16. EL VALS DE LAS HOJAS

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El frío... esa sensación gélida que te paraliza, te congela y te arranca tus últimas fuerzas desde las entrañas, arrastrando tu piel atrás con sus garras de hielo... ¿No? ¿No es esa la definición? Estaba segura que sí, pero parece ser que estaba equivocada. Aunque si algo sé con certeza, es que el joven De Loughrey no era capaz de conciliar el sueño. Tiritaba de pies a cabeza, pues cubierto nada más que por su pijama, la frialdad de una noche de mayo le envolvía con sus brazos de hielo.

Hartado de esa sensación, Calen se levantó de la cama y corrió las cortinas con furia. La luz de la luna dio de lleno en sus ojos y no le transmitió la calidez que necesitaba. En la penumbra, su aposento tenía un aspecto mortecino a pesar de los brillantes muebles. Y encontraba ojos maliciosos allá donde miraba. Necesito salir de aquí- se dijo-

La americana azul con la que se cubría parecía hacer su papel, y aunque no le quitaba esa incómoda sensación de vacío, evitaba que la helor calara sus huesos. El jardín estaba desierto y la luz blanca de la luna era su única compañía, junto con las hermosas gardenias de las que hacía gala la Villa. Calen se paró a mirar una hermosa y de blanco puro gardenia. El rocío reposaba sobre sus delicados pétalos de nieve, y eso provocó en el chico un escalofrío. ¿Qué me está pasando?- se preguntó- Yo no era así.  Alzó la vista al cielo, después a la montaña, y seguidamente a la iglesia que emergía de ella. Calen pensó, y volvió a pensar. E imaginó, y desimaginó. Creyó y volvió a creer. Debería de dar ejemplo, hoy en el baile. Sí, eso haré. ¿Y por qué no...? Sí, es buena idea. 

Volvió a la realidad cuando la calidez empezaba a escasear y una fuerte luz le golpeaba los párpados cerrados. Un escalofrío recorrió su espalda y un dolor en la cabeza le despertaron del todo. Oh, no era solo la cabeza, era el cuerpo entero. Su espalda le reclamaba a gritos y sus costillas chillaban desesperadas. Y fue al levantarse cuando Calen vio su americana varios metros más allá, descansando sobre el suelo empedrado. Una ráfaga de viento matutina la había desplazado de sobre su cuerpo; y esa luz era el sol amaneciendo con el permiso de Rocamadour. Calen se incorporó, totalmente adolorido y comprobó que había dormido sobre un banco de piedra, de los muchos que habían por el inmenso jardín. Soltó un leve gruñido y corrió a por su americana azul. 

Los pasillos de su casa parecían desiertos, pero él sabía que en realidad no lo estaban. Aunque no lo pudiera escuchar, Calen estaba seguro de que Agatha y Frederic rondaban por ahí; e incluso que también Jacqueline y Anne podían estar despiertas. Temiendo que le vieran despierto y que le preguntaran qué hacía fuera de sus aposentos, sabiendo que ni él mismo tenía una respuesta, apresuró el paso hasta su dormitorio y cerró la puerta blanca con llave. Aunque las esquinas de la habitación aún no quedaban iluminadas por el sol, Calen se sintió aliviado de que el resto sí lo estuviera. Se acercó al espejo de cuerpo entero y se observó detenidamente. Su rostro no había cambiado, nada de su físico lo había hecho, pero su interior no era el mismo. Dieciocho años- suspiró- Ya tengo dieciocho. ¿Cuánto tiempo me queda? 

Su reflejo negó varias veces con la cabeza y Calen volvió a mirarse. No importa, hoy vas a ver a Elle y eso basta- intentó sonreír. Pareció conforme con su rostro y giró- Hoy va a ser un buen día. Tiene que serlo.

Los invitados estaban de camino, eso lo sabía, pero la incertidumbre de no saber cuándo tocarían a su puerta le dejaba exhausto. Una idea fugaz cruzó su mente como un rayo de tormenta surca el cielo; y la sospesó unos momentos. Finalmente, tiró de la cuerda y solo le quedó esperar. 

Pero la espera se estaba transformando en un martirio. Ella no llegaba, su pequeño secreto le estaba dejando solo, a la merced de su mente perdida y temerosa. Pero ella eso no lo sabía. Ella no podía saber qué tan duras las estaba pasando Calen, ni siquiera podía imaginarlo. Y él cada vez se desesperaba más. ¿Por qué no acudía al toque de la llamada? Los minutos corrían, los segundos volaban, y cada instante suponía otra incesante ola de preguntas en la cabeza de él. Hacía semanas que no se veían, que no hablaban, que no escuchaba su voz o se quedaba mirando su larga melena castaña. ¿Le asustó con sus palabras, cuando la abrazó? ¿Fue eso? Treinta minutos habían transcurrido desde el toque de la campana y Calen ya estaba seguro de que ella le odiaba. Y entonces, tuvo que reprimir una replica cuando escuchó el armario abrirse.

AVELINE.   El secreto de la Villa de las GardeniasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora