29. PERRO HAMBRIENTO NUNCA ES LEAL

36 11 11
                                    

El pequeño salón más conocido de todo Abajo recogía entre sus paredes, almas preocupadas y desosegadas. Todos sus mullidos y coloridos sillones estaban siendo ocupados por trabajadoras del servicio, que se arremolinaban las unas con las otras intentando asimilar las palabras del mayordomo.

Tras el incendio en el hogar de los Allamand, vecinos del pueblo desde hacía generaciones, las preocupaciones y habladurías corrieron como la pólvora entre los habitantes de Rocamadour. Aunque, teniendo tantos factores en cuenta, allí no había nadie vivo más preocupado que el joven De Loughrey. Cuando sus padres decidieron marchar a Inglaterra dos días antes para entablar tratos con el General- a pesar del poco entusiasmo que tenían en el viaje- Calen no pudo siquiera imaginar que trataría con situaciones como aquella. 

Esa noche, habiendo participado en la extinción del fuego, creía que debería sentirse bien, aliviado de haber contribuido en algo útil pero la posibilidad que el mayordomo no dejaba de plantear le provocaba más náuseas que calma. 

Lanzó otro suspiro cargado de incertidumbres. Una mano pálida y cálida se deslizó sobre su hombro, tratando de desviar sus pensamientos hacia otros lares. Calen cruzó la mirada con Avie, quien no quiso retirar todavía su palma de la espalda del chico, y que sonreía desde debajo de una manta grisácea. 

—¿Intencionado?- la voz del mozo de cuadra rompió todos los silencios generados en la estancia. Kale permanecía de pie recostado sobre una estantería y sus ojos buscaban los de Aveline- ¿Estáis seguro de eso, señor?

—Bastante- reconoció Frederic con la misma honestidad que caracterizaba a Avie- Monsier Dubois explicó claramente cómo observó a un hombre salir huyendo segundos antes de que el fuego cobrara vida. 

Nadie quiso ni pudo abrir la boca además de Calen, quien se negaba en rotundo a creer aquella suposición o como se decidieran a llamarle. 

—¿Y quién en su sano juicio y con escrúpulos, podría ser capaz de hacer tal cosa?- exclamó a nada de ponerse en pie- ¿Qué persona querría incendiar una casa con la familia en el interior? ¡Qué semejante locura!

Frederic parecía encontrarse al borde del colapso. Sus labios delgados y entreabiertos suplicando por decir algo más, conociendo que no era un buen lugar ni momento para hacerlo; conociendo también que era ahora o nunca.

—Más sabe el diablo por viejo que por diablo, Señor Calen. Créame cuando le digo que las personas actuamos movidas por nuestros sentimientos. Y ese hombre...- el mayordomo, fuera esa su intención o no, hizo una pausa dramática- Sabía a lo que venía. 

—Quizás debamos aplazar la conversación para otro momento, cuando haya amanecido. ¿No le parece, señor?- le preguntó Kale, desviando de nuevo la mirada hacia la castaña.

Frederic bajó los párpados y permaneció en esa posición, con las manos tras la espalda, unos segundos más.

—Retírense todas aquellas personas que yo nombre, por favor- Avie lanzó una mirada de extrañeza al aire cuando no fue nombrada la primera- Alice y Charlotte, disculpen señoritas; Jacqueline y Anne, síganlas por favor. Y Kale y Edmund, mejor será que marchen a sus residencias. 

El mozo de cuadra más joven contrajo en su rostro una mueca de confusión, pero mantuvo su silencio y se marchó tras Anne.

—¿Disculpe? Creía que podría quedarme para...

—Lo lamento mucho, Kale, pero debes marcharte. Nos veremos mañana si Dios quiere. 

Él únicamente emitió un gruñido solo captado por Frederic, antes de cruzar el umbral y desparecer en la penumbra del pasillo.

AVELINE.   El secreto de la Villa de las GardeniasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora