3. LOS GATOS NO TIENEN CURIOSIDAD, LAS NIÑAS SÍ

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Otro día más, las nubes se cernían sobre el monte, amenazando con llorarle a este si no les daba lo que querían. El sol, cansado del comportamiento de las nubes, las dejó pasar y se ocultó tras ellas. En pleno mayo, esta escena se repetía una y otra vez, por lo que los Amadourienses se habían acostumbrado.

Pero, a diferencia de otros, ese día era especial, al menos para los lords. Como si el sol cayera en la cuenta de ello, reclamó a las nubes aquello que le pertenecía y estas no pudieron hacer más que retroceder, con sus cabelleras platas ondeando al viento.

En la inmensa mansión victoriana, las criadas y mayordomos se preparaban para un día tan intenso como agotador. El quinto cumpleaños del hijo de los Señores, Calen Everett De Loughrey, acaba de empezar...

–¡Que alguien despierte a Aveline!- vociferó el ama de llaves mientras recorría los pasillos de Abajo.

–¡Con tus gritos seguro que ya lo ha hecho sola!- le contestó Pandora- ¿Podrías bajar un poco la voz?

Pero Agatha hizo caso omiso y continúo con sus ya típicas reprimendas. La cocinera suspiró y se dirigió al aposento de la niña. Al adoptarla todos coincidieron en que tendría un dormitorio adecuado, una ropa digna y una vida lo más perfecta posible, aunque eso significara esconder más secretos. Por supuesto, la niña conocía que ellos no eran los únicos residentes en esa mansión, pero también sabía que no podía salir de allí.

Pandora se sentó al borde de la cama y observó cómo Aveline se movía bajo las sábanas. Ella esperaba que no tardara en levantarse, pues la pequeña notaba cualquier movimiento que hicieran cerca de ella, por muy simple que fuera; y esto le hacía estar siempre alerta. Era una curiosa cualidad.

Cuando sacó la cabeza de debajo de las rosas sábanas, Pandora soltó una risita y le apremió para que se vistiera.

–Venga, Avie, hoy es un día muy ajetreado.

Mientras Pandora abría la ventana y observaba lo poco que se veía del exterior a través de ella, Aveline terminó de vestirse y asearse. Una de las cosas que le enseñaron incluso antes que la compostura (cortesía de Agatha), fue a que se cuidara ella sola. Evidentemente, nunca le quitaban el ojo de encima ya que no había rincón del Palacio de Abajo donde no hubiesen criadas trabajando. Podéis pensar que era exagerado, pero pensadlo un segundo... ¿Los Señores no se extrañarían si el servicio bajara su rendimiento al tener que cuidar a Avie? Porque ellos no sabían que un intruso vivía bajo sus pies, por lo que Pandora y los demás tampoco tenían excusa. Así llevaban tres años y nadie había sabido nunca de su presencia. Nadie.

Pandora agarró de la mano a la niña y juntas salieron al pasillo. Frente a ellas, pasó a toda velocidad Charlotte, con una bandeja vacía en sus manos.

–¿Qué pasa?- preguntó Aveline a la vez que observaba su alrededor.

–Los Señores hacen hoy una fiesta.

La pequeña asintió y corrió hacia la cocina, dónde una muchacha cocinaba a toda prisa. Ella quería ayudar, pero permitírselo supondría perder un tiempo del que tampoco disponían.
Cabizbaja, Aveline salió de la cocina en dirección al largo pasillo. Mientras caminaba, deslizaba sus dedos sobre el azulado color de las paredes, simulando que eran pececillos nadando en un profundo mar. Así pasaron muchos minutos, soñando con vidas que ella nunca viviría y con palabras de las cuáles su significado desconocía.
Subía y bajaba peldaños dando saltitos, como si fueran las piedras usadas para cruzar un río. Se topó con una puerta, de madera oscura y con el pomo oxidado. No tenía cerradura y ella la conocía bien.

Jamás se le había pasado por la cabeza abrirla, nunca. Pero aquel día fue una excepción. Sabía que no debía cruzar ese umbral y no lo haría.

–La curiosidad mató al gato, Aveline- decía siempre Agatha.

Pero, por desgracia, ¡mucha desgracia!, no había frase que Pandora no le debatiese.

Pero murió sabiendo- le respondía la otra mujer.

La niña de tres años- casi cuatro- permaneció unos segundos observando la puerta, y entonces dijo:
–Yo no soy un gato.

Para la pequeña Aveline, esconderse entre las sombras era sencillo. Permanecer en ellas era otro tema. Aún no había encontrado la sala dónde se haría la fiesta, pero es que tampoco la buscaba exactamente.
Llegó a una habitación en forma de óvalo, con las paredes cubiertas de moquetas rojas y cuadros de gente que no conocía. Muchos de esos retratos eran realmente tétricos, con sus fondos oscuros y sus medias sonrisas. Los dientes amarillos de los ancianos y las enormes pelucas de las damas le producían pesadillas a Avie, que en un intento de huír de ahí, chocó con algo. Retrocedió unos pasos, pero seguía sin ver nada más que rojo. Hasta que alzó la vista.

–¡Eh! ¡¿Quién eres tú?!- era un hombre, completamente vestido de rojo. Su rostro era extremadamente alargado y un espeso y corto bigote le cruzaba el labio superior.

A la niña no le dio tiempo a contestar. Los zapatos marrones de Aveline le hicieron resbalar al girarse y cayó de bruces al suelo.
–¡¿Dónde vas?!- gritó el hombre.

Se levantó a toda prisa, con el miedo cubriendo su corazón, como un abrigo de pesadillas y llantos ante el frío invierno. Decir que corría sería quedarse corto, Aveline ya no prestaba atención a la preciosidad de la villa, su mente sólo se centraba en huir del monstruo con bigote que la perseguía.
Porque para ella, en ese instante, únicamente era un monstruo, pero cuando se parara a llorar en su habitación (si es que llegaba) sabría que era algo mucho peor. Si ese hombre la cogía, adiós a su habitación, adiós a sus clases, adiós a sus cuentos para dormir, adiós a los ricos postres de Pandora... Adiós a su vida tal y como la conocía.

Si no fuera porque es imposible, diría que los pies de Avie ni siquiera tocaban el suelo. Llegó a un baño, entró y cerró la puerta. Para su suerte, detrás de una cortina había una pequeña puerta y esta llevaba directamente al Palacio de Abajo.

Sus llantos resonaban por todo el pasillo. Pandora fue la primera en salir, seguida de Frederic el mayordomo, con la frente manchada de harina. Mientras la niña corría a los brazos de la cocinera, a todos los demás (ayudantes de cocina, criadas y doncellas), se les encogió el corazón al verla tan aterrada.

–Avie, cariño- Pandora la acunó arriba y abajo- ¿Qué ocurre?

Pero ella sólo podía llorar. Poco a poco, fue calmándose y dijo algunas palabras.

–Yo... La puerta y el gatito...

–¿Aveline, qué has hecho?- le preguntó Agatha, con las manos en las caderas.

Y rompió en llanto.

–Dejémoslo- dijo Alice y todos estuvieron de acuerdo.

Aquel día marcó profundamente a Aveline, tanto, que se prometió a sí misma no volver a fiarse de los gatos.
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Holaaa.
Tenía muchísimas ganas de escribir este capítulo, aunque he tardado mucho en hacerlo la verdad. El caso, si os ha gustado, ya sabéis :)

¡Hasta la próxima leída!

AVELINE.   El secreto de la Villa de las GardeniasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora