Capítulo 36

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Encuentro con una Madre


El edificio parecía completamente abandonado. Algunos murciélagos reposaban en el techo y partes de la estructura de cemento agrietadas en las esquinas se habían convertido en guaridas del pequeño mamífero.

Abigaíl, Haru y Mikasa subieron las escaleras con cautela y llegaron al largo pasillo que finalizaban con un patio enorme iluminado con el sol de la mañana. Los tres no pudieron evitar recordar la noche anterior produciéndoles un escalofrió silencioso que les erizó los vellos de la nuca.

—Mamá —susurró Haru— Mamá volvimos por ti.

—Shhh —Mikasa se volteó para hacerle la seña a Haru con el dedo en los labios.

Abrieron una a una las puertas del pasillo.

Hasta llegar a la última que se encontraba ajustada, como si alguien no hubiese tenido la fuerza suficiente para cerrarla. Haru se adelantó y la abrió con ímpetu ignorando las señales de su hermana para tener cuidado.

—¡Mamá! —gritó eufórico.

Contagiado por la euforia y alegría de su hermano, Mikasa entró al cuarto.

Sobre la pared al final de la habitación estaba su madre, recostada con su espalda sobre la pared y un trapo sucio cubriéndole la boca, tenía ojeras en los ojos, se veía cansada, pero estaba consciente con una escopeta reposando en su regazo.

¡Estaba viva!

Los dos hermanos se acercaron rápidamente a su madre a pesar de que estuviesen convencidos que había contraído el virus que estaba matando a la gente. No importaba, era su madre. Y estaban feliz de encontrarla con vida.

—¡Dios existe! —dijo Haru.

Mikasa sonrió, más que por darle la razón a su hermanito, era por haber encontrado a su madre con vida. Porque de algo si estaba segura, Dios no existía. De estar allí, en medio del cielo, nada de esto estaría ocurriendo.

—Debemos salir de aquí.

—¿Están bien? —preguntó la madre con la voz ronca y afectada por los ataques de tos que estuvo padeciendo. Les acarició el rostro a ambos con el dedo corroborando que todas las piezas estuviesen en su lugar.

—Estamos bien —le confirmó Haru—. Encontramos a Abigaíl.

Abigaíl estaba en la entrada sin atravesarla, a la expectativa. No quería interrumpir el momento íntimo de sus amigos con su madre.

La madre de Haru y Mikasa le hizo señas a la pequeña para que ingresara, pero en ese momento Abigaíl escuchó pasos acercarse por el pasillo. Giró la cabeza para observar si se trataba de un intruso mientras la ansiedad se les aferraba a las entrañas.

Al fondo, donde aún no llegaba la luz de la mañana una figura atravesaba la oscuridad, y aquella silueta la hizo retroceder de miedo hasta chocar con el marco de la puerta.

Se veía así misma, pero en un cuerpo alargado con una boca enorme y ojos amarillos incandescentes que la miraban con deseo.

—¡Te encontré! —gritó la figura monstruosa con la forma de la chista desde el otro lado.

El corazón de Abigaíl latió muy deprisa, la respiración se le entrecorto y el aire no podía llegar con fuerza a su cerebro. La pequeña en aquel momento se tambaleó, vio todo oscuro, escuchó a Haru gritar su nombre; de nuevo como la última vez...

Y perdió la consciencia.

Esa cosa, los había encontrado... 

DesolaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora