31. P.D: YO SOY TU PROMETIDA

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La estancia en los sueños resulta tan placentera e idílica que ruegas una y otra vez caer de nuevo en sus brazos, conociendo qué te espera fuera. Arropado por sábanas de buenas posibilidades y adormecido con el canto de las tranquilas vidas, Calen solo consiguió gruñir y quejarse ante las personas que le sacudían para despertarle. 

Su cuerpo dormía descansado en la misma estancia donde su amada había besado su mano, recostando la espalda cual larga era sobre el sillón que no había abandonado. Su posición no resultaba ser la más cómoda para descansar pero él no parecía importunarse. No obstante, no fue nada de aquello lo que extrañó a quienes le iban buscando; se trataba de su brazo derecho extendido por encima de su cabeza. Alargándose con plegarias de coger la pálida mano de mujer que ya rozaba sus dedos sobre el reposabrazos del sillón, ahora en uso como almohada. Si bien aquello pudo ser desconcertante, el hecho de que la joven durmiendo en el sillón continuo no hiciera nada para evitar su tacto, terminó por derrumbar cual castillo de arena, todas las ideas que las trabajadoras pudieran hacerse. 

Frederic, Pandora y Agatha se mantuvieron todo lo firmes que pudieron ante la escena, pues comprendieron que cada joven dormía en una dirección y no como si compartieran lecho. 

Al Calen abrir los ojos por fin y encontrarse con dos mujeres y un mayordomo firmes junto a sus pies, recordó cientos de momentos de súbito y creyó que perdería la consciencia en ese instante. No le hizo falta el reclamo de Frederic sobre Aveline y su sueño ligero, cuando él mismo comprobó que la suave melena de la joven se extendía más allá de su cabeza y alcanzaba su cintura. 

—Bien, Señor Calen, he de confesar que jamás se me habría ocurrido que usted durmiera sobre una superficie que no fuera su cama- le saludó Frederic con una inclinación de cabeza que pretendía señalar el sillón- Considero que lo mejor sería dejar descansar a Aveline, ¿no cree? 

—Emm... sí- Calen se retiró con suma delicadeza tres mechones del cabello de Avie que descansaban sobre su pecho. Miró a las dos mujeres y sonrió de una manera extraña- ¿Quién de ustedes se encarga de cepillarle el pelo cada mañana? Porque dudo seriamente que, a sabiendas de la poca paciencia que posee Aveline, sea ella misma quien lo haga. 

—Eso no es relevante ahora, Señor. Ha llegado el correo y no queremos abrirlo sin usted, puesto que las cartas de su prometida no son de nuestra incumbencia. Y comprendemos que el resto de la mañana prefiere aprovecharlo en compañía de nuestra niña, ¿no es así?- Frederic consiguió con esas simples palabras que la atención de Calen se fijara por entero en él y dejó de sentirse adormilado- Podrá leerlas mientras desayuna. Acompáñenos a la cocina. 

Y sin quejas ni murmullos, dos hombres y dos mujeres abandonaron la estancia.

Los deslumbrantes rayos de sol bailaban sobre los párpados de Aveline, causándole unas cosquillas que se esfumaron al abrir los ojos ante la molesta luz. La melena de la chica, extendida sobre el sillón que Calen usó de cama, trataba de imitar los hermosos haces de luz que se proyectaban tras la cortina. Y al estirarse y no tropezar con una cabeza junto a la suya, Aveline se incorporó dándose la vuelta para comprobar que se encontraba sola en la habitación. Medio metro más allá, donde debían encontrarse los pies del joven, no había nadie ni nada. Avie miró hacía donde reposaban los suyos, por si ambos durmiendo habían cambiado de posición a una mucho más vergonzosa para su estatus. Pero al no ver tampoco a nadie, pudo respirar tranquila, conociendo que nadie podría haber malinterpretado una escena sin que ellos durmieran juntos. 

Calzada y vestida con ropas que no eran un agradable camisón, Avie danzó hacia la cocina con la firme idea de olvidar, tanto el incendio de la noche anterior como lo que conllevaba, solo por un rato. 

—¡Buenos días!- anunció ella mientras cruzaba el umbral de la puerta.

—Buenos días- Calen le mostró una sonrisa para después devolver la mirada al papel.

AVELINE.   El secreto de la Villa de las GardeniasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora