hermanos no podía dejar de temblar, el ruido de la mandíbula de Haru titilando resonaba entre tanto silencio.
—Deja de hacer eso —lo reprendió Mikasa.
—No puedo evitarlo —respondió su hermano menor.
Ambos finalmente llegaron de nuevo hasta el callejón y sus corazones palpitaban con fuerza, estaban asustados, les aterraba la idea de pensar que habían perdido a su madre.
—Mantente detrás de mi —le sugirió Mikasa a Haru.
El asintió con la cabeza y se puso detrás de ella.
Lo primero que se toparon fue el cuerpo del joven que estaba con los hombres, aquel que había amedrentado a la Mikasa antes, tenía un tiro en la cien y la sangre se había expandido tanto que ambos hermanos la habían pisado sin darse cuenta dejando huellas de sangre tras de sí.
—Lo hizo mamá... —susurró Haru evitando ver el muerto.
Mikasa no respondió, su madre al cabo de un par de horas se había convertido en una asesina de hombres. Una persona completamente desconocida para ellos.
—Mamá... —la llamó la hermana de Haru entre susurros, pero no se escuchaba nada más que sus propias respiraciones aceleradas.
Más adelante se toparon con otro de los hombres que los habían atacado, este tenía el pecho completamente empapado de sangre, los ojos y la boca abierta, estaba recostado contra una de las paredes de ladrillo sucio.
Ambos hermanos avanzaron hasta donde se había perdido Abigaíl y sólo pudieron ver el agujero cuando estuvieron tan cerca que de haber seguido avanzando habrían caído en él.
—¿Y Abigaíl? —preguntó Haru.
—Esa chica ahora no me importa —respondió tajante su hermana—, debemos encontrar a mamá.
—Quizás podamos sacarla y buscar todos juntos a nuestra madre —replicó él.
—¿Pretendes entrar a las alcantarillas que son tan viejas como esta ciudad, encontrar a tu estúpida amiga y luego salir sin saber si quiera como hacerlo para buscar a nuestra enloquecida madre?
—Sí.
—Já —hizo un bufido burlesco—. La encontraríamos muerta si ya no lo está.
Las palabras de su hermana hicieron que el corazón de Haru se arrugara y se encogiera, que le doliera el pecho y el cerebro. El solo hecho de sospesar la idea de que su madre había muerto le destruía el alma.
—Viene alguien —dijo Mikasa echando para atrás a su hermanito.
Una figura se fue haciendo visible entre la niebla mientras ellos seguían retrocediendo con cautela.
—Prepárate para correr —le advirtió Mikasa a Haru.
—Niños.... —dijo la voz de un hombre que Haru reconoció.
El policía que lo había ayudado antes se fue dibujando mientras avanzaba, tenía el arma en la mano izquierda, se le veía el cabello completamente rapado de forma ordinaria, usaba la ropa de policía arrugada y sucia, la placa sobre el pecho y tenía una mirada extraña como perdida.
—Los encontré—continuó—. Su madre me envió a buscarlos.
Haru sonrió y avanzó hasta el policía, pero su hermana lo tomó del brazo y no le permitió avanzar.
—¿Dónde está, por qué no vino a buscarnos ella misma?
—Está herida, debe permanecer quieta —respondió el hombre con parsimonia—. Estamos en un lugar seguro, acompañadme de una vez antes de que nos descubran —continuó con un hilo de voz a penas audible.
Mikasa dudaba, pero su hermano insistía en irse con él, ella lo había visto antes, pero no así, se veía diferente.
No conseguía recordarlo.
¿Dónde carajos lo habían visto? Trataba de concentrarse, pero su cerebro no le respondía y el frío que hacía estaba haciendo que empezara a darle jaqueca.
—¡Haru no! a mi lado —le ordenó cuando el chico hizo fuerza para avanzar.
—Pero él me salvó —dijo.
—Antes desconfiabas de todos los adultos, y ahora le crees a este tipo —increpó.
—Sabes que estoy aquí ¿verdad? —los interrumpió el policía con una sonrisa—. Tu hermano y yo ya nos conocemos —explicó—, vengan conmigo ahora —insistió.
Estaba siendo inusualmente insistente.
Mikasa desistió y soltó a su hermano, pero este no se movió, era como si le hubiesen recordado una parte de si mismo que había olvidado tras dejarse llevar por el miedo, el terror, y la incertidumbre.
—Les mostraré que pueden confiar en mi —el policía bajó el arma y la puso en el suelo—. Dile a tu hermana que la tome, y síganme, pero deprisa que su madre los espera. Está muy intranquila.
Aquella jugarreta los tomó por sorpresa, en serio se había desarmado para darles más confianza, al final no era uno de los locos sueltos por la ciudad o eso pensaron ambos hermanos. Haru le asintió con la cabeza a su hermana en señal de aprobación, ella avanzó y recogió el arma, era pesada, no era como la que tenía su madre, se veía más sofisticada, y no era para menos, se trataba de una Colt M19 automática.
Ambos avanzaron detrás del policía en medio de la niebla dejando atrás el agujero y las opciones de rescatar a Abigaíl.
—Volveremos por ella —le susurró Haru a Mikasa con determinación.
—Está bien —respondió ella de mala gana.
Mientras recorrían las calles vacías el arma se le hacía más pesada y no quería tenerla más entre las manos, al mismo tiempo trataba de recordar el rostro del policía del cual estaba completamente segura había visto antes.
—Aquí es —dijo el policía señalando lo que parecía una casa de varios pisos donde en el primero habían abierto alguna vez un bar ya abandonado, tenía los vidrios rotos pero las puertas parecían reforzadas con madera y una reja de acero soldad bruscamente. Se veía más como una prisión que como una guarida—. Vamos...
En ese momento Mikasa lo recordó y el corazón le dio un brinco. Mentía, él no era ningún policía. Recordó su rostro, tenía el cabello largo antes por eso se le había dificultado tanto, sus ojos ya no estaban rojos como antes.
Alguna vez lo había visto durante una madrugada volviendo a casa de una fiesta, estaba en uno de los parques cerca al edificio donde ella vivía, con un caucho en el brazo intentando aplicarse algo con una jeringa. Recordó que incluso después de chutarse y verla pasar la persiguió hasta que estuvo dentro de la torre donde vivía. Fue una madrugada aterradora como la que estaba viviendo hoy.
«Él es ese puto drogadicto» dedujo finalmente.
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Desolación
Mistério / SuspenseUna pandemia mundial incontenible ha diezmado a la humanidad, volviendo obsoleta la tecnología e inútil el dinero, mientras que la verdadera amenaza surge de entre las sombras. Abigaíl una pequeña de 11 años tendrá que crecer a la fuerza si quiere...