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No recuerdo haber llorado tanto en toda mi vida.

No recuerdo haberme sentido tan miserable como hasta ese momento. No recuerdo haberme sentido tan desolada y arruinada como en el momento en el que vi la caja que contenía el cuerpo de mi padre, desaparecer en la tierra.

Diego me abrazó con fuerza, me consoló, susurró palabras a mi oído y yo no podía hacer otra cosa más que sollozar contra su pecho. No fui consciente de que Erick, Lizeth, Diego y Joel me envolvían en un abrazo grupal hasta que levanté la vista del suelo.

Al terminar el velorio, Patricia obligó a mi madre a ir a comer con ella y Lizeth, Erick, Mía, Diego y Joel me obligaron a mí a subirme al chevy de mi amiga para ir a un "lugar especial", o al menos esas fueron las palabras que utilizaron para describirlo.

Lizeth condujo durante lo que pareció una eternidad. Joel, quien iba en su camioneta junto con Erick, me enviaba textos cada pocos minutos y Diego jugueteaba con la radio desde el asiento trasero del Chevy de Lizeth y Mía se quejaba del mal gusto en música que tenía.

—Hemos llegado —anunció Lizeth, aparcando el auto en un descanso en la carretera.

Mi ceño se frunció mientras salía del auto, sin comprender qué hacíamos en medio de la nada. Todos me siguieron y me giré hacia Lizeth con gesto interrogatorio. A lo lejos, se veía el mar. Azul profundo, cristalino, brillante... Vivo. —¿Qué estamos haciendo aquí? —pregunté.

Joel caminó hasta la orilla de lo que parecía ser un acantilado y desapareció, provocándome un grito de horror. Corrí hasta el filo y me dieron ganas de golpearlo al descubrir que no era más que un pequeño desfiladero con vista al océano.

Joel extendió su mano hacia mí y la tomé, bajando hasta donde él se encontraba. La costa se encontraba a pocos metros de distancia y la brisa con olor a sal me golpeó el rostro.

Él se sacó los zapatos y los calcetines, se enroscó el pantalón entallado y se dejó caer sobre la arena suelta. Lizeth, Erick, Diego y Mía bajaron mientras yo me quitaba las viejas botas de combate y me sentaba al lado de Joel.

Todos observamos el océano durante una eternidad, y una extraña paz se apoderó de mi pecho.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Diego, mirándome con cautela.

—¡¿Cómo crees que se va a sentir, tú pequeño imbécil?! —Espetó Mía—, eso no se pregunta.

Una risa boba brotó de mi garganta y, de pronto, me encontré riendo a carcajadas, echando la cabeza hacia atrás, contagiando a todo mundo con mi risa sin sentido.

Lizeth pasó un brazo sobre mis hombros. —Lo superaremos juntas —afirmó.

—Lo haremos juntas —sonreí y suspiré.

El silencio nos invadió por completo durante un largo rato. Nadie se atrevía a decir nada. Nadie se atrevía a romper con éste pequeño momento de felicidad.

—Creo que ustedes dos deberían estar juntos de nuevo —la voz ronca de Diego hizo que todos nos giráramos para mirarlo.

Mi boca se abrió con incredulidad mientras él nos miraba a Joel y a mí, de hito en hito.

—¿Q-Qué? —tartamudeé, anonadada.

Una sonrisa honesta se deslizó por sus labios y se encogió de hombros—: No sé a quién quieren verle la cara de idiota, o qué es lo que quieren probarse el uno al otro pero, por si no se han dado cuenta, la vida puede irse de tus manos como agua entre los dedos. No es un secreto para nadie lo que sienten, así que, ¿por qué no nos dejamos de idioteces y están juntos una vez más?

Though You Can See Me- Joel Pimentel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora