34. ORGULLO Y LAMENTO

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Al poner los pies en territorio escocés, el frío despojó de toda emoción al joven que llegaba en ferry y le dejó como el blanco a tiro frente a cientos de arqueros con las armas a punto. A pesar de estar a finales de julio con las margaritas floreciendo y la hierba verde como esmeraldas, Escocia vestía un cielo gris y deprimente que calaba los huesos de cualquiera que lo contemplara. Por esa razón, y ahí Calen lo entendió, el padre de Elizabeth organizaba un baile donde el motivo floral reinaría y los colores bailaran en la pista.

En el concurrido puerto donde había atracado su ferry la gente avanzaba a trompicones, trastabillando con sus propios zapatos y reclamando cosas sin sentido a quienes se encontraban en su camino. Cuando Calen quiso salir de allí cargando él mismo sus pertenencias, fue atacado desde ambos francos por hombres con sombreros y mujeres casadas que arrastraban a sus esposos. Indignado como se sintió durante unos segundos, Calen alzó la voz pidiendo educación y disculpas hacia su persona; pero la única respuesta que obtuvo fueron palabras groseras que fingió no escuchar.

Aquí no soy nadie. No tengo título, si alguna vez tuve alguno- comprendió muy a su pesar.

Finalmente y a base de pérdidas de equilibrio y mordidas de lengua, el joven alcanzó el otro carruaje enviado por Elizabeth en su busca.

El hogar de la familia De Glenn robaba el aliento a todo aquel que se atreviera a contemplarlo. El portón simulaba un gran arco sobre su cabeza, que Calen no pudo dejar de admirar. A diestro y siniestro la mansión lucía enormes ventanales como ojos cristalinos al cielo encapotado. Con la misma forma que el portón, los ventanales proporcionaban inmensas cantidades de luz matutina a la casa que sin duda, harían despertar de muy buen grato a sus propios residentes. Al Calen alzar la mirada, descubrió dos torres de poca altura donde la pizarra color terracota ascendía hacia las nubes de plata, y formaba una cúspide encantadora.

El característico sonido de unas viejas llaves entre las paredes de una cerradura atrajo la distraída atención del muchacho hacia la rojiza puerta. Las bisagras no hicieron ruido alguno y en el umbral apareció un hombre vestido principalmente de negro. Su anciano rostro se vislumbraba tan serio desde la distancia, que Calen optó por pensar que el mayordomo sufría el peso de un mal día y que aquella tenebrosa expresión no la pintaba en su rostro mañana a mañana.

Pero como si la magnífica casa adivinase los repentinos sentimientos del lord, hizo aparecer en el umbral otra figura, esta vez femenina, que deslumbró con su presencia y la viveza en su delicada cara. Elizabeth De Glenn, ataviada con un vaporoso y largo vestido morado de mangas abullonadas y recargadas de encaje, sonrió desde las escaleras al joven Calen. Él le devolvió la sonrisa, algo perdido ante la situación y dejando que los criados se llevaran sus pertenencias.

Elizabeth y Calen cruzaron sus miradas durante demasiado tiempo, a lo que el pobre Mister MacQuoid se vio obligado a intervenir con los carraspeos que tanto detestaban en la familia. Y con resignación, los prometidos se adentraron en la mansión.

—¿Cómo crees que se encuentra Calen?

El ama de llaves levantó la mirada de los mitones que cosía con devoción y escudriñó la pálida cara de Avie.

—A estas alturas ya debería haberse acostumbrado al bonito rostro de su prometida- le respondió la anciana mujer.

Avie soltó un diminuto suspiro, y rezó para que la mujer a su lado no se percatase.

—Si es tan bonita como dicen no creo que tarde mucho en hacerlo.

La biblioteca volvió a perderse entre las olas del silencio solo interrumpidas por el entrechocar de las resplandecientes agujas de Agatha.

AVELINE.   El secreto de la Villa de las GardeniasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora