¿Los milagros existen?
La sangre que caía de la frente de Mikasa se le había metido en uno de sus ojos, limitándole ver la periferia. Sin embargo, no mostró señal alguna de inseguridad. No se había dado el lujo de bajar la guardia. Esperaba que la criatura agazapada frente a ella, con una sonrisa desfigurada en el rostro, no fuese tan inteligente para percatarse de su punto ciego.
«Por favor Dios»...
Tenía el dedo en el gatillo lista para disparar, lo que según su madre había mencionado, sería la última bala...
Su última oportunidad.
La esperanza de todos se depositaba en el tiro de una escopeta que a duras penas podía mantener firme con la fuerza que le quedaba. Fallar implicaba morir y a pesar de eso, Mikasa sabía que ella era la mujer más valiente del mundo. La mujer más valiente del mundo no iba a morir.
No iba a fallar.
El monstruo gruñó y levantó la palma de los pies del suelo, impulsándose con fuerza y velocidad, completamente decidido a matarla.
«Espera» se dijo así misma mientras veía al monstruo despegar del suelo.
Tenía un plan y esperaba que diera resultado.
Mikasa no disparó.
El monstruo que había anticipado que la chica jalaría el gatillo en cuanto él se moviera, estaba atónito. En vez de ir directamente por ella, se había desplazado hacia un lado, zigzagueando, esperando esquivar la bala que la chica dispararía instintivamente; como la primera vez...
Los dos habían apostado al futuro, pensaron en lo que haría el otro y la joven había ganado la apuesta. Se había abstenido de desperdiciar su única bala esperando el momento seguro para hacerlo.
Sin embargo, aquella humanoide y desfigurada criatura se había movido justo de lado donde la vista de Mikasa no podía alcanzarlo, imposibilitada por la sangre que manaba de su frente.
Había desperdiciado su única oportunidad de acertar el tiro sin fallar.
Giró la cintura tan rápido como el cuerpo adolorido se lo permitió. Y trato de apuntar nuevamente al monstruo. Pero la criatura tenía sus propios planes, y no eran aguardar a que Mikasa disparará. Tenía la intención de ir de frente está vez, sería más rápido que la chica adolorida con el dedo en el gatillo...
Sin embargo, el demoniaco monstruo no contaba con que Abigaíl se apareciera de entre las sombras y lo abrazara con todas sus fuerzas, convirtiéndose en un obstáculo para su felino movimiento. El cuerpo de la pequeña se convirtió en un ancla que no lo dejo moverse con libertad. Parecía una garrapata pesada que le estorbaba.
—¡Disparaaaaaa! —gritó la pequeña esperando haberle dado una nueva oportunidad para matarlo.
Mikasa no dudó y apretó el gatillo.
Chick...
La escopeta no se disparó. Mikasa sintió un vuelco en el corazón y lo volvió a intentar.
Chick...
Chick...
«¡No puede ser!» Apretó una y otra vez el gatillo de la escopeta, pero no se disparaba. Ninguna bala salía del arma.
«Maldición, maldición, maldición» por más que lo intentaba, la escopeta simplemente no respondía.
El monstruo hizo un gruñido tan agudo que ambas tuvieron que taparse los odios con las manos. Mikasa dejo caer el arma, y observó al monstruo que se había liberado de la pequeña, acercarse tan rápido que en unos segundos se encontraba frente a ella.
Por primera vez pudo observarlo de cerca, tenía la piel seca, curtida, como si se le estuviese rasgando. Como cuando la ropa ajustada empieza a ceder ante los músculos. Tenía las manos tan largas que tocaban el suelo, las uñas sucias y los dedos manchados de sangre. Su boca no estaba abierta pero las comisuras de sus labios casi podían llegarle hasta los pequeños oídos que no parecían más que dos orificios.
—¿Qué carajos eres? —susurró Mikasa sin dejar de mirarlo a la cara. No tenía fuerza si quiera para llorar.
No tenía fuerza si quiera para sentir miedo.
La criatura no artículo ninguna palabra. Sus ojos amarillos y hundidos simplemente la observaron con detenimiento, la examinaron en silencio y la contemplaban con respeto. El monstruo había dejado de sonreír.
Mikasa no pudo sostener más la mirada y dejo caer su cabeza sobre las rodillas. Agotada cerró los ojos y pensó en Haru, pensó en su madre, y pensó en Abigaíl. No la culpo. No la maldijo. Estaba convencida de que tarde o temprano, habían muerto de todos modos esa misma noche.
—Así es la vida —susurró a penas audible—. No somos los personajes de un libro, las personas normales como nosotros mueren a diario...
El monstruo se inclinó para escuchar los sollozos de la joven.
"Niña, escuchas eso" —oyó Abigail de nuevo la voz serpenteante en su cabeza.
La pequeña se encontraba hecha un ovillo a tan sólo a unos metros de ellos sin poder abrir los ojos. Lloraba y escuchaba como las lágrimas chocaban con el suelo. No quería ver lo que estaba pasando.
No quería observar el destino de Mikasa.
No había nada más que pudiera hacer.
No podía vencer al monstruo.
El corazón se le arrugaba, la culpa embriagaba sus entrañas, estaba completamente segura de que todo aquello estaba pasando por su culpa.
Ella los había matado.
A todos.
"Niña escuchas eso —repitió la voz insistente en su cabeza—. ¿No lo sabes acaso? —la voz seguía allí mezclada con el dolor que le producía escucharlo—. Sí, exacto... Es el sonido de la muerte, justo cuando a lo que llaman esperanza se esfuma para siempre".
Y entonces... escuchó los gritos de Mikasa tan fuerte que el cuerpo empezó a temblarle hasta que su mente simplemente colapsó...
ESTÁS LEYENDO
Desolación
Gizem / GerilimUna pandemia mundial incontenible ha diezmado a la humanidad, volviendo obsoleta la tecnología e inútil el dinero, mientras que la verdadera amenaza surge de entre las sombras. Abigaíl una pequeña de 11 años tendrá que crecer a la fuerza si quiere...