15. LO QUE HUYÓ DE LA COCINA

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Las mañanas de los sábados, en la Villa, solían ser entretenidas. Antes del incidente con Aveline y los caballos, Calen apreciaba salir a dar una vuelta sobre el corcel. Pero eso fue antes del incidente. Incluso sin haber pedido disculpas al caballo- Calen no lo pensaba hacer. Era un simple animal- el joven no quería volver a visitar los establos. 

Por otra parte, y un par de pisos más abajo, Avie adoraba los sábados. Los Señores se levantaban tarde y eso implicaba que sus sirvientes también lo hacían. ¿Hoy sería un sábado distinto? Avie no lo sabía y tampoco se planteaba que pudiera ser así. 

Sentada en la mesa de la cocina, la joven se limitaba a beber de su taza caliente y a escuchar las conversaciones de las demás mujeres. La espuma de la leche dibujaba una graciosa serpentina al borde su labio superior, pero apenas le hizo caso y continuó sumida en las palabras, que de las bocas de las demás, salían. Pandora volvía a vestir su característica blusa granate con una falda gris felino. Avie siempre se había preguntado qué tenía esa prenda, que la cocinera le tenía tanto aprecio. Por otra parte, Aveline al mirar a Lottie, vio como esta se había deshecho de su moño alto y lo había sustituido por una trenza complicada. Por todos era sabido que los sábados eran de comportamiento menos estricto, pero aun así, las mujeres no se comportaban como de normal. Avie se abstuvo de preguntar nada, únicamente se levantó de su silla y dejó la taza en la pila. 

Ella salió de la cocina con un pequeño brinco. Podría ser infantil, podría ser vergonzoso... pero era eso, una posibilidad. Avie se sentía extrañamente feliz. Habían volado dos semanas desde su último encuentro con Calen y desconocía cómo estaba él. También otra semana la separaba del momento en que encontró esa exasperante carta, como también de su último momento triste. Sus pies tomaron el control, y mientras sus dedos se deslizaban sobre las paredes de piedra blanca, ellos la guiaron más allá del pasillo principal. Giraron a la derecha en un cruce, dejando atrás los dormitorios de Frederic y Pandora. Apretaron a correr, y entonces, pararon. Avie abrió los ojos, de vuelta al mundo real, y levantó la cabeza un tanto confundida. 

Todo el interior de Avie gritó lo mismo en cuarenta idiomas diferentes. ¡Oh Dios mío! Su sonrisa se ensanchó al verla, y sus manos continuaban reposando tras su espalda. Vestía, de nuevo, aquel chaleco dorado con el que Avie le había visto desde la ventana.

—Hola, Aveline- la saludó Kale.

Ni los rosados labios de la chica fueron capaces de separarse. ¿Él sabía su nombre? ¿Cómo? Agatha le tenía prohibido hablar con los mozos de cuadra. De todas maneras, el joven no debía de estar en el Palacio de Abajo. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién le había dejado entrar?

—No me mires así- rió él- No soy un monstruo.

Avie observó por fin sus ojos. Eran de un bonito tono verde, aunque muy distinto al de Calen. Un cosquilleo subió por la espalda de la chica y sus mejillas se tintaron con el color rosado del amanecer.

—Parece ser que me he encontrado con un tomate, señor- Kale ahora hablaba a alguien detrás de Avie, si es que había alguien.

Ella se giró, aliviada de no tener que seguir mirándole, y sorprendida al ver a Frederic acercándose a ellos. Con la súplica en su mirada, Avie le pidió socorro al mayordomo sin saber muy bien por qué. Él se limitó a sonreírle como si le estuviera gastando una broma. Una broma muy pesada- añadió Aveline para sus adentros.

—Debe haberse escapado de la cocina, ¿verdad Avie?- dijo el hombre posando su mano en el hombro de la chica.

—Si estáis hablando de mí...- empezó a decir, pero al mirar el rostro de Kale tuvo que callarse. Estaba haciendo el ridículo- Yo no... Él... ¿Qué?

AVELINE.   El secreto de la Villa de las GardeniasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora