Bienvenidos al verdadero infierno
—¡Todos detrás de mí! —les ordenó la madre de Haru a los tres chicos.
—¿Qué es eso mamá? —preguntó Haru al observar el arma que sostenía su madre entre las manos.
Se trataba de un revolver Colt Python del 95 con la empuñadura de madera y un acero que brillaba como si fuera nuevo. Tenía además un tambor reluciente que albergaba ocho balas.
—Un regalo de tu padre —aseveró ella.
Se escuchaban unos pasos que parecían recorrer toda la casa.
Abigaíl se encontraba detrás de la madre de Haru, estaba completamente segura de que se trataba de ese ente que no dejaba de aparecerse incluso en sus sueños. Recordó el que la mantuvo en vela durante esa noche.
Soñaba que era perseguida por los cadáveres que había visto en la tarde. Tenían los ojos rojos y apagados, caminaban lento pero no paraban de perseguirla, incluso aquel que no tenía cabeza estaba tras ella. Los muertos la acorralaban y entre las sombras, justo por su espalda, la sujetaban unas esqueléticas manos y la ahogaban. Mientras desfallecía observaba los ojos hundidos y brillantes que la observaban morir.
Justo en ese momento se había despertado y no había podido volverse a dormir.
—¿Mamá sabes usar esa cosa? —preguntó Mikasa.
—Cállense —les ordenó. Debía estar atenta.
Los pasos se escuchaban cada vez más cerca.
Haru se aferró a su madre. Tenía miedo. Mikasa jadeaba y tenía la boca seca y Abigaíl los ojos cerrados. Todos tres pensaron al mismo tiempo:
«Ya está aquí».
En ese momento, la cerradura de la puerta chasqueó, el intruso había intentado entrar a donde se encontraban encerrados. La madre de Haru apuntó, debía disparar ahora que tenía el elemento sorpresa, pero si fallaba, y si no era una amenaza, si mataba a un inocente.
¿Acaso un inocente irrumpiría en una casa en la madrugada? se preguntó la señora que levantó el arma y la aferró con ambas manos. No, nada bueno había detrás de la puerta, tenía que disparar, simplemente debía jalar el gatillo sin pensar en nada más. Ya no había más autoridades, ya no había más justicia, estaba sola con sus niños en medio del maldito fin del mundo...
La puerta retumbó. Alguien estaba tratando de derribarla desde el otro lado.
Las manos de la mujer temblaban mientras los chicos permanecían detrás de ellas con la respiración agitada, con el corazón en la boca, con un miedo que le ahogaba las palabras.
Todos dependían de la madre de Haru, pero ella...
Ella no disparó.
La puerta cedió y donde estaba el pasador se rajó, doblegando la madera. Todos abrieron los ojos de par en par temiendo lo peor. A la medida que la puerta se abría la figura del intruso se hacía visible, sonreía de oreja a oreja, tenía los ojos coléricos, era delgado, llevaba puesto unos harapos sucios y entre los dedos tenía lo que parecía un enorme cuchillo.
—Parece que el chiquillo vive con unas bellezas —dijo y saboreó sus labios con su desagradable y blancuzca lengua.
—Lárgate —lo amenazó la madre de Haru con el revolver.
El hombre sonrió.
—¿Piensas dispararle a un hombre indefenso? —respondió y avanzó dando unos pasos tanteando la determinación de la mujer que no había retirado su dedo del gatillo—. Esta ciudad y todo lo que haya en ella ahora me pertenecen —dijo.
—Calla basura de mierda —intervino Mikasa—. ¡Dispara mamá!
Pero la madre de Haru no podía hacerlo y las manos no paraban de temblarle.
El hombre mostró sus dientes y se abalanzo con el cuchillo en frente dispuesto a clavarlo sobre la señora que instintivamente disparo.
El sonido de la bala ensordeció a todos y el cuarto se iluminó.
La fuerza del arma había empujado hacia atrás a todos, quienes quedaron sentados de nalgas en el suelo. El hombre de tanto también había caído delante de ellos.
La respiración de la madre de Haru se había acelerado, sus ojos parecían desorbitados sobre sus cuencos y era incapaz de moverse.
—Lo he matado... —susurró.
Mikasa fue la primera en recomponerse y observar al hombre que yacía delante de sus pies tendido en el suelo con un agujero en uno de sus ojos. La sangre se derramaba por todo el piso y un gran charco de sangre se acumulaba en la entrada de la recamara.
—¡Mamá vayámonos! —insistió la joven.
Pero la señora no se movía del suelo, y junto a ella se encontraba Haru que tenía los ojos abiertos de par en par, parecía estar en shock, mientras que Abigaíl se había acurrucado con los ojos cerrados y las manos sobre la cabeza.
—¡Joder reaccionen! —les gritó Mikasa—. El sonido del disparo debió a alertar a más personas y seguramente este asqueroso tipo no estaba solo.
La madre de Haru reaccionó ante las palabras de su hija y sacudió la cabeza.
—Sí, debemos irnos —levantó a su hijo y a la pequeña Abigaíl—. ¡Hey!, ustedes dos, escúchenme, estamos bien —los sacudió para que reaccionarán—. ¡Tenemos que irnos!
Los pequeños con los ojos aguados no hicieron más que asentir con la cabeza.
La madre de Haru se acercó de nuevo a la mesilla de noche y sacó lo que parecía la caja del revolver que contenían algunas balas más. A pesar de la intensa quemazón que sentía en el pecho, trataba de contener el llanto y esa culpa efervescente de haber asesinado una persona. Había incumplido uno de los mandatos de Dios, pero debía dejar de sentirse mal porque en cuanto salieran de casa —y estaba completamente segura de ello—, estarían entrando al mismísimo infierno...
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Desolación
Mysterie / ThrillerUna pandemia mundial incontenible ha diezmado a la humanidad, volviendo obsoleta la tecnología e inútil el dinero, mientras que la verdadera amenaza surge de entre las sombras. Abigaíl una pequeña de 11 años tendrá que crecer a la fuerza si quiere...