Toc toc, ya estoy en casa
La escopeta era pesada para cargarla con una sola mano, pero nadie más podría ayudar a su madre a caminar. Para Mikasa el peso de sobrevivir y la responsabilidad de cuidar a su familia le empezaba hacerle doler la espalda.
Haru y Abigaíl iban adelante de ellos con los ojos al frente.
Los cuatro atravesaron el pasillo con dificultad, caminaban lento y cada ciertos pasos había que detenerse para que la madre de los chicos respirara profundo. Y justo, cuando estuvieron frente a la escalera listos para descender, escucharon como se retorcía la madera y crujían los vidrios en el piso inferior donde estaba el bar.
Cruck...
un paso...
Cruck...
Dos pasos...
Cruck...
Tres pasos...
Alguien había entrado.
Las pisadas se estaban escuchando con claridad.
—Mierda —Mikasa dejo a su madre recostada sobre la pared y sujeto la escopeta con ambas manos.
—Sólo tiene dos cartuchos cargados —le advirtió la madre a su hija. En su rostro se evidenciaba la preocupación, ella también había escuchado los pasos con claridad a pesar de su minusvalía.
—Serán más que suficiente para volarle la cabeza a alguien —afirmó ella dándose valentía.
Abigaíl y Haru retrocedieron expectantes.
—Ya está aquí —susurró Abigaíl asustada.
La herida había empezado a dolerle y estaba escuchando susurros que nadie más.
"Gracias por decirme donde estaban" el susurró se oía seseante en su cabeza. Como si una serpiente hablara. "Disfrutaré mucho matándolos a todos".
Qué diablos era esa voz que nadie más parecía escuchar.
"Eres una gran compañera Abigaíl" la voz seseante continuaba hablando mientras los pasos crujían en el piso inferior. "Tu abuela debe sentirse orgullosa de no haberte abandonado como tus padres".
Las lágrimas caían de los ojos de la chica sin ninguna razón. Se deslizaban por sus mejillas mientras la sensación de vacío crecía en su interior y esa voz en su cabeza parecía enloquecerla.
—Está aquí —susurró aterrada—. Ya está aquí.
El sol de pronto ya no se encontraba sobre el cielo y la oscuridad reinaba en la ciudad. El silencio parecía quemarles los oídos y no parecía haber nada más vivo a su alrededor.
—¿Quién está aquí Abigaíl? —preguntó la madre con la voz quebrada.
—El monstruo de ojos amarillos.
Haru trato de recordar donde había visto esos ojos amarillos.
Mikasa en cambió, recordó la figura en las catacumbas.
En medio de los cuatro reinó el silencio y el miedo, las respiraciones se hicieron más lentas y la atención quedo fija al frente. La habitación estaba más fría y el vaho salía de sus bocas empañándoles la cara.
—¡Vamos a morir!
Abigaíl estaba perdiendo la cabeza y la madre de los chicos la abrazó por la espalda. El calor de su cuerpo le recordó a su abuela, la hizo sentir viva de nuevo.
—¡Vamos a vivir Abigaíl! —susurró la madre de los chicos.
Le dio esperanza.
—Retrocedamos —sugirió Mikasa que seguía apuntando al frente en medio de la oscuridad.
Retrocedieron sin dar la espalda al pasillo.
Los crujidos no se escuchaban más.
De hecho, no se oía nada más que sus respiraciones entrecortadas.
Súbitamente, en medio del pasillo mientras caminaban hacia el patio, unos ojos amarillos iluminaron todo el lugar.
"Toc, Toc, ya estoy en casa, Mamá" susurró la voz serpenteante.
Una voz que sólo escuchó Abigaíl.
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Desolación
Misteri / ThrillerUna pandemia mundial incontenible ha diezmado a la humanidad, volviendo obsoleta la tecnología e inútil el dinero, mientras que la verdadera amenaza surge de entre las sombras. Abigaíl una pequeña de 11 años tendrá que crecer a la fuerza si quiere...