40. CUANDO EL BOTE YA SE HUNDÍA

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Su realidad empezaba a desvanecerse, pedazo a pedazo, esquina por esquina. Sus sueños, que tan pocos tenía, se convirtieron en niebla frente a sus ojos llorosos y deseosos de que alguien limpiara las lágrimas. Pero el joven lord sabía que se encontraba de nuevo solo, pues nadie más conocía la solución del embrollo en el cual se había adentrado. Muchos dirían que la culpable era esa tímida muchachita castaña por haberse presentado ante él sin ningún reparo; pero Calen jamás podría verlo así. Esa muchachita que llamaban, que recibía tanto amor pero tan poco sabía de él. Esa jovencita tan dulce como valerosa que se enfrentaría, libro o aguja en mano, al mayor de los enemigos aun saliendo lastimada.

La respuesta a esa pregunta es "sí"; Calen amaba a esa chica con locura, a pesar de que el corazón de ella fuese reacio a creerlo.

Y cuando el joven comprendió quiénes serían las próximas víctimas del temible General, quiso e imploró volver el tiempo atrás hasta donde el dolor en su vida no fuera tangible. Deseaba correr veloz hacia los brazos de su amada, sentir cómo su voz le acariciaba el alma y mientras ambos temían, susurrarse mutuamente al oído que todo iba a salir bien.

Pero no todo era tan sencillo. La muerte, desgracia y destrucción ya vagaban por los barrios de Rocamadour, dejando sus huellas y pisadas convertidas en llantos y terror. Los habitantes del pequeño pueblo empezaban a marcharse; los rumores ya no se trataban solo de rumores, cada vez eran más ciertos. Los mismos Allamand, quienes perdieron la casa en el incendio, fueron los primeros en empaquetar sus pocas pertenencias y marchar tan lejos como pudieran. Calen no se lo tenía en cuenta, al fin y al cabo, estaba convencido de ser él el causante. Durante el escaso tiempo que permaneció observando el horizonte en aquella colina, comprendió que si tan solo hubiera echado atrás su orgullo y egocentrismo y hubiera aceptado el matrimonio de Aprylinne, no tendría que ver cómo sus seres queridos luchaban por encontrar un bote seguro al que amarrarse.

Pero ya no había vuelta atrás. Si El General cumplía sus amenazas, poco de su vida anterior quedaría a la que poder rogar.

El Palacio de Abajo se resumía en tres simples palabras: Silencio, mutismo y letargo.

Nadie hacía movimientos bruscos, nadie alzaba la cabeza y nadie pronunciaba palabra. No fue, hasta que decidieron ser valientes, que levantaron sus miradas grises y escrutaron los rostros de sus amigos. Eran una familia, tan peculiar como unida, y aunque su vida pendiese de un hilo no se dejarían intimidar.

El ama de llaves enderezó su falda gris, alisó con la mano su camisa recién planchada y se irguió tan alta como era. Lanzó una cruda mirada a la cocinera, y esta se la devolvió con más sarcasmo que nunca.

—Tenemos mucho de lo que hablar- sentenció la cocinera- Todos conocíamos a Jacques, y Jacques era un traidor. Atentó contra la vida de los Señores bajo el mando de El General. Queramos o no, lo hizo, y cuando El General se entere tomará las riendas- Pandora agudizó su mirada como depredador que busca su presa- Esto ya no es algo de lo que estemos informados, ahora formamos parte de él.

El asentimiento fue firme y conciso. Todos se retiraron, y únicamente quedaron Agatha y Avie.

—Aveline, querida mía, te noto consternada. ¿Has enfermado?- le preguntó la mujer, llevando una mano a su pecho- Sin duda esta situación traería fiebres a cualquiera.

—No, no Agatha... Me encuentro bien. No estoy enferma ni nada por el estilo- respondió por lo bajo- Tan solo... No sabría definir qué me ocurre con exactitud.

El ama de llaves observó con preocupación el fino rostro de su niña, preguntándose una y otra vez si sus ojos provaban a engañarla.

—Me quedaría más tranquila si veo cómo te tomas un buen té y algunas pastas- le dijo con su conocida voz impostada- Acompáñame a la cocina.

AVELINE.   El secreto de la Villa de las GardeniasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora