Capítulo 15

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Entre la niebla se esconden los cobardes


—¡Abigaíl! —la llamaba insistentemente Haru desesperado.

—Ha caído —contestó la madre de Haru con un hilo de voz apenas audible. Se encontraba arrodillada mirando un enorme agujero que había entre el suelo y la pared del callejón. Tiró una piedra para darse una idea de la profundidad, pero nunca la escucho caer.

—Tenemos que irnos —insistió Mikasa asustada, las pisadas a alta velocidad se escuchaban cada vez más cerca.

—Tenemos que sacarla de allí —dijo la madre de Haru, sospesando la idea de lanzarse o no por Abigaíl.

De repente y en un santiamén cuatro sombras saltaron de entre la niebla.

—¿Qué tenemos aquí? —dijo uno de los hombres que sostenía un largo machete, tenía el cabello corto de color gris y los ojos negros, los otros tres se quedaron detrás de él difusos por la densa neblina—. No es seguro salir a estas horas.

—Ya nos íbamos señor —replicó Mikasa que se había puesto detrás de su madre y adelante de su hermano menor.

—¿A llamar a la policía? —preguntó uno de ellos con tono de burla—. Ya no existe la policía. Ahora mandamos nosotros, los que siempre estuvimos abandonados por riquillos como ustedes.

—No somos ricos —repuso la chica.

—De todas formas —intervino el hombre a penas visible frente a ellos—. Me temo que no puedo dejarlos ir —su voz parecía tranquila—. Permitanos invitarles algo de tomar...

—No, muchas gracias —contestó la chica—. Mamá vayámonos...

Los hombres se fijaron que había una segunda mujer entre ellos, arrodillada a un lado de la más joven con la mirada clavada en el suelo.

—Tenemos que bajar por Abigaíl —respondió la madre ignorando a los cuatro hombres delante de ella.

—Hay una tercera chica —repuso otro que se ocultaba entre la niebla—. Que suertudos somos —dijo casi que saboreando las palabras.

—¡Ayúdenos a sacarla de allí! —gritó Haru desesperado.

—También hay un chico con ellas —los cuatro hombres se acercaron—. Vengan, vamos a un lugar más cálido hace frío aquí afuera. Y planearemos juntos como sacar a la mujer del alcantarillado —su voz parecía amable y sincera.

—No, no iremos a ninguna parte con ustedes —se rehusó la hermana de Haru.

Uno de los hombres se acercó y la tomó del brazo por la fuerza.

—Sí que iras con nosotros —dijo.

Mikasa se liberó sacudiendo la mano del que parecía de la misma edad que ella.

—No me toques —lo amenazó.

La madre de Mikasa se levantó y comprendió la situación en la que estaban. O saltaba por el agujero o se deshacía de los cuatro hombres que los rodeaban. Dos de ellos no se veían y permanecían ocultos entre la neblina, y los otros dos estaban frente a ella con grandes machetes que movían de forma amenazadora.

—Me temo que no iremos con ustedes —dijo la madre con mucha paciencia—, debemos ir por nuestra amiga.

—Señora no creo que lo entienda —dijo el chico que estaba muy cerca de su hija—. No hay más opciones.

—Hoy he matado un hombre —dijo con una voz quebrada y rasgada por la ansiedad—, le he volado la cabeza —confesó la madre de Haru que parecía otra persona desde hace un rato, tenía la mirada apagada y el semblante neutro, como si estuviera anestesiada—. Y creo que puedo matar un par de hombres más.

Los extraños se echaron a reír.

—Nos va a matar, pero del aburrimiento —dijo uno de ellos.

—Agárrenlos —ordenó el hombre de cabello gris y dos figuras aparecieron de entre la niebla dispuestos a tomarlos prisioneros.

En ese momento la madre de Haru desenfundó el arma de nuevo y le apuntó a la cabeza al más joven que estaba muy cerca de ellos. La punta metálica del revolver rosaba las cien del extraño.

—Retrocedan o le vuelo la cabeza —dijo con frialdad.

El ambiente se había vuelto tenso. Mikasa frunció los labios temerosa de que su madre volviera a perder los estribos, ya ni siquiera la reconocía. Así que tomó la mano de su hermanito para protegerlo.

—Salgan de aquí —les ordenó.

—Mamá...

—Ahora —continuó ella sin dejar de apuntarle el arma a la cabeza al jovencito que ahora la miraba con odio. Los otros hombres, de pronto, se habían puesto serios y no se movían de su lugar—. ¡Ahora!

Mikasa salió a correr hasta el otro lado del callejón con su hermano de la mano mientras su madre se quedaba atrás. Avanzaron entre la niebla sin mucha visibilidad hasta que llegaron a la entrada de un parque.

Pum... sonó un primer disparo.

Pum... sonó otro tiro.

Los disparos se escuchaban a lo lejos mientras los hermanos entraban al parque y buscaban un lugar seguro en medio de a niebla. Haru empezó a llorar en silencio mientras Mikasa lo guiaba hasta un unos arbustos húmedos que les hizo rayones en la piel y mojaron sus rostros. Ambos se acurrucaron abrazados.

Ya habían pasado unos minutos desde que habían disparado, pero entones; Pum... pum... sonaron uno tras otro.

Otros segundos más pasaron antes de escuchar un quintó tiro.

Mikasa no pudo mantenerse más firme y empezó a llorar también mientras escuchaba a Haru tratar de ahogar su llanto. Ambos hermanos permanecían abrazados esperando que su madre apareciera.

—¿Y mamá? —chilló Haru al cabo de un rato, no sabían muy bien cuanto tiempo habría pasado allí, pero las piernas ya se les había entumido.

—Ya debe volver... —contestó su hermana que asomó la cabeza para ver si su madre venía en camino, sin embargo, lo único que veía era la fría y lúgubre niebla que tapaba todo y los mantenía separados de su madre.

Quizás no había sido una buena idea salir, después de todo.

—Tenemos que regresar —susurró Haru...

—¿Qué?

—Mamá está allá, debemos regresar a ayudarla...

—Pero Haru, no podemos hacer nada.

—¿Prefieres seguir esta vida sin ella? —preguntó el chico mirando a los ojos aguados de su hermana mayor—. Porque yo no...

Mikasa tragó saliva, y se limpió las lágrimas. No podía creer que su cobarde y torpe hermano menor tuviera tanta jodida razón.

—¡Sí, volvamos por mamá! —dijo finalmente. 

DesolaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora