Capítulo 39

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Enfrentado al Monstruo


Todo el edificio estaba sumido en la penumbra y el frío les recorría todo el cuerpo como si les quemara la piel. El oscuro pasillo parecía más largo que nunca y los cuatro aguardaban con los ojos bien abiertos, el corazón prácticamente en la mano y la incertidumbre amenazándolos.

—Todos detrás de mí —sugirió Mikasa con la escopeta en la mano.

La figura de ojos amarillos incandescentes se iba descubriendo poco a poco a la medida que avanzaba por el pasillo.

Atónitos Mikasa, Haru y Abigaíl distinguieron un rostro familiar.

Era la cara de un muerto.

El falso policía que habían asesinado en el bosque estaba caminando desnudo directamente a ellos por tercera vez. Ese sucio drogadicto no estaba muerto y expresaba una sonrisa deforme en la cara.

De algo estaban seguro los tres, ese sujeto había muerto y se había levantado para cobrar su venganza.

—¡Pero que mierda! —Mikasa puso el dedo en el gatilló— ¡Cómo mierda estás aquí! —gritó desesperada.

La locura parecía apoderarse de ella.

Estaba seguro de que lo había matado. Dos veces.

Aún sentía esa extraña sensación de haber perdido su alma al cometer uno de los actos más viles del hombre.

El homicidio.

No se podía olvidar el rostro del primer ser humano que asesinas.

—¡Qué haces aquí! —gritó desesperada—. ¿Cuántas veces vas a levantarte? ¡Maldición!

—Intenta calmarte Mikasa —sugirió su madre en medio de la tos—. No puedes fallar...

—Calmarme —susurró ella entre lágrimas—. Esta frente a mí el hombre que maté. Lo mate dos veces... Ni siquiera un tiro... —recordó la escena, como apretaba el gatillo, como le arrebataba la vida de un tiro.

—Lo entiendo mejor que nadie —continuó su madre—. Lo sentí, recuerdas —posó su mano sobre el hombro de su hija—. Entiendo esa oscuridad que te rodea ahora, no somos las mismas, pero nuestra familia nos necesita y estoy segura, Dios nos perdonará.

Mikasa tragó los mocos que se le escurrían y apretó los dientes.

El falso policía con los ojos amarillos y brillantes se detuvo. Sonrió. Y se inclinó como un felino. La silueta que se veía en medio de la oscuridad del pasillo se agazapaba como un animal, dejando al descubierto la columna vertebral que sobresalía por su espalda como si fuera un gusano. Avanzaba a grandes zancadas mientras el cuerpo se le iba desfigurando. La piel se les desquebrajaba, los brazos parecían alargarse mientras corría, su mandíbula se desencajaba y sus ojos amarillos tenían sed de sangre.

—Mikasa —susurró Haru asustado.

—Haru —Abigaíl tomó de la mano a su mejor amigo y la apretó.

Mikasa disparó en cuanto el monstruo se abalanzo. El cuarto se iluminó por el destello de la escopeta y la fuerza del arma los hizo retroceder.

Hubo un silencio.

Los pasos del hombre no se escuchaban.

—¿Dónde está? —preguntó Mikasa con pánico en la voz.

—No lo veo —respondió Haru con lágrimas en los ojos.

—Allí —señaló Abigail el techo del pasillo.

La criatura sonreía. Sus ojos amarillos le iluminaban entre sus cuencas hundidas. Mostraba los dientes amarillentos y grandes, la baba salía de la comisura de sus labios. Reía, reía, y reía.

—¡Qué es esa mierda! —quiso Saber Mikasa.

—Sólo queda una bala —le recordó su madre—. Concéntrate.

Pero antes de poder hacer algo más la criatura se lanzó desde el techo y en un brinco sostenía el arma con una de sus largas manos. Lo tenían de frente, los miraba a la cara y sonreía con malicia.

—Había-olvidado-el-placer-de-cazar —dijo arrastrando las palabras en medio de un gruñido.

Su voz era gutural, como si el mismísimo Lucifer hubiese hablado desde el infierno. 

DesolaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora