33. EL HORNO NO FUNCIONA; Y FREDERIC LO SABE

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Todo parecía solucionado, de un momento a otro. Ya nada acontecido con anterioridad parecía tener importancia. Ni el devastador incendio, ni la amenaza de muerte, ni la terrible separación que sufrirían dos jóvenes. Aquel pedazo de documento firmado ya no era considerado una sentencia a muerte. El mensajero de la familia De Loughrey no recordaba nada del incidente. Y todo se resumía a una sencilla proposición que debía realizarse esa misma noche bajo la melancólica luz plateada de la luna. Calen no se sentía preparado para marchar. Aveline no quería verle partir. Mas ambos sabían que la vida de muchas personas pendía de un "sí", y que no era prudente negarlo. 

A medida que el tierno corazón de la muchacha se resquebrajaba, una delicada y bonita relación florecía entre una doncella y un mozo. Las tantas vueltas de reloj que vivieron encerrados Abajo bastaron para unir dos almas asustadas y necesitadas. Dos almas que, a diferencia de otras que querían quererse y deseaban no desearlo, podrían bailar juntas al son de un nuevo vals de las hojas. 

Y Avie era plenamente feliz por ellos. De sus labios no se borraba su sonrisa arrebolada por más miel que derrochara aquella pareja. Sabía muy bien que Anne admiraba a Edmund desde los principios de sus conversaciones, y deseaba fervientemente poder ser quien acunara a sus hijos algún día. Pero ni ella, que era capaz de desvelar recuerdos escondidos por paredes y convertir sus miedos y emociones en pinturas mágicas, podía saber qué les depararía el futuro lejano o próximo. ¡Y deseaba tanto tener una mísera certeza que no fuera el peligro! 

No obstante, la tristeza galopaba en su corazón como un alma pérfida en busca de venganza. Mas Avie conocía que no la obtendría; el pesar que la hundía lentamente no saciaría su sed de manera alguna pues nadie podría parar aquello que debía hacerse. Y si Calen estaba dispuesto a sacrificar su propia felicidad para mantener su vida y la de ella, Avie solo encontraba deseos de lamentarse. ¿Quién querría vivir lejos de alguien que habría dado tanto por ti? Sin duda Avie no quería. 

Sobre la tierra blanquecina y la poca arena que manchaba las botas, las ruedas del carruaje dejaron huella hasta detenerse frente al joven prometido, quien no se lamentaba de su decisión. Con un salto elegante y firme, el mozo de cuadra llamado Kale y por el que Calen empezaba a recelar, bajó del asiento del conductor y le entregó las riendas al hombre que las dominaría. El anciano conductor personal de calva incipiente subió al carruaje e indicó con un gruñido que ya se encontraba listo para marchar al puerto. Calen asintió a sabiendas que el viejo hombre no le prestaba atención, y tras dejar las maletas en el suelo se giró a contemplar las personas que por dos noches dejaría atrás. 

Y pronto serán más de dos noches. Será toda una vida- sacudió la cabeza para ahuyentar esos pensamientos y se mantuvo imperturbable.

Tantas personas se arremolinaban a su alrededor, ansiosas por recibir unas palabras de aliento y despedida. Personas que le habían visto nacer rodeado de lujos y atormentado por decisiones que él solo había tomado. Y personas que ya no le veían como su Señor, sino como el amigo más preciado que tendría jamás Aveline; como alguien a quien echarían mucho en falta llegado el momento.

—¿Y por qué tantas caras largas? ¡Tendremos de vuelta a este joven apuesto en menos que canta un gallo!- la cocinera se adelantó unos pasos y en su rostro se mostró una dulce sonrisa- ¡Y ya estaré de nuevo cocinando sus postres preferidos! 

Alice rió como únicamente ella sabía hacerlo y añadió:

—¡Ya huelo la masa de ciruela desde aquí!

—Y la olerás mejor cuando tengas que ayudarme a hornearlas- le contestó Charlotte con un golpe de cadera- Que por si no lo sabías, se ha estropeado la puerta del horno. 

Los atisbos de unas risas ondearon con el viento hasta esfumarse con la luz del sol de verano. Cuando Calen y Frederic compartieron mirada, el mayordomo supo que era su momento de una despedida corta ahora que tanto habían fortalecido sus lazos. El roce de la impecable suela de sus pulcros zapatos obligó a callar todas las risitas que flotaban en el delicado ambiente y recordó a Calen que su bello secreto no se encontraba para verle marchar. 

AVELINE.   El secreto de la Villa de las GardeniasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora