37. HOY VENGO A CONTAR

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Hoy vengo a contar una historia; no, la historia.

La historia verdadera de un lugar mágico e inexplicable; un lugar tan nuevo como antiguo; un lugar donde brotaron lágrimas como se fundaron amores.
Un lugar que jamás olvidaremos. El hogar de un alma distinta, alguien nacido en la sombra que traía luz. Un corazón sin razón, sin raíces que buscar o futuro por formar. Hasta entonces. Pero esa es otra historia.

Hoy vengo a hablar de una mujer. No hay mucho que decir, demasiado que esconder. Fue madre de un secreto. Fue hija de una mentira. Fue amiga del enemigo. Se hacía llamar Moira aunque nadie la conociese así. Se escondía por las esquinas, y obligó a su hija a hacer lo mismo. Se metió en la telaraña más peligrosa que jamás existió o existirá. La ahogaban sus propios errores; la ahorcaban sus arrepentimientos.

Mas hizo bien, pues buscar soluciones al poder de su criatura no daría resultado. El oscuro enemigo que nadie veía le pisaba los talones, suspiraba en sus oídos y desgarraba con sus armas las mentiras que Moira tejía.

La puerta fue solo el comienzo. Las pesadillas acudieron después. De fúnebre noche se tintaban sus esperanzas, y no había nadie a quien recurrir. Ella no era suficiente para la diminuta vida que le habían asignado. Ella no era merecedora de ese delicado corazón llamado Aveline. Su hija no le pertenecía, empezaba a comprenderlo.

Mi hija no es cualquiera. Mi hija ya no es mía, le pertenece a alguien más. Alguien que la lleva esperando mucho tiempo.

Y tras encontrarse la misma puerta una y otra vez, en tormentos, en sueños, en palabras y susurros, supo qué debía hacer.
Moira nunca fue una mujer de palabras extensas, como lo sería su hija. Moira prefería parpadear y sonreír, esperando una coqueta mirada de vuelta. En conclusión, prefería dar que no recibir. Y así cesó su dolor.

Encontró la verdadera puerta sin tener que buscarla. Un deseo que deseaba no tener que pedir.
Buscó, pues, un pedazo de papel donde poder pedir perdón. Y tras buscar hasta darse por vencida, recordó el antiguo manuscrito en pergamino que resguardaba en el interior de su bota. Desató los cordones con dedos temblorosos y la bilis ascendiendo por su garganta. Lo acercó a sus labios una última vez y escribió y escribió, solo deseando que las lágrimas no humedecieran la carta; la despedida.

No sé si llegué a quererte, hija mía, pero nunca llegaré a olvidarte. Sea quien sea quien deba cuidarte, está aquí.

La mujer alzó su mirada a la mansión que se erguía frente a ella, imponente. Depositó el pequeño montoncito de sábanas y mantas frente a la puerta, en el frío suelo. Aveline hizo sonar el cascabel en su mano, su suave mano de bebé. Y en el instante en que sus preciosos ojos, entonces azulados, se cerraron Moira llamó a la puerta creyendo que fracturaría sus propios nudillos. En su huída solo miró atrás una vez, para lanzar un beso que deseó toda su vida haber podido recibir.

AVELINE.   El secreto de la Villa de las GardeniasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora