Capítulo 11

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En las puertas del Infierno


—Debo enterrar a mi abuela antes de irme —Abigaíl estaba de pie frente a la madre de Haru que la miraba con preocupación.

—Ella tiene razón, las cosas no se ven bien afuera —la apoyó Mikasa que tenía la cabeza asomada por la ventana—. Creo que el virus al final será lo de menos por aquí...

La madre de Haru también se asomó para ver lo que su hija observaba, y pudo contemplar como personas salían armadas a la calle y unas se confrontaban con otras, habían incendiado botes de basura para crear barreras que seguramente querían usar como contención. También, desde su ventana se veían abandonados los dos cuerpos sin vida que habían descrito los chicos al llegar.

—Debemos pensarlo bien, salir es un riesgo —dijo la señora.

—Lo lamento, pero yo no tengo más razones para estar aquí —continuó Abigaíl—. Debo enterrar a mi abuela e irme... —agachó la mirada, si ha de morir, que fuera por el virus y no por un fantasma.

—Enterrar a tu abuela es un problema en estas condiciones Abigaíl —trato de razonar con ella la madre de Haru—. Lo mejor es abandonar ese apartamento. Debes quedarte con nosotros, te cuidaremos —la señora se inclinó para encararla—. Escúchame bien —su mirada y semblante eran firmes—. No dejaremos que te pase nada, te lo prometo.

—¿Entonces nos quedaremos? —quiso saber Haru que estaba nervioso también.

—No —contestó su madre.

A pesar de la edad que tenía la señora, los rasgos delicados y la gentileza que la caracterizaban no minimizaba la templanza, observación analítica y serenidad que parecía poseer

—Marcharemos con lo esencial y poco equipaje. Pero lo haremos entrada la madrugada, cuando toda la revuelta se haya calmado un poco.

—¿Se calmarán? —quiso saber Mikasa.

—Sí, el virus existe, exponerse así dejará en evidencia aquellos que estén enfermos y asustará al resto —dijo—. Debemos partir hoy mismo, los siguientes días se tornarán violentos.

A pesar de que estaba rodeada de chicos, ella sabía que mentir o esconder la verdad que ahora se hacía evidente ante los ojos de los niños sólo empeoraría las cosas. Abigaíl, Haru y Mikasa debían comprender que la vida ya no era como la conocían y no volvería a ser igual, aunque en el fondo le hubiese encantado mantener su inocencia un poco más de tiempo.

—¿A dónde iremos mamá? —preguntó Haru que ya estaba haciendo su maleta.

—Iremos a la casa de verano.

—¿La de los abuelos?

—Así es —respondió ella.

—Nos tomará tiempo llegar hasta allá a pie —intervino preocupada Mikasa.

—Por eso será mejor empezar lo antes posible —respondió tajante la madre—. Lo mejor será descansar primero.

Todos acataron la orden, puesto que requerirían de mucha energía para hacer el trayecto planeado durante la madrugada. Habían dejado todo preparado, las maletas, los guantes, los tapabocas, el alcohol, agua potable, y comida que la madre de Haru preparo antes de dormir.

Ya era de noche, el frío se colaba por las ventanas hasta congelarles las entrañas o tal vez era el miedo, sin embargo, ya no se oía tanta algarabía y ruido en la calle, las cosas se estaban calmando como se había predicho.

Abigaíl no había podido salvar a su abuela y ahora ni siquiera podía enterrarla. La madre de Haru no la dejo volver ni siquiera por sus cosas, la quería mantener alejada de la que fue su casa por tantos años, ofuscada, deprimida y frustrada se sumía en un llanto silencioso. Sin embargo, permaneció inmóvil acostada sobre una colchoneta inflable. Muchas veces quiso levantarse e ir a hurtadillas hasta su casa, pero la oscuridad la amedrentaba.

Respiró profundo y se sentó sobre el colchó que hizo un insignificante ruido.

—Tampoco puedes dormir —susurró la voz de la hermana de Haru que tenía entre sus manos un pocillo. Bebía lo que parecía una infusión de hierbas—. ¿Estás bien?

—Sí —contestó ella con la mirada acongojada.

—Lamento lo de tu abuela —continuó la joven—. Pero es lo mejor para todos, ya no podemos hacer nada por ella.

—Lo sé —Abigaíl no levantó la mirada.

Crash... Crash... Crash...

La chapa de la puerta sonó como si intentara abrirse. Ambas chicas se miraron confundidas, ¿se lo habían imaginado? inmediatamente tuvieron la respuesta cuando la puerta volvió a sonar.

Parecía que alguien trataba de abrirla desde afuera.

Abigaíl y Mikasa se quedaron completamente en silencio, hasta aguantaron la respiración para determinar con atención si en realidad era la puerta de la casa la que estaba sonando y entonces... escucharon un golpe fuerte contra la madera.

Alguien la estaba tratando de tumbar...

«Demonios» pensó Abigaíl, el fantasma la había encontrado.

Mikasa rápidamente tomó a Abigaíl y la arrastró hasta el cuarto de su madre, la dejo allí y desapareció, al cabo de un momento volvió con Haru que confundido se sobaba los ojos con las manos.

—Qué pasa —quiso saber.

—Mikasa... —la madre de Haru también se había despertado.

—Alguien está tratando de entrar a la casa —contestó la joven con frialdad.

Abigaíl no descifraba si estaba tan asustada como ella o en realidad la hermana de Haru era muy valiente.

—¿Qué has dicho?

—Joder mamá, que alguien está tratando de entrar a la casa —la hija cerró la puerta de la habitación con pasador—. ¿Qué vamos a hacer?

—Encerrarnos aquí no es buena idea —repuso la madre—. Iré a ver...

—No, no, no —la detuvo Abigaíl—. Puede matarte...

—No empieces con eso Abigaíl —la retó Haru.

—Tranquila, estaré bien —le respondió con una sonrisa.

La madre de Haru fue hasta su tocador y sacó algo de allí.

Y entonces... la puerta retumbó tan fuerte que todos despabilaron.

Mikasa tenía razón, alguien estaba tratando de entrar y lo peor del caso, es que todos se dieron cuenta que lo había conseguido.

Literalmente habían tumbado la puerta... 

DesolaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora