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capítulo diez
la pequeña reunión
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El momento de la juntada había llegado demasiado rápido para Valentina. No sabía ni que ponerse, pero tampoco había tenido tiempo de pensar en ello: todavía tenía una sensación en su estómago que le decía que lo que estaba por hacer no estaba bien.
Su moral profesional era algo que la representaba. Le gustaba creer que las personas la identificaban por ello. Y una parte de ella creía internamente que estaba rompiendo una barrera inquebrantable entre un paciente y un doctor.
Pero ser profesional, en su área de trabajo, significaba complementarse con el otro. Sabía que a veces eso no era simple, entablar una relación era más difícil de lo que se podía creer, sobre todo con alguien que no quería hacerlo.
En esos casos, era su responsabilidad el ocuparse de encontrar la manera correcta. Pero no estaba segura de que fuera esta.

Tomó un par de prendas que estaban sobre su cama y se vistió. Unos jeans y un sweater. Se acercó al espejo más cercano para verse.
Pero nada de lo que vio le gustó.
De inmediato se sacó toda la ropa en busca de otra vestimenta. ¿Por qué? Se probó otro outfit, pero otra vez, le pareció que no era suficiente.

No entendía qué le pasaba. Estaba actuando diferente. Como si de verdad le importase la opinión de los chicos sobre ella. Se sentía como cuando se cambió de colegio en el secundario y quiso caerle bien a sus nuevos compañeros, haciendo lo que ellos hacían, hablando como ellos hablaban. Un sentimiento de incomodidad la enfrentó: recordó esa vez que gastó todos sus ahorros en ropa nueva. Ropa que sus nuevos compañeros aprobarían. Pero tiempo después se sintió una estúpida. ¿Era necesario ese sacrificio (porque verdaderamente en su bolsillo lo había sido) solo para recibir un "hola" de su parte alguna que otra mañana?

A partir de ese día se había planteado dejarse de preocupar por la opinión de los demás, y podía decir con certeza que hasta ahora lo había hecho muy bien. ¿Por qué de pronto quería encajar?

La trágica historia de su infancia digna de una novela de Cris Morena daba vueltas por su cabeza mientras su cerebro le recordaba su lema de vida. Pero así y todo ella no escuchó y tomó una nueva prenda de su armario. Esta no estaba arrugada y hacía tiempo que no la usaba. Pero en cuanto se la puso supo que era la indicada. Aquel vestido de flores la hacía sentir más que segura, y dispuesta a enfrentarse a todos aquellos jugadores de futbol que hicieran falta para realizar su trabajo de manera óptima.

Se calzó unas botas tejanas y salió de su casa. El Cabify ya estaba en la puerta.

—¿Es en esta? —el chofer preguntó y capté su mirada reflejada en el espejo.

—Creo que es la que viene.

El automóvil aceleró, decidido a estacionar en la siguiente cuadra. Lo hizo tan rápido que Valentina ni siquiera pudo leer los números de las casas. Era de noche, estaba oscuro, y su vista no era la mejor del mundo.

—Ay no, era la anterior—suspiró. —Bueno, no pasa nada, déjame acá. Yo camino... Ya pagué con tarjeta.

Sí, ahora que tenía su propia tarjeta de crédito (suya y solo suya gracias al fruto de su trabajo) no desperdiciaba ni una ocasión para utilizarla. El coche paró en el medio de la calle, el chofer la saludó y ella bajó. Se acomodó el pelo y la ropa, empezando a sentir nauseas en su estómago.

Estaba muy nerviosa.

—¿Doc? —inquirió alguien, y debido a la oscuridad no pudo darse cuenta quien era. El chico se acercó para darle un beso en el cachete, cuando por fin lo pudo reconocer.

—¡Hola, Lucas! —el defensor le caía realmente bien. Él le sonrió.

—¿Cómo viniste? —se pusieron a charlar mientras se acercaban a la entrada de la casa del delantero. —Me hubieras dicho, te podría haber pasado a buscar.

THE PSYCHOLOGIST | Gonzalo MontielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora