23. RECUERDOS EN LAS PAREDES

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Rocamadour despertaba a sus vecinos con un cálido sol y una agradable brisa matutina, de esas que traen recuerdos y esbozan sonrisas. Pero en el bello rostro de Avie no se veía ni pizca de felicidad. Sus ojos pardos no brillaban con su emoción habitual, y es que no podía evitar pensar cuántas razones podría tener Calen, para que ella no supiese la verdad entera sobre su casamiento indeseado. Si no me caso, no quiero pensar qué pasaría contigo. Esas palabras, pronunciadas por él mismo, daban a entender muchas cosas. ¿Qué amenaza se cernía sobre la Villa de las Gardenias? ¿Cuán grande podía ser, si atemorizaba a Frederic, Pandora y Agatha? ¿Cómo la afectaba a ella, si Calen estaba dispuesto a sacrificar su felicidad por ella? 

Por mí- se repitió- Sacrificar su felicidad por mí.

Apartó de su cabeza esos pensamientos confusos, o al menos lo intentó, ya que minutos más tarde se encontró de nuevo dándole vueltas al asunto. El silencio y la escasez de personas Abajo eran las causas de preguntas tan repentinas en su mente. Avie había probado a escribir nuevas canciones, a cambiar la letra de otras; intentó leer de nuevo algunos sonetos de Shakespeare e incluso probó a memorizarlos, pero no había manera de mantenerse ocupada. Pensó hasta cinco veces en subir a los aposentos de Calen, sin embargo se percató de que la presencia del joven no sería de ayuda. Y alrededor de las dos de la tarde, ya no le quedaba más que dejarse guiar por sus pies, entre las paredes coloreadas del sótano.

Tras girar unas siete veces hacia la izquierda, y otras ocho a la derecha, haber subido quince escalones y haber saltado nueve, sus ojos se tropezaron con una pared realmente inusual. De ancho no debía de tener más de dos metros, y de alto alrededor de los cuatro. Cuando Avie prestó mayor atención al muro que impedía su paso, comprendió que estaba pintado con no un dibujo corriente, aunque como objeto real sí lo fuera. Sobre su superficie, alguien debió haber dibujado y pintado aquella puerta morada y rosada. Y que además, añadió un pomo sólido, real, de verdad; aunque fuese solo para hacer la gracia. 

Avie no lo terminaba de asimilar, a pesar de que debiese estar acostumbrada a los hechos extraños y estrambóticos. Con dudas y mano temblorosa, atrapó entre sus dedos aquel pomo dorado y que sobresalía de la puerta pintada en la pared. Sus nudillos se volvieron blancos por la fuerza que ejercía y la rabia que poco a poco iba floreciendo en ella. ¿No podía tener un mes en paz, un mísero mes? Aquella puerta y aquel pomo eran la respuesta a la pregunta: NO.

Pero cuando decidió girarlo, comprobó que cedía, como todos los pomos que estaban hechos para abrir puertas. Un ruido sordo y repentino la impulsó a echarse atrás, y con otro respingo vio como aquella pintura con forma de puerta, se transformaba en una de verdad. Avie tuvo que morderse la lengua antes de dejar escapar una maldición contra la Villa y sus secretos. Llenó de aire repetidas veces sus pulmones, para después retomar la calma y admirar por cada lado la nueva puerta. Quería abrirla y descubrir con sus propios ojos, qué escondía detrás, pero bien sabía (tras tres encuentros con otras puertas distintas) que podía depararle algo realmente peligroso. ¿Desde cuándo una pintura se vuelve un objeto real?- volvió a cuestionarse- Desde el mismo día en que tus emociones se vuelven arte en las paredes- se dijo esta vez con voz repipi.

No lo dudó más. No quería preguntarse más cosas de las que no obtendría respuesta. Con la mano todavía sin retirar de aquel hermoso pomo dorado, empujó hacia lo que anteriormente había sido una pared de piedra. Cedió sin apenas esfuerzo, a diferencia de la puerta que llevaba al armario de Calen, y Avie se vio a sí misma frente al peligro. Lujos. Lujos era lo que mayoritariamente veía Aveline. De izquierda a derecha; de norte a sur. Paredes impecables y de blanco acendrado, pulcras y delicadas. Muebles y cojines de hilo de oro decoraban la sala; y antes de que Avie pudiera admirarse por la lámpara de araña que presidía el techo de la estancia, una voz grave la sobresaltó. La chica sintió cómo su corazón daba tres vuelcos y golpeaba su pecho con fiereza, al ver esas ropas rojas cosidas con esmero y ese rostro alargado y castigado por la edad. Su temido monstruo rojo aparecía de nuevo en escena, furioso y con las mejillas afiladas adquiriendo tonos rosados. Avie tardó, los mismos segundos que su corazón en calmarse, en recordar que Monsier Grosvenor había fallecido años atrás. Ese escalofriante hecho provocó que la bilis ascendiera por su garganta, y escondida entre las sombras y arropada por su oscuridad, se limitó a preguntarse si los muertos podían volver a la vida. 

—¡Esto es imperdonable!- esa voz, la misma que en las noches de luna llena producía a Avie pesadillas, gritaba a pleno pulmón. Los ojos diminutos del hombre que debía estar muerto, centelleaban de furia y si la chica hubiera estado de nuevo frente a ellos, habría visto la vanidad que los corrompía- ¡¿Cómo dejáis que esa alimaña que no os pertenece por sangre corra por vuestros pasillos?!

Y una voz calmada, pausada, y teñida de la más falsa educación, respondió:

—Mi querido Monsier Grosvenor, cuénteme que le aflige tanto.

Avie se inclinó levemente para poder observar mejor al hombre que estaba hablando, y se sorprendió al ver que era joven y débilmente atractivo. Agudizando su vista, vislumbró las arrugas que cruzaban su frente y se preguntó quién sería. 

—¡La descendencia de vuestro servicio está vagando a sus anchas por vuestro palacio! ¿Y osáis consentirlo? Lord Harold, eso dice mucho de vos y no precisamente bueno- espetó el monstruo rojo. 

Ahí Avie creyó entender una cosa, y aunque sí sabía con certeza que aquel otro hombre era Lord Harold, muchas lagunas veía en su mente sobre sus ideas. Entonces reparó en la figura inquieta y diminuta que se removía, presa de los nervios, junto a las piernas de Lord Harold. Se trataba de un niño de mejillas rosadas como el amanecer, vestido elegantemente con chaqueta y camisa, y que luchaba por reclamar la atención del Señor de la casa. Fue en ese preciso instante, cuando Lord Harold murmuró "ahora no, Calen" que Avie casi cayó de bruces al suelo. Aquel diminuto niño de no más de seis años, con su melena peinada perfectamente y unos ojos verdes como esmeraldas; era el mismo joven del que tanto apreciaba su amistad y que había limpiado sus lágrimas. 

—¡Una niña, sí! ¡Rubia como el sol de la mañana y rápida como un zorro se ha atrevido a interrumpir la fiesta!- volvió a bramar el hombre, a la vez que su corto bigote negro se movía- ¡Ha huido cuando me ha visto! ¡Estoy seguro de que es la desgraciada descendencia de vuestra criada! 

—Demos gracias a Dios de que no sea así, Grosvenor. Ninguna mujer trabajadora en esta mansión ha dado a luz, puedo asegurárselo- decía Lord Harold mientras intentaba mantener la calma- ¿Por qué no se toma una copa y jugamos una partida al veintiuno?

Y con su mano enguantada apoyada en el hombro del monstruo rojo, y un gruñido por parte de este, Lord Harold ignoró a su hijo y se marchó con Monsier Grosvenor. Qué había pasado allí, o qué estaba ocurriendo, Avie solo alcanzaba a hacerse una idea. Tras observar la escena, comprendió que el acontecimiento no era reciente, y que estaba presenciando un recuerdo, una imagen que la Villa decidió proteger entre sus muros de piedra. ¿Por qué? No, esa no era la pregunta. ¿Cómo? Sí, ahí estaba. ¿Cómo se presencia algo que ya ha ocurrido? Avie reconoció que ese recuerdo pertenecía al día del cumpleaños de Calen, cuando el niño cumplía cinco y ella había subido por primera vez al Palacio de Arriba. 

Respiró hondo en tres ocasiones, con la imperiosa necesidad de correr en busca de unos brazos que la ampararan. Pero antes de eso, debía volver a la realidad. ¿Y cómo se volvía? El miedo consumió a Aveline en fracciones de segundo, los temblores llegaron a sus manos, y presa de sus temores giró bruscamente el pomo y cedió. Sus pies cruzaron el umbral casi sin rozar el suelo, y de súbito, se encontró de nuevo en el sótano de la Villa. Sin Calens diminutos, ni monstruos blancos ni rojos, sin lujos excesivos... Por fin en casa. Y al mirar la pared, aquella puerta ya no estaba.

AVELINE.   El secreto de la Villa de las GardeniasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora