27. SI AMBOS SUPIERAN

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El despido de Enid había sido demasiado repentino, demasiado confuso, demasiado injusto. Tras, entre sollozos descontrolados e hipidos incesables, la mujer comunicarles la decisión de los Señores, se retiró a su habitación en el Palacio de Abajo. El sonido de la puerta al cerrarse viajó por todo el sótano, resonando con más fuerza en la cabeza de Agatha. El ama de llaves parecía derrumbarse más a cada segundo que pasaba, y Avie se estremecía con la helor de aquella situación. La chica se abrazó a sí misma, procurando conservar un calor que ya no tenía, y se marchó del corredor sin percatarse del mayordomo y la cocinera que la observaban.

—¿Dónde va?- susurró Pandora contra el hombro de Frederic.

—Si le hago consciente de lo que sé, Mademoiselle, ¿promete mantener sus labios sellados?

La mujer inclinó la cabeza muy lentamente, como si temiera hacerse daño al moverla. El mayordomo lo tomó como un sí.

—Dentro de un año veremos una Aveline mucho más decaída que en este instante.

Esas palabras removieron la curiosidad que descansaba en el interior de la cocinera, dormidas hasta ese momento.

—¿Qué quiere decir? Al pasar un año...- Pandora dejó navegar su mente entre lagunas de tiempo futuras y volvió en sí- Calen se casará.

—Saque usted sus propias conclusiones.

Batallar contra tu propia mente no es nada sencillo; y Calen lo descubría aquella misma tarde. Después de escuchar la extraña conversación de sus padres, acabó por adivinar que despedirían a alguien del servicio, y que como ama de llaves, Agatha debía hacerse cargo del papeleo. Pero pobre mujer, que tanto conocía a la criada escogida y que se vería obligada a realizar los trámites; la culpa carcomería sus entrañas hasta muchas semanas más tarde.

Y tras los Señores tomar la decisión y ejecutarla, Calen sintió cómo su mundo amenazaba de nuevo con reducirse a escombros. Detrás de aquel despiadado despido, se ocultaba otra realidad tan cruel y dolorosa que Calen todavía luchaba por asimilar. Al fin y al cabo, él podría haber negado cualquier matrimonio indeseado si no hubiera alguien a quien no soportaría perder. Y a quien perdería de todos modos.

Si su cabeza rogaba que mantuviera la calma y lo dejara pasar, el interior de Calen peleaba con uñas y dientes para llamarla. Para tirar de esa cuerda dorada que haría resonar su campana y que tal vez asegurara su visita. Él ansiaba consolarla, porque si había algo más duro que conocerlo todo, sería no conocer nada. Respirar repetidas veces no bastaba. Cerrar los ojos no ayudaba a tomar una decisión. Y recordar que sobre su mesa descansaba una carta solo creaba más nervios recorriendo su piel. Sus nudillos se volvieron blancos al sujetar con fuerza sus propios brazos; y antes de que saliera veloz de su dormitorio, la puerta de su armario quedó entreabierta. Calen retrocedió unos pasos, los suficientes para ver una pálida mano cerrarse alrededor de la cerradura oxidada. Ahí el joven comprendió por qué sus padres no quisieron arreglar parte de las cerraduras.

Mechones de pelo castaño se dejaron entrever por un lateral. Y cuidadosamente, Aveline entró entera en la habitación. A pesar de no tener las mejillas húmedas ni con regueros de lágrimas, Calen supo nada más verla que había estado llorando. El chico intentó pedirle que se acercara puesto que él no se veía capaz de moverse, pero no consiguió abrir la boca. Aveline esperó segundos interminables antes de dar un paso, para después dar otro y en menos de un parpadeo, quedarse mucho más cerca del lord.

—¿Te seré una molestia si permanezco aquí...- ella no pudo continuar.

—Estaremos en mi dormitorio el tiempo que precises. No te preocupes por la hora- la interrumpió él sabiendo bien qué diría.

AVELINE.   El secreto de la Villa de las GardeniasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora