Capítulo 31

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Los terrores que se esconden en la mente


Mikasa tenía los ojos abiertos y miraba fijamente el cuerpo que yacía frente a ella. Una estela de sangre oscura brotaba de su pecho y se extendía por el suelo húmedo de hierba teñida de rojo esmeralda.

La chica seguía rígida sin quitarle los ojos de encima, detrás de ella se encontraba Haru que sujetaba a Abigaíl entre sus brazos.

—Hermana... —la llamó—. Vámonos... —le pidió, pero la chica no se movía.

Para los pequeños era inimaginable lo que estaría pasando por su mente. No podían siquiera concebirla sensación que producía el quitar una vida. Para los niños había sido una obra de valentía, Mikasa era la heroína. Sin embargo, la chica no tenía más que una esquela de fragmentos en su mente. Pensando mil cosas a la vez.

El corazón ya no estaba agitado, era como si todo se hubiese detenido.

—Hermana —insistió Haru—. Debemos ir en busca de nuestra madre.

Mikasa asintió en respuesta a las palabras de su hermano, pero no se movía, seguía de pie mirando fijamente el cuerpo. Quizás se aseguraba de que no iba a levantarse de nuevo.

—Mikasa —la llamó Abigaíl...

La chica no respondió, pero en cambió levantó el arma con sus manos y apunto al cadáver. Sus ojos se aguaron y el pulso empezó a temblarle de nuevo...

—¿Hermana?... —susurró Haru preocupado.

Ella lo ignoró y disparó de nuevo al cuerpo mientras las lágrimas le caían de los ojos sin parpadear. La bala resonó con fuerza y las pocas aves que quedaban alrededor volvieron a huir del lugar. El tiró tomo por sorpresa a los niños y los hizo palidecer nuevamente.

Mikasa disparó de nuevo, una y otra vez contra el cuerpo inerte que recibía los tiros a quema ropa y sólo se detuvo cuando el revolver no tuvo más balas.

—¡Hermana detente! —gritó Haru desesperado.

Mikasa se giró para encarar a su hermano. Tenía el rostro desecho, de sus ojos caía una lágrima detrás de otra, se arrodilló sobre la hierba, soltó el arma y se tapó la cara con las manos.

Mientras la chica lloraba desconsolada ambos niños se acercaron y la abrazaron con todas las fuerzas que les quedaba.

—Tuve que hacerlo —sollozó la chica descompuesta—. Tuve que hacerlo —lo repitió y sintió como Abigaíl y Haru se aferraban a ella con fuerza evitando que se quebrara en mil pedazos.

—Lo sé —respondió su hermanito—. Lo sé.

—Tuve que asegurarme de que no volviera a levantarse... —sollozó de nuevo—. No quiero que vuelva a levantarse...

Abigaíl observó el cuerpo detrás de ella con varios agujeros en el pecho y una de las balas incrustada en uno de sus ojos. Desfalleció y tuvo que desviar la mirada para evitar vomitarse encima.

—No se levantará de nuevo —le aseguró la pequeña con la voz quebrada a punto de llorar.

Mikasa contempló a los chicos que tenían los ojos aguados y sin pronunciar ni una sola palabra, los tres se observaron con tristeza y por un momento, los tres lloraron sin guardarse nada. Un llanto que descocía el alma, un llanto que los transformaba, un llanto como ningún otro.

Sus vidas habían cambiado por completo y los terrores que escondían en sus mentes quizás se quedarían allí para siempre. 



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