32. CÓMO BLANDIR UN ARMA Y NO EQUIVOCARTE DE ENEMIGO

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Los pasillos se tornaban más oscuros y estrechos a medida que la pareja avanzaba sigilosa. Sus pasos apenas sonaban contra el suelo de piedra pulida y mármol, cosa que ambos agradecían sumamente en silencio. Ella detrás de él. Él buscando su mano. Ella respirando en su nuca. 

La tenue luz del candil dibujaba espectrales sombras en las paredes, que se alargaban y retorcían con los dolores que sufrían al recordar que no estaban vivos. La muchacha mantenía su mirada inquieta en la espalda de su acompañante, conteniendo el aliento y dando gracias hacia sus adentros la fuerza de voluntad que tenía para no virar la mirada hacia las oscuras sombras que la amenazaban. Sentía en lo más profundo de sí un desasosiego que ni la querida presencia de él podía amortiguar. Ella sabía que necesitaban respuestas viables y seguras, que no dejaran vacíos mortecinos ni lagunas negras. Y también sabía que encontrarlas suponía arriesgar casi su propia vida.

—¿Aveline?

Ella volvió de su ensoñación.

—Todavía quedan unos metros- y para corroborar sus palabras, extendió el brazo hacia delante.

Calen quiso decir algo más, explicarse con claridad, pero tomó el camino que le hizo desistir.

Mas fue él quien lo decidió todo, quien planeó con detenimiento cada paso y cada gesto que harían en esa pequeña excursión. Deambular durante la noche fue, sin embargo, idea de la joven quien conocía el Palacio de Abajo como a su propia alma y sabía de muchos pasadizos directos al corazón de la Villa. 

No llevaban más que un muy usado candil, dos pares de mantas de lana y unos corazones ahogados en el miedo y la duda. Se tenían el uno al otro, esa vez más que nunca, lamentando saber que su amistad se condenaba a una carrera contrarreloj. Y él, que la amaba, se mantenía en velo cada noche rogando a quien fuera que le escuchase sus deseos más íntimos, sus esperanzas más jóvenes y sus anhelos de tenerla cerca. 

Aveline se apoyó en el hombro de Calen y ambos detuvieron su caminar. Frente a ellos y completamente a oscuras, se ensanchaba un nuevo corredor de paredes anaranjadas y decoraciones en dorado. Las filigranas de pintura de oro relucían al verse iluminadas por el desolado candil, mas no provocaron sentimiento alguno en la nerviosa pareja que se adentró en él. 

Poco tardaron en encontrarse con una puerta marrón que mucho tenía que envidiar a las demás. Su madera desprendía un olor rancio y tampoco invitaba a tocarla. Arrugando la nariz y conteniendo muecas de fastidio, la muchacha acarició el pomo de metal. Tres escalofríos recorrieron su espalda al helado tacto del pomo; y sin pararse a pensar las consecuencias de sus actos, abrió la puerta que tanta vida le había salvado años atrás.

Una cortina en tonos burdeos les impedía el paso, deslizándose hacia abajo con gracia y delicadeza. Aveline, quien había avanzado para ponerse delante, corrió la tela hacia un lado provocando que un incómodo recuerdo atormentase su mente. Algo parecido al miedo subió bajo la tela de su vestido e instalándose en su corazón, dejó a la chica clavada en el sitio. Sus dedos se alejaron involuntariamente de la cortina y esta volvió a su posición inicial delante de los preocupados ojos del joven.

—Aveline, ¿te encuentras bien? ¿Necesitas sujetarte?- Calen disimuló su preocupación prestándole su brazo en apoyo- Hemos llegado muy lejos para volver, aunque yo podría...

—Me encuentro bien- contestó ella casi de manera automática. Seguidamente mostró una sonrisa cansada- Únicamente ha sido el miedo que sentía cuando crucé este umbral por primera vez. Fue durante la persecución a la que me sometió Monsier Grosvenor. 

En un gesto considerado y rápido, Calen tomó el mentón de Aveline para mirarla a los ojos que resplandecían en recuerdos. Ella solo esbozó una sonrisa que a él le dio paso para hablar.

AVELINE.   El secreto de la Villa de las GardeniasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora