Prólogo

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La vida está compuesta de diferentes etapas.

Está la niñez, cuando todos queremos ser adolescentes, tener un novio o una novia, ir a fiestas y tener sexo.

Cuando eres adolescente, piensas en ser adulto, tener un trabajo estable, independencia y cosas propias como un auto o un apartamento.

Cuando eres adulto, solo quieres volver a ser un niño y evitar pensar que la vida es fácil.

Mi actual etapa es la adolescencia y, puedo decir desde ahora, que quiero volver a ser un niño.

Afrontar el desarrollo y todo lo que esto conlleva, es totalmente difícil.

Cambios en tu cuerpo, cambios de humor, cambio hormonal, ¿cambio de orientación sexual?

De pequeño, sí había sentido cierta... atracción hacia los chicos. Pensé que solamente era admiración por tener un físico superior al mío. Cuando comencé la secundaria, me dí cuenta de que estaba muy alejado de la realidad.

En ese tiempo, a mis doce años, mamá consiguió un empleo que la mantenía totalmente ocupada y yo me la pasaba mucho tiempo solo en la casa. Me hice un muchacho muy curioso que se metía en páginas web a ver y leer pornografía.

Más de una vez me obligué a ver relaciones heteros o lésbico, esperando que la mujeres llamaran mi atención sexualmente.

¡Que iluso!

Me di cuenta que no podía cambiar quien soy. Sin embargo, tampoco quería enfrentarlo.

A esa edad, decidí que iba intentar vivir el tiempo que me quedaba con mi madre en el closet, que no le diría ni siquiera a mi mejor amiga y que sería en la universidad, lejos de casa, donde comenzaría a explorar mi sexualidad.

¿Ya dije que soy un iluso?

Lo cierto del caso es que llegas a un etapa de la adolescencia en que, efectivamente, quieres probar el sexo.

Muchas personas dirán que es normal y no hay algo que te impida probarlo. Mi caso es totalmente diferente.

Un chico afroamericano con una fuerte crianza religiosa a quien siempre le recuerdan que esas cosas van en contra de La Biblia.

Si a eso, le sumamos que sería sexo con otro chico, me dirían que tengo un lugar asegurado en el infierno.

No es que yo le tema a esas cosas precisamente. A lo que le temo es al rechazo de mi familia y, como han dicho en algunas ocasiones, la soledad a la que se enfrentan los homosexuales porque nadie los quiere.

Mi plan de no relacionarme con alguien iba de maravilla, hasta que llegó el primer día del último año en la secundaria y conocí a alguien que cambió mi vida.

No conforme con eso, meses después, tenía que llegar otra persona, para quedar envuelto en un incómodo triángulo amoroso y volver mi último año en casa un desastre de emociones.

¡Iluso!

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