La Cuarentena
Abigaíl atravesó todo el barrio con cautela, era sigilosa, aprovechó la poca luz para darse valor y cruzar calles mientras permanecía en las sombras. Entró primero al pequeño supermercado del barrio, ya no tenía puertas y las ventanas estaban completamente rotas. Atravesó las góndolas vacías una tras otra, no quedaba nada en esa estúpida tienda. No tenía más que piedras, palos y mugre.
Diablos, había sido muy ingenua.
Salió de nuevo a la calle sin hacer ruido, cada vez que salía su corazón latía de prisa, no entendía muy bien cómo funcionaba el contagio, ni el virus, pero su abuela siempre le decía que lo mejor era tener cubierta las manos y la boca, porque por allí era que entraban siempre los virus.
Pasó una esquina tras otras, exploro cada tienda y rincón que conocía, pero sin suerte. La luz del sol se intensificaba y las sombras desaparecían, las calles estaban vacías y no se escuchaba más que unos cuantos pájaros revoloteando por los aires, pero ella seguía escondida. Recordó aquella tarde mientras exploraba cuando el caos apenas empezaba, como unos hombres amordazaban a una chica y la violaban, ella no quería que aquello le pasará.
Era cautelosa. Demasiado cautelosa.
Sin darse cuenta estaba un poco más lejos de lo habitual, pero no podía hacer más, debía encontrar comida y un poco de agua. No quería acudir al bosque, no sabía cazar y probablemente se perdería. Tenía que encontrar algo en la ciudad.
Visualizó a unas cuadras una tienda de abarrotes que estaba sellada, tenía algunas tablas pegadas donde hubo ventanas y la puerta parecía soldada. Tenía además una malla metálica que la protegía. Caminó hasta allí para verla más de cerca. Se escondió detrás de un auto destartalado, y observó si había alguna entrada, sin embargo, tuvo que agazaparse al escuchar unos pasos, detrás suyo. Eran dos hombres que vestían con ropa que ahora parecían harapos, toda rota y desgastada.
—Hace días que no viene la policía —dijo uno de ellos.
—Tal vez ya dieron final a la cuarentena —respondió el otro.
—Y sí más bien es que no queda nadie...
—Te reto entonces a entrar a cualquiera de estos edificios a ver si no sales con un tiro en la cabeza —uno de ellos se carcajeo de la risa.
Abigaíl espero que aquellos forasteros desaparecieran para poder salir de su escondite. Mientras observaba la cerrada tienda de abarrotes pensó en lo que había escuchado. La cuarentena era lo único que explicaba aquellas desoladas calles, al final del día no todos estaban muertos como ella pensaba. Mientras ojeaba la tienda descubrió que había un espacio entre las tablas donde un chico podría caber. Tenía que intentarlo al menos. Miró a todos los lados y se metió entre las tablas. La cabeza entró sin problema, sin embargo, tuvo que forcejar un poco para que los hombros entraran. Hizo tanta fuerza que cayó de cara al piso y se le empolvaron las mejillas.
«Así que se encontraba abandonado también» pensó.
Se levantó y caminó despacio, habían góndolas, pero para su suerte aún quedaban suministros dentro. Busco entre las cosas alimentos enlatados, encontró varías latas que metió a la mochila. También encontró bolsas de pasta, varias botellas de agua y latas de cerveza. Lo tomó todo. Ahora la maleta pesaba más de lo habitual, iba a ser difícil moverse con ella, pero no le importo. Había sido una buena pesca.
La chica intentó salir de nuevo por el espacio entre las tablas de la ventana, pero ni siquiera la mochila cabía por ahí. La oscuridad de la tienda empezaba a inquietarla así que empezó a buscar rápidamente una salida de emergencia. Recorrió la tienda una y otra vez, debía haber una forma de salir.
"Carajo, no me puedo quedar aquí encerrada" se dijo así misma presa de la ansiedad que le causaba la oscuridad y la responsabilidad que sentía por su anciana abuela. "Vamos Abigaíl encuentra una salida" se animó.
Crack... la despabiló un sonido como si alguien hubiese pisado algo frágil.
Crack... sonó de nuevo.
Abigaíl trato de ubicar de donde provenía el sonido, pero no vio nada. No tenía sentido, ya había recorrido antes toda la tienda pero la oscuridad no ayudaba. De pronto, había dejado de sonar. El miedo se le desbordo por todo el cuerpo haciendo que los vellos de los brazos y las piernas se le erizaran.
«Diablos» pensó e instintivamente buscó algo para romper las tablas.
Caminó en busca de la sección de utensilios, pero la pisada sonó de nuevo. Crack... Había algo allí encerrado con ella y parecía asechara en medio de la oscuridad.
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Desolación
Misterio / SuspensoUna pandemia mundial incontenible ha diezmado a la humanidad, volviendo obsoleta la tecnología e inútil el dinero, mientras que la verdadera amenaza surge de entre las sombras. Abigaíl una pequeña de 11 años tendrá que crecer a la fuerza si quiere...