Capítulo 8

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La noche más larga


Abigaíl tenía las ojeras marcadas en el rostro, ya habían pasado varias noches donde cada vez que cerraba los ojos la imagen del cuerpo mordisqueado se aparecía delante de ella, trataba de moverse o alcanzarla con el brazo que le quedaba. Las pesadillas hacían que se levantara agitada, pero la respiración lenta y profunda de su abuela al lado suyo terminaban por tranquilizarla.

La anciana parecía mejorar, la contempló unos minutos en medio de la oscuridad hasta que la vejiga le pidió una urgente atención. Se levantó en medio de la oscuridad y dando tumbos logró llegar al baño. Cada vez que le surgían ganas de orinar en medio de la noche y tenía que atravesar el oscuro y viejo departamento, el miedo se le arraigaba en las entrañas. Era una oscuridad casi completa, había momentos que sentía que estaba ciega. 

Se llenó de valentía,  orinó rápido, vació el inodoro y se lavó las manos. Por suerte seguía llegando un poco de agua a las viviendas, tenía el aspecto de estar sucia y el chorro no tenía mayor fuerza. Muchas personas la hervían cuando podían o se aseaban con ella sin llegar nunca a beberla directamente. 

Abigaíl volvió en sus pasos lento y asustada por la oscuridad, pero mientras regresaba a la cama sintió un corrientazo en todo el cuerpo, la piel se le puso de gallina y una sensación extraña le oprimió el pecho. Podía verlo con claridad, la oscuridad de pronto no era tan densa y la silueta de un hombre estaba delante suyo, justo al lado de la cama donde estaba acostada su abuela. 

La silueta se percató de su presencia y la miró a los ojos. 

La pequeña se paralizó en seguida, reconoció esos ojos hundidos, eran los mismos que había visto en la tienda aunque ahora resplandecían como los de un felino. Estaban clavados en ella a la expectativa. La respiración de Abigaíl se entrecortó, estaba empezando a hiperventilarse, no le llegaba suficiente oxígeno y ante su ineptitud, la silueta volvió a concentrarse en el cuerpo de su abuela, esperó unos segundos y luego se abalanzó sobre ella. 

En ese instante todo se volvió oscuridad.

La chica se había desmayado. 

Al cabo de un rato Abigaíl abrió los ojos, se encontraba en la cama, sujetaba la mano fría de su abuela, quizás sólo se trató de otra pesadilla. la pequeña se giró para despertarla, necesitaba contarle lo que estaba sucediendo, ella sabría qué hacer, pero la anciana estaba inmutable. 

—Abuela... —susurró la chica—. Abuela... —insistió moviéndola. 

La cabeza de la anciana se giró y encaró a su nieta. Tenía la boca y los ojos abiertos. Las pupilas estaban contraídas y le faltaba brillo en la retina. 

—Abuela —Abigaíl se levantó y la zarandeó esperando que reaccionara—, abuela despierta... despierta por favor —pero ya era demasiado tarde, el pecho no se movía, no respiraba, su cuerpo estaba frío y los ojos no reaccionaban.

La anciana había muerto. 

La pequeña soltó la mano fría de su abuela y retrocedió con los ojos abiertos de par en par, no podía creerlo, de verdad estaba muerta. No podía cerrar la boca, la saliva se le acumulaba y se le escapaba por la comisura de sus labios. Su corazón le retumbaba tan fuerte en el pecho que sonaba como una batería en un concierto. 

Abigaíl clavó su cabeza entre las piernas y tapó sus orejas con las manos.

«Es un sueño... es un maldito sueño» se repetía así misma. 

No pudo contener más la frustración, el miedo y el dolor que le arrancó un grito tan fuerte que raspó su garganta. Tosió. Permaneció así por unas horas, no estaba segura de cuánto tiempo o qué debía hacer... 

Se había quedado sola, sin padres, sin hermanos, sin abuela, sin ninguna familia, sola... Jodidamente sola. 

Levantó suavemente la cabeza esperando que todo fuera un sueño, que el cuerpo sin vida de la anciana no estuviera sobre la cama con la mirada perdida, pero ahí se encontraba, estática, con esa mirada que sólo los muertos tenían. 

No parpadeaba y las lágrimas se deslizaban por sus mejillas y sonaban cuando caían al piso. 

Tac... Tac... Tac...

Una tras otra, se reventaban en el suelo. Abigaíl todo lo cuestionaba, todo se lo preguntaba, todo lo odiaba, todo lo lamentaba, su mirada no se fijaba, su cabeza no paraba de hablarle. Morir, sobrevivir, huir, llorar, gritar, revivir, insultar, pero nada salía de su boca...

Un rayo de luz entró por la ventana, iluminó el cuerpo sin vida de la anciana, estaba pálida, casi azulada, seguramente había muerto ahogada. Abigaíl no dejaba de llorar y de contemplarla sin decir nada. 

«¿Yo la deje morir?» se preguntó... 

Bajó la cabeza de nuevo y se quedó viendo al piso. Sentía un profundo dolor en el pecho, un ardor que la consumía por dentro, un vacío que le absorbía los intestinos... 

¿Acaso Dios también la había abandonado? 


DesolaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora